MAR
POEMAS
Playas III



Himno a la juventud. Jaime Gil de Biedma:
Heu! quantum per se candida forma valet! (Propercio, II, 29, 30)

A qué vienes ahora,
juventud,
encanto descarado de la vida?
¿Qué te trae a la playa?
Estábamos tranquilos los mayores
y tú vienes a herirnos, reviviendo
los más temibles sueños imposibles,
tú vienes para hurgarnos las imaginaciones.

De las ondas surgida,
toda brillos, fulgor, sensación pura
y ondulaciones de animal latente,
hacia la orilla avanzas
con sonrosados pechos diminutos,
con nalgas maliciosas lo mismo que sonrisas,
oh diosa esbelta de tobillos gruesos,
y con la insinuación
(tan propiamente tuya)
del vientre dando paso al nacimiento
de los muslos: belleza delicada,
precisa e indecisa,
donde posar la frente derramando lágrimas.

Y te vemos llegar: figuración
de un fabuloso espacio ribereño
con toros, caracolas y delfines,
sobre la arena blanda, entre la mar y el cielo,
aún trémula de gotas,
deslumbrada de sol y sonriendo.

Nos anuncias el reino de la vida,
el sueño de otra vida, más intensa y más libre,
sin deseo enconado como un remordimiento
-sin deseo de ti, sofisticada
bestezuela infantil, en quien coinciden
la directa belleza de la starlet
y la graciosa timidez del príncipe.

Aunque de pronto frunzas
la frente que atormenta un pensamiento
conmovedor y obtuso,
y volviendo hacia el mar tu rostro donde brilla
entre mojadas mechas rubias
la expresión melancólica de Antínoos,
oh bella indiferente,
por la playa camines como si no supieses
que te siguen los hombres y los perros,
los dioses y los ángeles
y los arcángeles,
los tronos, las abominaciones...
(Jaime Gil de Biedma)

La amante. Carmen González Huguet:
[...]
Viviré en las orillas de tus besos
exilada en la noche sin fronteras.
Siempre al borde de ti. Siempre a la orilla,
siempre al margen, apenas en la playa,
mojando con la punta de mis dedos
la sed que de tu espuma me atormenta.

Sedienta de tus vértigos a gritos,
de remolino mutuo que se bebe
juntos la sed, el agua, la marea
de la ebriedad...
[...]
(Carmen González Huguet)


Huella. María Clara González:
Esta noche visitaré tu sueño
entraré silenciosa
disfrazada de ola o de tormenta
de lluvia o de gaviota
Caminaré tu adentro y arribaré a tu playa

Cuando despiertes
recordarás a aquella
que compartió contigo
tus Saudades
(de Pasajeros del viento)


Desde que en lechos de zafir reposas.... Paulo Gonzálvez de Andrade:
Desde que en lechos de zafir reposas,
y que por sendas de cristal caminas
derramando tus urnas cristalinas
en favor de las playas arenosas,

y desde que con fuerzas caudalosas
a conquistar el mar te determinas,
bañando tus corrientes peregrinas
de Ulisipio las márgenes famosas;

mientras, depuesta la arrogancia, hiciste
espejo sosegado el agua pura,
que a tantas hermosuras ofreciste,

en cuantas viste, oh Tajo, por ventura
en tantos años de camino, ¿viste
igual a la de Silvia otra hermosura?
(Paulo Gonzálvez de Andrade)


Donde sonó una risa. Rafael Guillén:
Donde sonó una risa, en el recinto
del aire, en los pasillos transparentes
del aire donde, un día
sonó una risa azul, tal vez dorada,
queda por siempre un hueco, un lienzo triste,
un muro acribillado, un arco roto,
algo como el desgaire de una mano
cansada, como un trozo
de madera podrida en una playa.
[...]

Poema del no:
Me decías que no. Por tu mirada
pasaban barcos lentamente. Había
gaviotas en tus ojos, en tus blandos,
oscuros ojos grandes,
donde iba cayendo la amargura
como un anochecer de altas sirenas
en los puertos del Sur.
Me decías que no serenamente.
Era un no original, que ya existía
antes que tú, que hablaba por sí mismo
mientras que tú, impotente, absorta, fijos
en mí tus ojos, lo sentías vivo,
palpabas su raíz por tus adentros.
Era un no adivinado,
mudo, pesadamente silencioso.
Tu duro cuerpo tibio
me decía que no, sin causas, iba
replegándose, como
si volviese a la infancia. Tú no eras.
Me decías que no, y en tu mirada
cabalgaba un dolor que yo diría
maternal. Un dolor implorando
comprensión. Un no de contenida
pesadumbre, pero total, abierto,
levemente asomado
a las playas del llanto.
Me decías que no lejana, sola,
terriblemente sola, maniatada,
sin un porqué donde apoyarte, pero
era no, era no, sin gritos, no...

Los puertos, las sirenas,
los barcos en la noche, todo iba
perdiéndose, alejándose.
Yo, delante de ti, triste, abatido.
(Rafael Guillén)


Los dioses griegos. Heinrich Heine
Bajo la luz serena de la luna
Como el oro en fusión el mar rïela,
Resplandor que el fulgor del claro día
Con la molicie de la noche mezcla,
La vasta playa misterioso alumbra,
Y en el azul del cielo sin estrellas
Vagan las blancas nubes como estatuas
De dioses colosales y siniestras,
Talladas por la mano del acaso
En las entrañas de brillante piedra.
[...]
Ya se había escondido silenciosa
La luna tras las nubes cenicientas,
Alzaba el ancho mar su voz sonora,
Y del espacio en la extensión inmensa
Salían victoriosas, derramando
Sus eternos fulgores, las estrellas.
(Heinrich Heine)


Tengo estos huesos hechos a las penas. Miguel Hernández:
Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes:
pena que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.

Como el mar de la playa a las arenas,
voy en este naufragio de vaivenes,
por una noche oscura de sartenes
redondas, pobres, tristes y morenas.

Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo.

Eludiendo por eso el mal presagio
de que ni en ti siquiera habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo.
(Miguel Hernández)


Vivo. Beatriz Hernanz:
Una luna de alfanje corta el valle de Morna.
La húmeda niebla envuelve
el asiento trasero del destino.
Una hoguera de almendros
esclarecía el desamor.
El viento se acerca,
como una presencia
infinita.
La carretera serpea en la distancia,
como los cuerpos olvidados que van a dar al mar.
El fósforo de la tarde se dilata en los campos,
y el mar hace creer en otra vida.
Suenan, a lo lejos,
los tambores de la playa,
una pavana ausente,
el agua desamparada.
Las palabras comen de tu mano,
como gaviotas de fuego,
como úlceras de la madera.
Tañedor de cuerpos,
tu tez se ilumina en la brisa y en la pena,
aldaba de la lluvia.
Pero la isla se cierra, como un amante,
sobre sí misma.
Recordó la noche en que casi perdió la razón.
(Beatriz Hernanz, de La epopeya del laberinto, 2001)


Recuerdo del mar. José Hierro:
¡Cómo te agitas bajo nubes grises,
lámina fina de metal de infancia!
¡Cómo tu rabia, corazón de niebla,
rompe la brida!

Cómo te miro con mis pobres ojos!
¡Qué imagen tuya la que inventa el sueño!
¡Qué lentamente te deshace el aire,
roto en pedazos!

Tú que guardabas en cristal salado
vivos retratos que ondulaba el viento;
tú que arrancabas en el alba fina
sones al alma,

tú que nutrías con tu amarga leche
sombras de playas, olvidados pasos,
ansia de ser sobre tu vientre verde,
locos piratas,

has ido ahogando temblorosamente
sombras que hundieron en tu paz sus ojos.
Hoy tu recuerdo, como lluvia fresca,
moja mi frente.

Si ahora volviera a recorrer tu orilla,
si ahora en tu cuerpo me volcara todo,
si ahora tu cuerpo le prestara al mío
frescos harapos,

si yo desnudo, si cansado, ahora,
más hijo tuyo, ahora, si el otoño
vuelto a mi lado me trajera el tibio
pan en el pico.

-lámina fina de metal de infancia-,
todo olvidado quedaría, todo:
látigos, cuerdas con que me azotabas,
vientos que mugen.

Todo sería nuevamente hermoso,
aunque tu garra me arañase el cuerpo,
aunque al tornar tuvieran tus mañanas
soles más negros.
(José Hierro)

Madrigal. José Hierro:
Lo más hermoso, aquello
que no puede comprarse,
que vale, frente a un copo de tu espuma,
si se sabe mirar,
frente a una pluma de tormenta, rota
sobre tu orilla, frente
a tus platas y azules,
metales y cristales,
si se los sabe oler, gustar, tocar, oír...

Qué vale nada lo que tú. Rebosa
la eternidad tu vaso,
llueve su vino sobre nuestra carne.
Una concha roída
por los gusanos de tu mar, un poco,
de cal, y bruma, y nácar,
pude hacernos llorar,
ensancha las fronteras
del alma, desmorona
los muros negros de la realidad.
Que vale nada, todo,
lo que tú, playa mía,
lirio de arena, selva
de círculos de oro,
túnica ardiente, pálida campana,
palacio sumergido,
inolvidable...
(José Hierro)


Archipiélago. Friedrich Hölderlin:
[...]
¿Tornan de nuevo las grullas a ti, las naves el rumbo
tuercen, van de tus playas en pos? ¿ Serenas y ansiadas
brisas llegan al plácido mar, y al sol asomando
del abismo el delfín, luz nueva inunda su dorso?
¿Jonia brilla? ¿Tiempo es ya? Pues es primavera,
y ha tornado a nacer la vida en todos los seres,
y hay en los hombres amor, y tiempos áureos se evocan;
¡vengo en tu paz a ti, oh poderoso, a loarte!

¡Oh venerable!, descansas aún viviendo a la sombra
de tus montes; aún tus brazos jóvenes ciñen
amorosos tu tierra, y a tus hijas, ¡oh padre!
de tus islas radiantes aún ninguna perdiste.
Creta vive, y Salamis, que frescos laureles circundan.
Y alza, en medio de rayos, y a la hora del orto la testa
resplandeciente Delos, y Tenos y Kíos
frutas purpúreas guardan: y de embriagadas colinas
mana el vino de Chipre, y de Kalauria descienden
ríos de plata que van a las véteras aguas del padre.
Todas viven, las islas que un día engendraron los héroes.
Y año tras año irradian y si una vez, del abismo
liberado, el fulgor de la noche, la interna borrasca
a una de ellas sorprende y en tu seno a los hombres sepulta,
tú, tú en cambio pervives, deidad, pues sobre la oscura
sima, por ti mucho viose nacer y mucho morir.(...)

(...)Entonces, ¡oh amigos de Atenas, oh gestas de Esparta,
cara primavera de los griegos! Si llega
a nuestro otoño, tornad y mirad, espíritus todos
del mundo que fue, ¡pues el fin de los años se acerca!
¡La fiesta también celebrad, oh días de antaño!
A la Hélade miran los pueblos, llorando y cantando
del día orgulloso del triunfo los suaves recuerdos.

¡Floreced entre tanto, mientras los frutos maduran,
oh jardines de Jonia! ¡Floreced en las ruinas de Atenas!
¡Ocultad a los días futuros el duelo!
¡Coronad con eterno verdor, oh laureles, los túmulos
de los muertos, allá en Maratón, donde tantos
victoriosos soldados cayeron, o allá en Keronea,
cuyos campos los últimos atenienses sin armas
huir vieron del día fatal de la afrenta, allá donde
de la cima hasta el valle trenos se escuchan, y el canto
del destino las aguas vagabundas entonan!

Mas, oh tú, de los mares señor inmortal, aunque el canto
de de los griegos no más, como antaño, en tus olas te loe,
canta en mí más y más; que el espíritu impávido
de los mares, al modo de los nautas, disfrute
su solaz, y la lengua de los dioses distinga,
y el vaivén de las horas; y así, si el tiempo voraz
sobreviene a segar la miseria y los yerros
de mi vida mortal, y entre los muertos a hundirla,
que la paz en el fondo de tus abismos encuentre.
(Friedrich Hölderlin, versión de Otto de Greiff)


Declaración de amor. Efraín Huerta:
[...] pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del mar
y en sus bosques de helechos,
en la superficie del mar
con barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.
[...]
(Efraín Huerta)


Ella. Vicente Huidobro:
[...]
Reía como el mar que siente carbones en su vientre
Como el mar cuando la luna se mira ahogarse
Como el mar que ha mordido todas las playas
El mar que desborda y cae en el vacío en los tiempos
de abundancia.
[...]
(Vicente Huidobro)


Ahogada. Juan Ramón Jiménez:
¡Su desnudez y el mar!
Ya están, plenos, lo igual
con lo igual.
La esperaba,
desde siglos el agua,
para poner su cuerpo
solo en su trono inmenso.
Y ha sido aquí en Iberia.
La suave playa céltica
se la dio, cual jugando,
a la ola del verano.
(Así va la sonrisa
¡amor! a la alegría)
¡Sabedlo, marineros:
de nuevo es reina Venus!
(Juan Ramón Jiménez)


Sobre el mar. Keats:
No cesan sus eternos murmullos, rodeando
las desoladas playas, Y el brío de sus olas
diez mil cavernas llena dos veces, y el hechizo
de Hécate les deja su antiguo son oscuro.
Pero a menudo tiene tan dulce continente,
que apenas se moviera la concha más menuda
durante muchos días, de donde cayó cuando
los vientos celestiales pasaron, sin cadenas.
Los que tenéis los ojos dolientes o cansados,
brindadles esa anchura del Jnar, como una fiesta ;
y los ensordecidos por clamoreo rudo
o los que estáis ahitos de notas fatigosas,
sentaos junto a una antigua caverna, meditando,
hasta sobresaltaros, como al cantar las ninfas.
(John Keats)

Otra versión: Al mar:
Eternos suspiros mantiene rodeando costas
desoladas, y con su poderosa ondulación
colma veinte mil cavernas, hasta que el hechizo
de Hécate les deja su antiguo sonido indistinto.

A menudo se encuentra de tan gentil temperamento
que apenas si se mueve, a la concha más pequeña
durante días, de donde una vez callase, cuando
por última vez se desataran los vientos del cielo

¡Oh vosotros que tenéis los ojos vejados y cansados,
alegráoslos con la amplitud de la mar!
¡Oh vosotros que tenéis los oídos aturdidos con el rudo

rugido demasiado hartos de empalagosa melodía,
sentaos a la boca de una vieja caverna y meditad
hasta que os sobresalte, cómo si las ninfas del mar cantasen!.
(John Keats)


La gota de agua y el Océano. Omar Khayyam:
La gota de agua del mar,
desprendida y solitaria,
en playa inhospitalaria,
triste se puso a llorar.

El Océano al sentir
tan tierna lamentación
de aquella separación,
la piedad le hizo sonreír.

-«Hija mía, entre los dos
hay una sola unidad,
y sobre esta inmensidad
no hay más grandeza que Dios.

«Entre tu cuerpo y el mío
nunca la extensión verás:
nadie medirá jamás
la inmensidad del vacío».
(Omar Khayyam)


Detenida en el hueco de tu espacio. Concha Lagos:
Detenida en el hueco de tu espacio,
fácil a la impaciencia de tu mano,
en el juego incansable, agua y luz,
de la arena y la ola por la playa.

Encendida de ti, llama en tu fuego,
varada ya en tu orilla, puerto y ancla,
presintiendo las cifras de la resta,
mientras sumo otra vez amor y duda.

Otra vez a volar, redoble, vuelo.
A contra luz voltean las campanas
el alegre repique de esta tarde
en vuelo por el aire de tu torre.
(Concha Lagos)

Otra vez:
Otra vez a soñar desde el oscuro
imposible por qué, mano tendida,
intentando apresar amor y vida,
fijarle a lo inseguro lo seguro.

Otras veces cabalgando hacia tu muro,
soledad que me tiras de la brida,
seguidora incansable de mi huida,
vencedora en la lucha en que perduro.

Otra vez a mirar arena y cielo
en tu playa sin fin siempre desnuda,
bebiéndome el silencio que te nombra.

Otra vez como ayer perdido el vuelo
por el salto hacia atrás de miedo y duda,
seguida y seguidora de tu sombra.
(Concha Lagos)


Amor, dardo escondido. Claudia Lars:
[...]
La noche del suspiro
duele por dentro en sal desesperada;
la sombra que respiro
como noche salada,
es mi propia tiniebla apasionada.

Para nombrarte quiero
playa ceñida de aventadas olas;
el paraje severo
sin flor de caracolas:
¡isla de estar y de llorar a solas!
[...]
(Claudia Lars, de Sobre el ángel y el hombre)

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