Francisco Vázquez de Coronado:
Gobernador de la provincia del Norte de Nueva España, llegó a
México en
1535. Había desempeñado una brillante carrera pero no le resultó suficiente. Anhelaba el oro y la gloria con que fueron premiados
Cortés y Pizarro. Rumores cada vez más insistentes habían circulado ya desde tiempo atrás en torno a otro reino de riqueza fabulosa, al norte de la frontera de México, más allás del desierto: las legendarias Siete Ciudades de Cibola. En 1539, Mendoza, virrey de México, había enviado a un franciscano, Marcos de Niza, a verificar la verdad que pudiera estar detrás de la leyenda. No supo localizar Cibola, pero regresó con noticias excitantes: según su informe, había ciudades más grandes y más suntuosas que Tenochtitlan, edificios de piedra de hasta diez plantas de altura, templos con fachadas cubiertas por turquesas. Y, por supuesto, oro en cantidades mucho mayores que la de los tesoros de Atahualpa. Los informes del fraile coincidían perfectamente con lo que Mendoza deseaba oír,, de modo que inmediatamente pasó a organizar una expedición por todo lo alto. La jefatura de la expedición fue confiada a Coronado.
En febrero de 1540 estaba todo listo para la partidade 250 jinetes, unos setenta soldados de a pie y mil indios, seguidos por un inmenso rebaño de ganado, que emprendió el camino a Cibola. Marcos de Niza, con la cruz en el puño, encabezaba la procesión. Si Coronado se viera en aprietos, podría virar hacia el golfo de California, donde estaría a la espera una flotilla de apoyo. El hipotético lugar de encuentro se fijó en la desembocadura del río Colorado, cuya situación los españoles conocían de forma aproximada.
La expedición avanzó con lentitud, e hicieron falta cuarenta días para llegar a Culiacán, la avanzadilla más septentrional de los territorios españoles. El paisaje se tornaba más desolado cada día que pasaba. Hombres y animales padecían sed, la marcha adquirió tientes de pesadilla. Los indios que le salieron al pasose mostraron amistosos, pero no ofrecieron comida a los extranjeros armados, y tampoco dieron muestras de tener noticia de las grandes ciudades ni del oro. Pasado el valle del río Sonora, Marcos de Niza había prometido una tierra rica de verdor y campos irrigados. En realidad la expedición estaba a punto de internarse en el desierto de Arizona. Los hombres estaban exasperados y sólo gracias a la autoridad de Coronado pudo salvarse el fraile del linchamiento. El 8 de julio, la columna por fin alcanzó la región habotada por los indios zuñi, aunque el pueblo Hawikuh, con sus casas aterrazadas, a las que se accedía mediante escalerillas de cuerdas, distaba mucho de lo que esperaban encontrar los españoles.
Tras tres meses de penalidades no había ninguna legendaria ciudad de oro ante sus ojos desencantados, tan sólo una miserable aldea de chabolas de adobe. Los indios se mostraron hostiles y los atacaron como posesos. Tras una breve pero sangrienta batalla Cibola fue conquistada y Coronado, herido por una flecha en el pie, entró en la ciudad. Saltaba a la vista que Marcos de Niza había mentido: los reinos de los que tanto hablase no se encontraron por ninguna parte, ni tampoco las ciudades bulliciosas, el oro, las piedras preciosas. En recompensa por todo ello, los españoles pudieron al menos aplacar el hambre al saquear el pueblo durante un par de meses.
Exploraciones:
Entretanto envió a sus lugartenientes a explorar las vastas regiones circundantes. Díaz llegó hasta la desembocadura del río Colorado, para descubrir tras una prolongada espera que la flotilla de apoyo había regresado a México. López de Cárdenas, rumbo al oeste, descubrió el Gran Cañón: un gran río, el omnipresente Colorado, fluía por la garganta espectacular, una de las más profundas del mundo. Algunos hombres se empeñaron en descender por las paredes del gran abismo, pero sin éxito. Alvarado, por su parte, había regresado de su viaje de reconocimiento con noticias más interesantes: había seguido el valle del río Grande, descubriendo otros pueblos y penetrando hasta las regiones del ganado (búfalos) de las grandes llanuras del Medio Oeste del continente norteamericano. Lo acompañaban algunos guías que le aseguraron que aún más al oeste se encontraba un reino llamado Quivira: allí los españoles habían encontrado el oro que tan ardientemente anhelaban. Coronado decidió pasar el invierno a orillas del río Grande, cerca de los pueblos de Tigeux, donde abundaba el alimento.
Infructuosa búsqueda de Quivira:
En abril de 1541, la expedición emprendió la búsqueda de Quivira: los guías llevaron a los españoles más allá de los montes de la Sangre de Cristo y el valle del río Pecos, hasta alcanzar las vastas llanuras de Kansas. Los indios de las llanuras eran muy distintos de los que habían encontrado hasta la fecha. Eran nómadas que vivían en tiendas y cazaban los búfalos, tan abundantes por aquellas regiones. Coronado avanzó hasta el territorio de los wichita. Quivira no existía. La expedición de nuevo fue un fracaso absoluto. Todo lo que les quedaba por hacer a los españoles era regresar. Tras otro invierno en el río Grande, la expedición regresó a México. No existía un Eldorado en el norte, aunque Coronado al menos estableció las bases de la futura colonización del sudoeste norteamericano, que habían de dominar los españoles durante los dos siglos siguientes.
(Fuente: P.Novaresio)
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