Una visita al Mar:
Ah, el Mar. Me parece que me sonríe; unas veces sin enseñar sus dientes pero otras...
Me acuerdo aquel día. Su inmensa tranquilidad se transformaba, ya en la orilla, como grandes olas. Un deseo que sólo se apacigua estando en él.
Al entrar te conviertes en el invitado de honor. Tu presencia le es grata; y tú se lo debes agradecer. Antes de sentarte en el "hall" te hace algunas preguntillas, para formalizar... Una vez presentados, empieza el baile. Y cuando te empuja, síguelo. Pero eso sí, sin miedo.
Poco despues, sabrás que es un bromista. Alguna que otra zancadilla. Lo normal. Lo curioso es que siempre es el mismo tipo de zancadilla, pero su dominio son palabras mayores. Y despues de muchas caídas sabes que el nerviosismo no es grato en su casa. Te hará salir de ella. Sin darte cuenta aprendes a controlar tu misma furia, tu miedo, tu inseguridad. El Mar es un amigo. Para lo que quieras él estará ahí. Todas las respuestas están en él.
Y aquel día me enteré de algo. Todas las respuestas..., menos dos...No sabe que es el Principio ni tampoco el Fin. (Stark Hoffmann 1995)
La carta esférica:
Antes de observar a hurtadillas a Tánger, que sentada a la misma mesa de la terraza conversaba con Lucio Gamboa, director del observatorio de San Fernando, donde los tres habían pasado parte del día. Gamboa era capitán de navío de la Armada, pero vestía de paisano con camisa a cuadros, pantalón caqui y unas alpargatas de lona muy viejas y descoloridas.
Nada en él delataba su filiación castrense: rechoncho, calvo, locuaz, con una descuidada barba entrecana y unos ojos claros de normando, el suyo era un aspecto desaliñado y cordial. Hablaba sin mostrar signos de fatiga desde hacía horas, mientras Tánger planteaba preguntas, asentía o tomaba notas.
Sólo hay un viaje que harás gratis. Coy volvió a mirarse las rayas de la mano, diciéndose una vez más que quizás debería haber dejado que la gitana se la leyera. En caso de no gustarle el pronóstico, pensó, siempre podía uno rectificar a su gusto las rayas con una hoja de afeitar, como aquel otro marino de papel y tinta, Corto Maltés, alto, guapo y con su arete de oro en la oreja, al que no le hubiera importado nada parecerse cada vez que notaba fijos en él los ojos de Tánger. Ojos que a veces dejaban de atender a las explicaciones de Gamboa para posarse en Coy un momento, inexpresivos, serenos; constatando que seguía allí y que nada estaba fuera de control. (A.Pérez Reverte)
El túnel. Ernesto Sábato, 1977):
He pasado tres días extraños: el mar, la playa, los caminos me fueron trayendo recuerdos de otros tiempos. No sólo imágenes: también voces, gritos y largos silencios de otros días. Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estoy preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza.
El mar está ahí, permanente y rabioso. Mi llanto de entonces, inútil; también inútiles mis esperas en la playa solitaria, mirando tenazmente al mar. ¿Has adivinado y pintado este recuerdo mío o has pintado el recuerdo de muchos seres como vos y yo?
Pero ahora tu figura se interpone: estás entre el mar y yo. Mis ojos encuentran tus ojos. Estás quieto y un poco desconsolado, me mirás como pidiendo ayuda.
(Sábato)
Derrota veneciana en Curzola:
Las noticias se anticiparon a la flota y a esta altura todos conocen los hechos. Saben de los muertos principales, del furor de los venecianos, que eran más y daban por segura la victoria, de las miles de bolas de fuego que arrojaban los mangoneles, de las flechas que oscurecían el aire y del ruido aterrador de los espolones traspasando los cascos. La batalla pasó a ser de todos, se la cuenta y se la oye contar en el interior de las casas, los pórticos, los playones de los caravaneros, los bancos y los mercados. Cinco semanas atrás, frente a la isla de Curzola, en el Adriático, Venecia, la altiva, la que se llama a sí misma la novia del mar y que cada año celebra con él sus esponsales, fue derrotada en sus propias aguas por los genoveses, que ahora vuelven a casa con las presas ganadas. En tiempos en que las guerras se dicen santas, ellos creen que también esta batalla se ganó con la bendición divina. La victoria coincidió con la víspera de la Natividad de la Virgen, por lo tanto la Virgen misma, como recompensa a sus plegarias, que los genoveses nunca le han hecho faltar, como tampoco cirios, trajes de seda y brazaletes de oro, les ha concedido el regalo de dieciocho galeras enemigas hundidas en batalla, sesenta y seis capturadas y destruidas allí mismo, en las playas de Curzola, siete mil venecianos muertos y otros tantos capturados, que ahora, al desfilar por la Ripa y las calles, ofrecen un espectáculo soberbio y una advertencia al mundo de qué cosas Génova es capaz. Sí, María se había portado bien con ellos. De aquí en más recibirá la ofrenda de un nuevo manto de oro para cada aniversario.
El relato de la batalla se mezcla con otros relatos, los contiene y abraza, los embellece y los talla para la historia como inscripciones en la piedra. El de Ottaviano, el hijo del almirante, es uno. En mitad de la refriega cayó malherido sobre el puente de la nave, murió en brazos del padre, que ordenó arrojar el cuerpo al mar para no hacer peligrar el desenlace de la batalla. «En la patria no habrías tenido sepultura mejor», dicen que le dijo Lamba al hijo muerto. Ese relato viene pegado a otro, es su par, no menos terrible: durante el viaje de regreso, Andrea Dandolo, el almirante veneciano, aprovechando un descuido de los guardianes, se arrojó contra el banco de los remeros al que estaba encadenado y se partió el cráneo en pedazos. (G.Montes y E.Wolf, El turno del escriba)
La Libertad iluminando el mundo:
Muchas promesas incumplidas y algunos sueños realizados.
Al menos es una posibilidad que ya es más que lo que dejaron
en la ingrata tierra que los parió.
Se resistieron a la llamada de mirar a atrás presintiendo su peligro y el dolor que podría traer.
Cambiaron lo más suyo como familia, idioma, vecinos y paisajes por nuevas costumbres, comidas, calles y celebraciones. El olor de la fumigación pasa a ser parte de la maleta y un recuerdo tan propio como ella misma.
● Dadme a vuestros seres pobres y cansados. Dadme esas masas ansiosas de ser libres, los tristes desechos de costas populosas. Que vengan los desamparados, que las tempestades batan.
¡Mi antorcha alumbra un umbral dorado! (Emma Lazarus)
Dibujar lo desconocido con la fe como guía:
Agarrarse a las creencias antes que a la evidencia.
Centrarse en la Biblia y no en la obra física que Dios construyó.
Mezclar mitos, tradiciones y fantasías con los hechos hasta que no puedan distinguirse.
Llamar herejía a la palabra de marinos y sabios que contradicen la literalidad de los antiguos textos de inspiración divina. Los hechos explicados con tintes fantásticos, a la hora de capturar la atención del que escucha, tienen un efecto más poderoso que lo anodino.
El viejo capitán Angelo Oso y su menuda tripulación:
Ada y yo lo habíamos elegido rey de nuestros juguetes, de los soldaditos y de las muñecas. La vejez, desfigurándolo, lo había vuelto aún más venerable. Había adquirido una peculiar y claudicante autoridad, e iba ganando cada vez más a medida que, como héroe de muchas batallas, perdía un ojo o un brazo.
Le dábamos la vuelta al taburete, que se convertía en un barco, un velero pirata o una embarcación verniana con la proa y la popa cuadradas: Angelo Oso se sentaba al timón, y ante él embarcaban para aventuras lejanas los soldaditos de Bengodi con el Capitán La Patata, más importantes, por su tamaño, aunque más cómicos, que sus conmilitones serios, los soldaditos de barro, ya más inválidos que Angelo, algunos sin la cabeza o una extremidad, y de sus carnes de material comprimido, quebradizo y ya desteñido, sobresalían garfios de alambre, como si fueran muchos John Silver el Largo. Mientras la gloriosa embarcación zarpaba hacia el Mar del Cuartito, recorría el Océano del Pasillo y arribaba al Archipiélago de la Cocina, Angelo sobresalía entre sus súbditos liliputienses, pero esta desproporción no nos molestaba porque exaltaba su gulliveriana majestad. (Umberto Eco, La misteriosa llama de la reina Loana)
Marco Rosi:
La emigración por motivos económicos produce numerosas situaciones familiares muy duras. Supone casi siempre una opción forzosa cuando una economía nacional en crisis no ofrece a sus hijos ninguna alternativa a la pobreza. La imagen de un país difícilmente puede quedar airosamente bien reflejada cuando no logra cubrir las necesidades básicas de sus habitantes.
Contra viento y marea:
Fue la etapa más dura, no por las condiciones metereológicas, sino porque el barco estaba muy zurrado y la tripulación era prácticamente nueva... Las averías se sucedían, las velas se rompían con extraordinaria facilidad y la adaptación de los nuevos tripulantes se hacía francamente
difícil, a pesar de su buena voluntad. La parte final la hicimos con un viento completamente invernal, empezamos a navegar viento en popa con sureste de fuerza 8-9, hasta llegar el día 27 de marzo al través del faro de la isla de Ouessant. En aquel momento habíamos cubierto nuestra
vuelta al mundo. Durante las últimas millas, la depresión llegó más fuerte y violenta,
entrando en el canal de la Mancha con una mar blanca y un frío intenso.
El día 28 de marzo, finalmente, avisamos la isla de Wight, y en una navegación de gran precisión, una noche lluviosa de clima británico, cruzamos la línea de llegada a las 23 horas. El sueño se había hecho realidad. De Portsmouth a Portsmouth, cabo de Hornos por babor, era ya parte de
nuestra historia. Habíamos dado la vuelta al mundo. (Enrique Vidal)
Hielo flotante:
La visibilidad era muy reducida; el frío, intensísimo. Navegábamos con viento de poniente de 35 a 40 nudos con el génova atangonado. Marco Facca iba al timón. De repente se produjo un estallido: en una orzada se había partido en dos el génova 4. Instintivamente y a toda velocidad me dirigía a proa para tratar de arriar los trozos que quedaban de esa vela. Enrico, el otro tripulante de guardia, bajó al pañol de velas para preparar un foque e izarlo enseguida. En aquel momento le grité: ¡Enrico, mira a proa! Un hielo flotante de cuatro metros de diámetro y uno de altura
se hallaba justo en proa. Ya no podía hacer nada, ni había nada que hacer. Íbamos navegando a 7 u 8 nudos, sólo con la mayor y grité fuerte al timonel: ¡Orza violentamente! En aquel momento Marco orzó, agradeciendo que me oyera. Logramos pasar a unos diez metros a barlovento de aquel glowler, o hielo flotante, que son los más peligrosos, ya que apenas se ven. Fue verdaderamente milagroso que Enrico y yo lo lográsemos ver en plena noche. (Enrique Vidal)
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