MAR
DOCUMENTOS
Poemas 10



Deseo. Rosabetty Muñoz:
El deseo es un barco poderoso
arriando anclas y cadenas
en medio de la noche.

Estallando con el estrépito de las posibilidades.
Bajo el silencio crispado
el ansia apenas perceptible.

Es también, el despliegue de luces
en las islas de canales tan angostos
donde un barco, más que navegar
acaricia.
(Rosabetty Muñoz)


Sobre la limpia arena, en el tartesio llano:
Sobre la limpia arena, en el tartesio llano
por donde acaba España y sigue el mar,
hay dos hombres que apoyan la cabeza en la mano,
uno duerme y el otro parece meditar.
El uno, en la mañana de tibia primavera,
junto a la mar tranquila,
ha puesto entre sus ojos y el mar que reverbera,
los párpados, que borran el mar en la pupila.
Y se ha dormido, y sueña con el pastor Proteo,
que sabe los rebaños del marino guardar;
y sueña que le llaman las hijas de Nereo,
y ha oído a los caballos de Poesidón hablar.
El otro mira el agua. Su pensamiento flota;
hijo del mar, navega -o se pone a volar-.
Su pensamiento tiene un vuelo de gaviota,
que ha visto un pez de plata en el agua saltar.
Y piensa: Es esta vida una ilusión marina
de un pescador que un día ya no puede pescar.
El soñador ha visto que el mar se le ilumina,
y sueña que es la muerte una ilusión del mar.
(Antonio Machado)


Luna Isla del fin del mundo, conmovidos,
vemos flotar en pasmo la vejez,
a la lunar deriva del asombro.
Nos resulta del todo inconcebible
nuestra decrepitud, nuestra mudanza
hasta desconocernos en nosotros
y en nosotros errar entre lo ajeno.
(Carlos Marzal)


Tormenta Al mar - En metáfora de un caballo:
Espumoso caballo en quien procura
ser señal, como estrella, el norte frío;
carreras se le imponen a tu brío
y pasos se le miden a tu altura.

Formidable relincho es tu voz dura;
tienes, con extendido señorío,
una torcida crin en cada río
y en cada fuerte puerto una herradura.

Haces mil caracoles de contino;
paras fiel a la calma que te enfrena
y pisas lo que abate tu camino.

Pícate espuela el aire que te llena;
el hombre te inventó silla de pino
y Dios te señaló freno de arena.
(Francisco de la Torre)


Caracol:
En la playa he encontrado un caracol de oro
macizo y recamado de las perlas más finas;
Europa le ha tocado con sus manos divinas
cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.

He llevado a mis labios el caracol sonoro
y he suscitado el eco de las dianas marinas.
Le acerqué a mis oídos y las azules minas
me han contado en voz baja su secreto tesoro.

Así la sal me llega de los vientos amargos
que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos
cuando amaron los astros el sueño de Jasón;

y oigo un rumor de olas y un incógnito acento
y un profundo oleaje y un misterioso viento...
(El caracol la forma tiene de un corazón.)
(Rubén Darío)


A bordo:
La mar, tras la borrasca, se estremecía sorda
del moribundo día a la dudosa luz,
cuando yo, sobre el puente, de pechos en la borda,
pensaba así, mirando la inmensidad azul.

Bajo la frágil tabla donde al azar me fío,
¿qué pasa en los abismos recónditos del mar?
¿Qué ley rige ese mundo desconocido y frío,
sumido en los horrores de eterna obscuridad?

¿Qué monstruos gigantescos vagan por él a solas
mudos, quietos, ciegos, sin odio y sin amor?
¿Qué seres misteriosos, debajo de esas olas,
cruzan entre las sombras sin voz y sin rumor?

La Soledad inmensa, la Noche interminable
y el gran Silencio eterno, rigen a par los tres
este escondido imperio del ancho mar instable,
que se estremece y gime debajo de mis pies.

Cuando la nave, herida por la cruel tormenta,
su destrozado casco hunde en el mar voraz,
¿qué descubre en las aguas, por donde baja lenta,
el capitán que atado al roto mástil va?

¿Ve de los buques náufragos desde la edad remota,
sin velas y sin remos, sin rumbo y sin timón,
entre las densas nieblas pasar la negra flota
de Oriente al Occidente, del Sur al Septentrión?

¿Ve del antiguo pueblo, que sumergió presto
el agua del diluvio, alzarse de pie aún,
las torres y los templos de mármol y granito,
y el pórtico y los foros sin voz ni multitud?

¿Ve de los continentes el conmovido asiento,
y de las grandes islas el deleznable pie,
que grano a grano arranca el liquido elemento,
para, en común naufragio, sus restos envolver?

Lo que en tu seno ocultas, oh, mar, la tierra ignora:
¿la tumba eres acaso de un mundo que murió?
¿O acaso eres la madre fecunda y creadora,
que, en sus entrañas, guarda de un mundo el embrión?

Hoy, no, como en los tiempos de la risueña Grecia,
con las sirenas pruebas tu inmensidad sin fin;
hoy, cuando en tus llanuras la tempestad arrecia,
no aplaca ya Neptuno tus ondas de zafir,

Hoy Venus ya no nace en tu ligera espuma;
Proteo sus rebaños no lleva por tí, oh, mar;
y la verde Anfitrite, ceñida en tenue bruma,
no habita tus palacios de nácar y coral.

Mas, cual la antigua Venus, hoy de tus aguas brota
el beso del sol cálido, blanco vapor sutil

que engendra, cuando en lluvia desciende gota a gota,
los frutos del octubre, las rosa, del abril.

De ti, cual de Neptuno la nube que camina
al viento y luz, cambiando de forma y de color,
el río turbulento, la frente cristalina
y el solitario lago los tributarios son.

Te hablo, y con un gemido parece que respondes,
y finjo que mi muerte como la tuya es;
que algún dolor inmenso dentro del seno escondes,
como el que en mi alma triste escondo yo también.

Naufragio de esperanzas, ruinas del bien ausente
y sombras y terrores, el hombre, como tú,
encubre: él, bajo el velo de su serena frente;
tú, bajo el falso velo de tu sereno azul.
(Vicente W.Querol)


Flores en el mar:
Hay flores en el mar,
hay flores en el mar.

En el borde de tu falda
hoy te vienen a entregar,
madre fuerza de las aguas,
flores blancas en el mar.

Hay flores en el mar,
hay flores en el mar.

En el borde de tus barcas
una tenue claridad,
y en los ojos de tus hijos
se te puede adivinar.

Hay flores en el mar,
hay flores en el mar.
Hay flores en el mar,
hay flores en el mar.

Se van las barcas de Iemanjá,
se van las barcas de Iemanjá.

En el borde de tus aguas
hay un murmullo de sal,
son aladas tus espumas,
es salado tu cantar.

Hay flores en el mar,
hay flores en el mar.

(Todos saben que en febrero crecen flores en el mar)
(Quién no sabe que en febrero crecen flores en el mar)
(Rubén Olivera)
El 2 de febrero se celebra la fiesta de Iemanjá, la diosa del mar según la religión de Umbanda traída a Uruguay por los esclavos africanos.


Nadaba por el agua transparente. Olvido García Valdés:
Nadaba por el agua transparente
en el hondo, y pescaba gozoso
con un pequeño arpón peces brillantes,
amigos, moteados.
Aquella agua tan densa, nadar
como un gran pez; vosotros,
dijo, me esperabais en casa.
Pensé entonces en Klee
en la dorada. Ahora leo:
estas roto y tus sueños
se cuelan en tu vida, esa sensación
de realidad es muy fuerte; estas pastillas
te ayudarán.
Dorado pez,
dorada de los abismos, destellos
en lo hondo. Un sueño subterráneo
nos recorre, nos reune,
nacemos y morirnos, mas se repite
el sueño y queda el pez,
su densidad, la transparencia.
(Olvido García Valdés. Caza nocturna)


El pulpo. José Emilio Pacheco:
Oscuro dios de las profundidades,
helecho, hongo, jacinto,
entre rocas que nadie ha visto, allí, en el abismo,
donde al amanecer, contra la lumbre del sol,
baja la noche al fondo del mar y el pulpo le sorbe
con las ventosas de sus tentáculos tinta sombría.
Qué belleza nocturna su esplendor si navega
en lo más penumbrosamente salobre del agua madre,
para él cristalina y dulce.
Pero en la playa que infestó la basura plástica
esa joya carnal del viscoso vértigo
parece un monstruo; y están matando
/ a garrotazos / al indefenso encallado.
Alguien lanzó un arpón y el pulpo respira muerte
por la segunda asfixia que constituye su herida.
De sus labios no mana sangre: brota la noche
y enluta el mar y desvanece la tierra,
muy lentamente, mientras el pulpo se muere.
(José Emilio Pacheco)


Mar. María Victoria Atencia:
Bajo mi cama estáis, conchas, algas, arenas:
comienza vuestro frío donde acaban mis sábanas.
Rozaría una jábega con descolgar los brazos
y su red tendería del palo de mesana
de este lecho flotante entre ataúd y tina.
Cuando cierro los ojos se me cubren de escamas.

Cuando cierro los ojos, el viento del Estrecho
pone olor de Guinea en la ropa mojada,
pone sal en un cesto de flores y racimos
de uvas verdes y negras encima de mi almohada,
pone henchido el insomnio, y en un larguero entonces
me siento con mi sueño a ver pasar el agua.
(María Victoria Atencia)


Es una historia que comienza
en una orilla del Atlántico.
Continúa en un camarote
de tercera, sobre las olas
-sobre las nubes- de las tierras
sumergidas ante Platón.
(José Hierro)


Mar. Eloy Sánchez Rosillo:
Me entrego sin tristeza a ese rumor amargo
en el que el miedo agita con ira sus metales,
y, habitante de un mundo de muerte y transparencia,
obligo a mi mirada a vagar por un cuerpo.
Con urgencia golpeo sobre las decisiones
de un mar que no conozco, de un dolor que introduce
su noticia de sal en la herida reciente.
He abandonado el barro, la arcilla conocida,
para vivir al borde de un peligro que amo,
para buscar las manos que sostengan mi rostro
sobre el silencio neutro de las profundidades.
Parpadea un color, un informe lejano,
una constelación de sabores marchitos,
y una materia oscura, casi vencida, escucha
el vasto movimiento de un corazón insomne.

Se aproxima la noche.
                                      Desaparece el rastro
que trazaron mis labios sobre la dulce piel
de un tiempo que latía.
                                       Una piedra señala
el origen concreto de un orden sacudido.
y una mínima lumbre, una gota encendida,
encuentra al fin su lecho, su destino en la espuma.

La espera es una angustia que fluye lentamente.
Mis ojos amanecen enfrente de un deseo.
Ahora puedo gritar: un círculo de vidrio
observa los caminos que el sol abre en el agua.
(Eloy Sánchez Rosillo)


El mar estaba lejos. Eloy Sánchez Rosillo:
El mar estaba lejos.
Pero en el aire húmedo de la mañana
se percibía un vago olor salado y rumoroso.

Fue entonces cuando el hombre despertó.
Guardó en su pecho las hermosas imágenes del sueño
y emprendió su camino.

Atrás fueron quedando
las ciudades, los pueblos, las aldeas
que el afán de los hombres levantara.
Atravesó también bosques umbrosos,
tierras resecas, valles pensativos.

Pasaron muchas horas. Y ya el sol último
arrojaba los restos de su incendio
a las cimas de los montes más altos.

Y el caminante se adentró en la noche
como un dios en su soledad.

Ahora la luna brilla en el centro del cielo
y su plena mirada contempla con amor
la juventud del hombre y su quimera.

El mar estaba aún lejos. Pero ya podía oírse
su canción misteriosa.

                                               La madrugada
refrescaba las sienes fatigadas del hombre,
que siguió caminando y advirtió
una presencia humana en la lejana orilla.

Una hermosa muchacha lo veía acercarse:
eran grandes sus ojos;
su cabello, oscuro como el viento nocturno:
su cuerpo, silvestre y frágil.

Intensamente se miraron,
y el silencio les hizo comprenderse.
Abandonaron sus ropas en la arena
y juntos penetraron en las oscuras aguas.
(Eloy Sánchez Rosillo)

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