Yo me pregunto así, de qué manera. Julia Prilutzky:
Yo me pregunto así, de qué manera
recomienza aquel cántico olvidado,
surge aquel horizonte
de una distante playa sin reparo.
De qué extraña manera
los labios se entreabren o se pliegan
y las manos adquieren un tremendo
rebrotar de caricias.
Por qué, en alguna hora,
nada es más importante que pensarlo,
como un arroyo terco
sobre la tierra.
[...]
(Julia Prilutzky)
A una onda. Miguel Rash-Isla:
Onda del mar, padezco tu
inquietud: a tu modo
vibro, sollozo, canto, me agito sin cesar;
como tú no hallo nunca concreción ni acomodo,
como tú sufro el signo turbulento del mar.
Caprichosos, volubles, inconformes con todo,
cambiamos, sin que cambie nuestra vida al cambiar;
¿dóndé estará la playa, dónde estará el recodo
tranquilo en que podamos sin morir reposar?
La lumbre te embellece con un prisma risueño,
cual sonrosan mi alma la ilusión y el ensueño,
mas tu prisma y mi sueño son mentira no más.
¿Quién sospecha tus rumbos? ¿Quién mis dudas resuelve?
Tú eres lo que en la orilla dice adiós y no vuelve...
Yo lo que al despedirse no ha de volver jamás.
(Miguel Rash-Isla)
El pecado. Luis Rosales:
[...]
Entonces conseguiste llegar hasta la playa
y allí,
junto a lo libre,
para que todo acabara de una vez,
para no seguir siendo una niña distinta,
una niña lacrada,
te hincaste de rodillas en la linde de la marea,
y te bañaste poco a poco,
y te bañaste lustralmente,
para lavar entre las olas
ese pecado que es más viejo que el mundo,
ese pecado que nunca echa raíces,
ese pecado virgen que consiste en no ser culpable y nadie
quiere perdonar.
(Luis Rosales, 1976)
La ola inmóvil:
[...]
ascendiendo de la sombra a la luz,
y nunca acaba su ascensión,
su encendimiento gradual,
y el pulso empieza en las estrellas,
y la creación del mundo se suspende hasta que ya en el mar
sólo queda una ola,
sólo cabe una ola que al llegar a la playa queda en vilo,
sabiendo
que no puede romper sino acabándose.
(Luis Rosales, 1977)
En su clara verdad. Jorge Rojas:
[...]
Y prometo también que los pequeños
cálices que florecen en su lengua,
y los racimos de viscosos jugos
que cogen los sabores y los hacen
una insistente flora submarina
donde recuerda el beso los corales,
no me darán su hiel de verde espada,
ni sus dulces violines derretidos,
ni las rendidas sales de su llanto,
ni el limón sorprendente a que sabía
la piel bajo los vellos que ocultaban
su minuciosa red de escalofríos.
Y prometo arrojar sobre una playa
-a orillas del silencio y del sollozo-
el caracol sin mar de mis oídos,
para olvidar su voz entrecortada
por sirenas de música y espumas
de risa en las riberas de su labio.
[...]
(Jorge Rojas)
Las bodas del mar. Salvador Rueda:
Ya acudes a tu cita misteriosa
con el inquieto mar, luna constante,
y asoma las playas de Levante,
hostia de luz, tu cara milagrosa.
En la onda azul, cual nacarada rosa,
se abre tu seno con pasión de amante,
y dibuja un reguero rutilante
tu pie sobre la espuma en que se posa.
El agua, como un tálamo amoroso,
te ofrece sus cristales movedizos
donde tiendes tu cuerpo luminoso.
Y al ostentar desnuda tus hechizos,
el mar, con un abrazo tembloroso,
te envuelve en haz de onduladores rizos...
El copo:
Tíñese el mar de azul y de
escarlata;
el sol alumbra su cristal sereno,
y circulan los peces por su seno
como ligeras góndolas de plata.
La multitud que alegre se desata
corre a la playa de las ondas freno,
y el musculoso pescador moreno
la malla coge que cautiva y mata.
En torno de él la muchedumbre grita,
que alborozada sin cesar se agita
doquier fijando la insegura huella.
Y son portento de belleza suma:
la red, que sale de la blanca espuma:
y el pez, que tiembla prisionero en ella.
(Salvador Rueda)
Canción de infancia. Carlos Sahagún:
Para que sepas lo que fui de niño
voy a decirte toda la verdad.
Para que sepas cómo fui, aún guardo
mi retrato de entonces junto al mar.
Playa de arena, corazón de arena
hubiera yo querido en tu ciudad.
Que te faltase como me faltaba
-le llamaron post-guerra al hambre- el pan.
Tú con tu casa de muñecas vivas
llenando los rincones de piedad.
Yo, capitán con mi espada de palo,
matando de mentira a los demás.
Si hubieras sido niña rodeada
por todas partes, ay, de soledad,
yo te habría buscado hasta encontrarnos,
hasta ponernos los dos a llorar.
Juntos los dos. Que tu madre nos diga
aquel cuento que no tiene final.
Despertar de la infancia no quisimos
y no sé quién nos hizo despertar.
Pero hoy, que hemos crecido tanto, vamos,
dame la mano y todo volverá.
Somos dos niños que a la vida echaron.
Muchacha -niña-, empieza a caminar.
Playas de Exmouth:
Me pregunto si un hombre, ante estas playas,
tiene derecho a que se acuerden
de su amor, de lo que antes pronunciaron
sus labios, de sus pasos por los caminos
con sol, o de sus manos
que en la noche se hundían alguna vez, o iban
entrelazadas a las tuyas
como a un presente vivo de cristales.
Y si así fuera, si tú me esperaras,
he de tender los brazos en este mar del norte
y arribaría a ti.
Porque si en este instante tú estás allí con
caracolas,
acercando tu olvido a mis palabras,
y si las sientes como verdaderas,
yo no estoy olvidado.
Diez, doce barcas de los pescadores,
como atadas también a mi esperanza,
están aquí y están tirando
de mí mismo, o quizá
no estén tan cerca y sí en la lejanía.
Mi corazón podría recordarlas,
llevarlas a otro tiempo.
Barcas que vi a tu lado una mañana,
en España, a dos pasos
de la felicidad de estar contigo.
Un niño miraba el mar:
De tierra adentro tu ancho corazón,
tu estar serena. ¿Pero has visto el mar?
Te contaré que soy el mar y puedes
creerme. Allá en mi patria, cuando había
un niño solo junto al mar, viniste.
Como la ola de la playa, alegre
entrabas por mi corazón, lo mismo
que la ola en la playa. Y era yo,
con mis castillos en la arena, era
yo quien te recibía y te ponía
nombre de ave. Con el agua azul
te bautizaba: «'Tú serás la flor,
la golondrina que va y viene». ¡Cómo
voló tu corazón en torno mío!
De mar adentro. Y ya te conocía,
pluma de ave que se va, campana
que ahora suena. Es ahora. ¿y aún no has visto
el mar? Yo soy el mar. Puedes creerme.
Como la ola de la playa, puedes,
debes creerme así. Vuelen tus alas,
sufra la luz el roce de tu cuerpo,
y yo en lo hondo de tu cuerpo viva,
hondo muchacho que una tarde buena
se acercó a ti, se emocionó a tu lado.
Desembarco:
Perdida la ocasión en las batallas,
años después, hombres y niños esperábamos
un desembarco salvador.
Se poblaban las playas de miradas,
los sueños, de navíos.
Pero nadie venía a destruir
la tiranía del silencio.
Nada en el horizonte de color Normandía.
Sólo espuma en la orilla y tierra inhóspita
bajo los pies descalzos, anhelantes
y acobardados.
(Carlos Sahagún)
Horizontal, sí, te quiero. Pedro Salinas:
[...]
Horizontal es la noche
en el mar, gran masa trémula
sobre la tierra acostada,
vencida sobre la playa.
[...]
Renacimiento de Venus:
[...]
Las últimas congojas de la ola
playa se las consuela.
Tanto sollozo en leve espuma acaba,
y la espuma en la arena.
Le basta un color solo a tanto espacio,
sin vela que disienta.
El mar va por el mar buscado azules
y a un azul los eleva.
[...]
El filósofo y la pulga. Félix María de Samaniego:
[...]
El cangrejo, en la playa envanecido,
Mira los anchos mares, persuadido
A que las olas tienen por empleo
Sólo satisfacerle su deseo,
Pues cree que van y vienen tantas veces
Por dejarle en la orilla ciertos peces.
[...]
Alga quisiera ser. Angel González:
Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.
(Angel González, de Aspero mundo)
La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar.
Hace vibrar árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje
los objetos que duermen en la playa.
(José Hierro)
Salir para la playa:
Coger la toalla y salir para la playa.
Esa era la felicidad.
Casi todo lo demás es mentira.
La toalla, la arena, el salitre,
las horas que no cuentan,
improvisar cualquier comida,
el olor de la crema protectora,
y luego llegar a casa, ducharte,
salir a tomar una cerveza
o ver atardecer desde una terraza.
Y a lo mejor escribir un poema como este,
tan sencillo que parece mentira
que no lo recuerde luego todo el tiempo.
(Santiago Gil, 2017)
Las sombrillas de playa:
Seguirán volando las gaviotas
por estas mismas playas
y seguirá el rugido del mar
y el olor a sebas y a marisco.
Imagina este paisaje sin nosotros,
armoniosamente equilibrado
con sus lluvias y sus solajeros
y con el incesante ir y venir de las olas.
Todo estaba así cuando llegamos.
Tú y yo solo ponemos las sombrillas.
(Santiago Gil, 2015)
Coincidencias:
Coincido con el mar.
A veces ni siquiera me asomo para verlo.
Siento sus corrientes en mi sangre
y aquieta mi ánimo la calma de sus aguas.
Incluso en las ciudades sin océanos
reconozco la bajamar y la pleamar,
y casi toco con la punta de los dedos
esa arena que luego llevo conmigo a todas partes.
También el horizonte se confunde con mi propia mirada.
Y sigo la estela de barcos que viajan hacia ninguna parte.
(Santiago Gil, 2016)
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