El naufragio de la Medusa:
Théodore Géricault acaparó la atención de los visitantes del Salón de 1819 con El naufragio de la Medusa. A las calidades de este lienzo se sumó en este caso, la originalidad del tema, extraído de un suceso próximo que había polarizado la opinión pública y dado lugar a agrias controversias. Se trata de la pérdida de la fragata Medusa, enviada al Senegal por el gobierno francés en 1816 bajo el mando del conde de Chaumareix, oficial de la armada inactivo durante veinticinco años y a cuya incompetencia se atribuía el desastre. Al producirse el naufragio, un grupo de ciento cuarenta y nueve personas logró improvisar una balsa y recuperar de las aguas varios barriles de vino, viéndose obligados para subsistir a prácticas de canibalismo. Sólo quince individuos sobrevivían cuando la balsa fue hallada por la fragata Argus, semanas después. Este fue el episodio elegido por Géricault, lo que le permite representar a los náufragos en la tensa emoción de descubrir un navío salvador en el horizonte; como la mar está encrespada y la balsa carece de bordo, la fragata apenas es visible sobre el horizonte. Los vivos se encaraman a un barril agitando harapientas prendas de su indumentaria, ajenos por completo los moribundos a la buena nueva.
La ejecución del cuadro:
Para componer el cuadro realizó Géricault una profunda labor de investigación de los hechos. Reunida la documentación suficiente, alquiló un estudio frente al hospital de Beaujon para poder estudiar moribundos y cadáveres. Todo ello le situó en un estado de tremenda excitación que se plasmó en una ejecución febril del lienzo, sin pausa ni reposo, y a rechazar a cuantos visitantes se presentaron en su taller.
(Luis Monreal)
De dimensiones inmensas (4,91 x 7,16 m), se le consideró, con toda justicia, un manifiesto de la nueva pintura posdavidiana; sin embargo, por su intención moral, su concepción y su solución formal, se relaciona aún con el academicismo de David y evoca la grandiosidad épica del barón Gros. En la forma, combina la diagonal barroca y la estructura piramidal clasicista. El cuadro, resultado de profundas investigaciones de detalles con modelos, con supervivientes de la catástrofe, con cadáveres en el hospital y con una reproducción de la balsa, se aparta de las tradiciones y permite que su autor establezca nuevos valores.
Al ser exhibido en el Salón, el cuadro produjo el escándalo. A pesar de que se le concedió la medalla de oro, el gobierno francés no compró el lienzo. Por este motivo, Géricault lo expuso en diversas ciudades inglesas y en Irlanda, ganando en esta operación una importante suma de dinero. Fue adquirido para el Museo del Louvre en la venta de los bienes del artista, en 1824.
Théodore Géricault (1791-1824):
Uno de los promotores y más originales personalidades del Romanticismo. Estudió en París con Carle Vernet y Pierre Guérin, si bien se vio más influido por los viejos maestros, a través de las copias que realizó en el Louvre, desarrollando una pasión particular por Rubens. Entre 1816 y 1817 viajó a Italia, donde se convertiría en un ferviente admirador de Miguel Angel y el estilo barroco. A su vuelta a París expuso el cuadro que más fama le dio: La balsa de la Medusa (1819), que a pesar de ser galardonado con una medalla en el Salón, escandalizó tanto por el macabro tratamiento realista como por sus repercusiones políticas (es una representación de los padecimientos de los supervivientes del naufragio de la Medusa en 1816, desastre que algunos achacaron a la incompetencia del gobierno). Este cuadro, que fue de excepcional originalidad al tratar un suceso contemporáneo con la grandiosidad digna de la épica, tuvo asimismo un éxito clamoroso en Inglaterra, donde pasó los años de 1820 a 1822.
Allí pintó jinetes y carreras de caballos (Derby de Epsom, 1821, Louvre) y fue uno de los primeros introductores de la pintura inglesa en el mundo de los artistas franceses (mostró especial entusiasmo por Constable y Boningon). Era un apasionado jinete; murió a los treinta y tres años como consecuencia de una caída de caballo. Tanto por su temperamento como por su estilo de vida y por su obra, al igual que Byron, por ejemplo, es un artista romántico arquetípico. Su tempestuosa carrera se desarrolló en poco más de una década, y en ese período supo demostrar su genio meteórico y polifacético, que no llegó a madurar en una tendencia única y bien consolidada. Su elegante indiferencia hacia las doctrinas ortodoxas, así como su gusto por las acciones agitadas en su sentido de movimiento en torbellino, su enérgica ejecución y su inclinación a lo macabro son rasgos que caracterizan al Romanticismo. Cultivó al mismo tiempo un realismo viril e inspirado. Estudió cadáveres y miembros amputados para pintar La balsa de la Medusa y realizó una extraña serie de retratos de enfermos mentales de la clínica de su amigo el doctor Georget, uno de los pioneros del tratamiento humanizado de la locura (Un cleptómano, 1822-1823). Su obra ejerció una enorme influencia, sobre todo en Delacroix.
La gran ola de Kanagawa:
[El icono japonés más famoso se debe a Katsushika Hokusai. Un grabado realizado a partir de una madera policromada con características especiales para conservar la estampación en buenas condiciones después de muchas impresiones]
La potencia que desprende el grabado es descomunal. Una ola está a punto de romper sobre unas frágiles embarcaciones con el pico más alto de Japón, el monte Fuji, al fondo. De la cresta de la ola, surgen unas garras que amenazan con hacer pedazos las barcazas que han salido a capturar el primer atún de la temporada, el que se paga más caro. Pesadas nubes arrinconan las brumas, en un cambio sustantivo de lenguaje en el paisaje japonés dibujado hasta la fecha. Los pescadores conocen el riesgo de una mar enrabiada pero han salido a faenar. Obviamente, nadie sabe qué pasó después. Un golpe de mala suerte hizo que Hokusai se arruinara a los 70 años y tuviera que seguir pintando, aunque sus condiciones físicas habían mermado sustancialmente y tenía un brazo casi paralizado. Gracias a esa obligación sobrevenida, dos años después realizaría su obra más emblemática y tendría su etapa creativa de mayor éxito. (J.Antich)
Descriptivo:
En el siglo XVII, y luego en el siglo XIX otra vez, los mejores y más innovadores artistas de Europa -Caravaggio, Velázquez y Vermeer, después Courbert y Manet- practicaron una manera de representación pictórica esencialmente descriptiva. 'Descriptivo' es, en efecto, el adjetivo que puede caracterizar muchas de las obras a que solemos referirnos vagamente como realistas, entre las que se incluye, como apunto en mi texto en varias ocasiones, la manera de representación de los fotógrafos. En la Crucifixión de San Pedro, de Caravaggio; El aguador, de Velázquez; La dama pesando perlas, de Vermeer, y el Desayuno en la hierba, de Manet, las figuras están suspensas en la acción que se ha de representar. La cualidad instantánea, detenida, de estas obras es un síntoma de cierta tensión entre los supuestos narrativos del arte y la atención a la representación descriptiva. Parece haber una proporción inversa entre la descripción atenta y la acción: la atención a la superficie de la realidad descrita se logra a expensas de la representación de la acción narrativa. [...] los holandeses presentan su pintura como descripción de la realidad visible más que como imitación de acciones humanas significativas. Unas tradiciones pictóricas y artesanales ya establecidas, ampliamente apoyadas por una nueva ciencia experimental y una nueva tecnología, confirmaron el papel de las imágenes como vehículo para un nuevo y seguro conocimiento del mundo. (Svetlana Alpers)
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