Travesía hasta Canarias (1983):
Cuatro días después seguíamos sin poder tomar la posición. Según la navegación por estima, debíamos estar lo bastante cerca de las Canarias como para ir afinando el aterrizaje. Con un pequeño transistor trazamos unas marcaciones a una emisora comercial de radio en Canarias, cuyo resultado fue que había que variar el rumbo y ponerse a una ceñida amplia para arrumbar hacia la Graciosa, al norte de Lanzarote. En medio de las olas que parecían querer reventar sobre el velero, Txotxua, el piloto de viento, llevaba perfectamente el rumbo.
Comenzó a llover muy fuerte y la mar se fue calmando. Al amanecer amainó la lluvia, y alrededor de las diez: ¡Tierra a la vista!
Mayi saltaba de alegría. Había sido su primera travesía larga, y habíamos pasado seis días sin ver tierra, en una navegación de estima muy prolongada, en la que los pequeños errores se habían ido sumando hasta convertirse en uno grande. Además, el cielo cubierto nos había impedido utilizar el sextante.
Vimos primero un peñón solitario: el Roque del Este; después, una sinuosa línea de altas montañas: los volcanes de Lanzarote. Al acercarnos más, fuimos identificando cada montaña, cada pueblo. Arrumbamos luego al sur, hacia Arrecife, donde fondeamos en el muelle de las Bolas.
(Santiago González Zunzundegui, Aventura a toda vela)
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