PROYECTO SER
Alargamiento de la vida



Alargamiento de la vida:
La vejez es una enfermedad de incidencia universal. Nada puede detener la debilidad progresiva, el aumento de la fragilidad de los huesos, la pérdida de vigor de los músculos, la rigidez de las articulaciones, el descenso de los reflejos, la debilidad de la vista y la declinante agilidad de la mente. La velocidad a que esto tiene lugar es, de algún modo, más baja en unos que en otros, pero, ráìdo o lento, el proceso es inexorable. Quizá la Humanidadno debiera quejarse demasiado clamorosamente sobre este punto. Si la vejez y la muerte tienen que llegar inevitablemente, lo cierto es que lo hacen con una lentitud infrecuente en el reino animal. En general, el límite de la vida de los mamíferos está relacionado con su tamaño. El mamífero más pequeño, las musarañas, puede vivir año y medio, y la rata vive 4 ó 5 años. El conejo vive 15 años; el perro, 18; el cerdo, 20; el caballo, 40, mientras que el elefante puede alcanzar los 70 años de vida. Ciertamente, cuanto más pequeño es el animal, más rápidamente vive -más rápido es su ritmo cardíaco, por ejemplo. Puede compararse una musaraña con un ritmo cardíaco de 1.000 pulsaciones por minuto, a un elefante , que tiene un ritmo de 20 pulsaciones por minuto. En realidad, los mamíferos, en general, parecen vivir, en el mejor de los casos, tanto tiempo como le lleva a su corazón latir unos mil millones de veces. Sin embargo, de esta regla general, el hombre es la excepción más asombrosa. El ser humano es mucho más pequeño que el caballo y considerablemente más pequeño que el elefante; sin embargo, ningún mamífero consigue vivir tanto tiempo como él. Incluso sin tener en cuenta las leyendas sobre edades avanzadas, procedentes de diversas áreas rurales, donde no ha sido posible realizar registros precisos, existen datos razonablemente convincentes de límites de vida superiores a los 115 años. Los únicos vertebrados en conseguir esto son, sin duda, cierta tortugas grandes de lentos movimientos. [...]

Si algunos organismos tienen más recursos que otros para retrasar el envejecimiento, no parece erróneo suponer que sea posible aprender el método y mejorarlo. ¿No sería, entonces, curable la vejez? ¿No podría llegar la Humanidad a disfrutar de una longevidad enorme o incluso, de la inmortalidad? El optimismo a este respecto se ha generalizado entre ciertos grupos humanos. Los milagros médicos en el pasado parecen ser heraldos de milagros ilimitados en el futuro. Y si atal cosa es cierta... ¡uno se avergúenza de vivir con una generación que no sabe cómo curar el cáncer, o la artritis o el envejecimiento! Por consiguiente, hacia finales de la década de 1960, se inició un movimiento cuyos mantenedores propugnaban la congelación de los cuerpos humanos en el momento de la muerte para conservar lo más intacta posible la maquinaria celular hasta el venturoso día en que tuviese cura todo cuanto había causado la muerte de los individuos congelados. Entonces éstos serían reanimados y se les podría dar salud, juventud, felicidad... Hasta la fecha, no ha habido el menor indicio de que se pueda devolver la vida a un cuerpo muerto ni deshelar un cuerpo congelado -aun cuando estuviese vivo en el momento de la congelación para insuflarle el hálito vital. Los que abogan por tal procedimiento (criogenia) no prestan gran atención a los trastornos que pudieran originarse en la circulación de cuerpos muertos devueltos a la vida... ¡el ansia egocéntrica de inmortalidad impera sobre todo! La congelación de cuerpos para mantenerlos intactos posee escaso sentido, incluso aunque fuera posible reanimarlos. Sería una pérdida de tiempo. Hasta ahora, los biólogos han tenido mucha más fortuna con el desarrollo de organismos completos, grupos de células especializadas. Al fin y al cabo, las células epidérmicas y renales possen un equipo genético tan completo como el de las demás y como el que tuvo, en primer lugar, el óvulo fecundado. Las células son elementos especializados porque neutralizan o activan en grado variable los diversos genes. Ahora bien, ¿no sería posible desneutralizar o desactivar los genes? ¿No podrían éstos transformar entonces su propia célula en el equivalente de un óvulo fecundado y crear de nuevo un organismo, es decir, un organismo idéntico -en términos genéticos- a aquél del cual han formado parte? Sin duda este procedimiento de clonación ofrece más promesas para una preservación, por así decirlo, de la personalidad (si no de la memoria). En lugar de congelar su cuerpo entero, ¡secciónese el dedo pequeño del piey congélese eso! Pero ¿acaso deseamos realmente la inmortalidad... bien sea mediante la criogenia o el cloning o la simple inversión en cada individuo del fenómeno llamado envejecimiento? Hay pocos seres humanos que no aceptasen gustosamente la inmortalidad, una inmortalidad libre, hasta cierto punto, de achaques, dolores y efectos del envejecimiento. Pero supongamos, por un momento, que todos fuéramos inmortales. Evidentemente, si hubiera pocas defunciones o ninguna sobre la Tierra, también habría pocos nacimientos o ninguno. Sería una sociedad sin niños. Al parecer, eso es fatídico; una sociedad deficientemente egocéntrica para aferrarse a la inmortalidad no titubearía ante la necesidad de eliminar por completo la infancia. Pero ¿le serviría de algo? Sería una sociedad compuesta por los mismos cerebros, fraguando los mismos pensamientos, ateniéndose a los mismo hábitos sin variación alguna, de forma incesante. Recordemos que el niño posee un cerebro no sólo joven, sino también nuevo. cada recién nacido (exceptuando los nacimientos múltiples de individuos idénticos) posee una dotación genética sin la menor similitud con la de cualquier otro ser humano que haya vivido jamás. Gracias a los recién nacidos, la Humanidadrecibe una inyección constante de combinaciones genéticas innovadoras; por tanto, se allana el camino para un perfeccionamiento y desarrollo crecientes. Sería prudente hacer descender el nivel de natalidad, pero, ¿nos conviene anularlo totalmente? Sería muy grato eliminar las dolencias e incomodidades de la vejez, pero vetustos, cansinos, hastiados, siempre igual, sin dar entrada jamás a lo nuevo y lo mejor? Tal vez la inmortalidad ofrezca peores perspectivas que la propia muerte. (Asimov)


La muerte como simple cesación:
Platón afirmó que la filosofía es una meditación de la muerte. Toda vida filosófica, escribió después Cicerón, es una commendatio mortis. Veinte siglos después Santayana dijo que "una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte". Según estas opiniones, una historia de las formas de la "meditación de la muerte" podría coincidir con una historia de la filosofía. Ahora bien, tales opiniones pueden entenderse en dos sentidos. En primer lugar, en el sentido de que la filosofía es o exclusiva o primariamente una reflexión acerca de la muerte. En segundo término, en el sentido de que la piedra de toque de numerosos sistemas filosóficos está constituida por el problema de la muerte. Sólo este segundo sentido parece plausible. Por otro lado, la muerte puede ser entendida de dos maneras. Ante todo, de un modo ambiguo; luego, de una manera restringida. Ampliamente entendida, la muerte es designación de todo fenómeno en el que se produce una cesación. En sentido restringido, en cambio, la muerte es considerada exclusivamente como la muerte humana. Lo habitual ha sido atenerse a este último significado, a veces por una razón puramente terminológica y a veces porque se ha considerado que sólo en la muerte humana adquiere plena significación el hecho de morir. Esto es especialmente evidente en las direcciones más "existencialistas" del pensamiento filosófico, no sólo las actuales, sino también las pasadas. En cierto modo, podría decirse que el significado de la muerte ha oscilado entre dos concepciones extremas: una que concibe el morir por analogía con la desintegración de lso inorgánico y aplica esta desintegración a la muerte del hombre, y otra, en cambio, que concibe inclusive toda cesación por analogía con la muerte humana.

Una historia de las ideas acerca de la muerte supone, en nuestra opinión, un detallado análisis de las diversas concepciones del mundo -y no sólo de las filosofías- habidas en el curso del pensamiento humano. Además, supone un análisis de los problemas relativos al sentido de la vida y a la concepción de la inmortalidad, ya sea bajo la forma de afirmación, o bien bajo el aspecto de su negación. En todos los casos, en efecto, resulta de ello una determinada idea de la muerte. Nos limitaremos aquí a señalar que una dilucidación suficientemente amplia del problema de la muerte supone un examen de todas las formas posibles de cesación aun en el caso de que, en último término, se considere como cesación en sentido auténtico solamente la muerte humana. De este examen resulta, por lo pronto que hay una distinta idea del fenómeno de la cesación de acuerdo con ciertas últimas concepciones acerca de la naturaleza de la realidad. El atomismo materialista, el atomismo espiritualista, el estructuralismo materialista y el estructuralismo espiritualista defienden, en efecto, una diferente idea de la muerte. Ahora bien, ninguna de estas concepciones entiende la muerte en un sentido suficientemente amplio, justamente porque, a nuestro entender, la muerte se dice de muchas maneras, (desde la cesación hasta la muerte humana), de tal modo que puede haber una forma de muerte específica para cada región de la realidad. La analogia mortis que con tal motivo se pone de relieve puede explicar por qué -para citar casos extremos- la concepción atomista materialista es capaz de entender el fenómeno de la cesación en lo inorgánico, pero no el proceso de la muerte humana, mientras que la concepción estructuralista espiritualista entiende bien el proceso de la muerte humana, pero no el fenómeno de la cesación en lo inorgánico. No se trata, pues, de adoptar una determinada idea del sentido de la cesación en una determinada esfera de la realidad y aplicarla por extensión a todas las demás esferas -por ejemplo, de concebir la muerte principalmente como cesación en la naturaleza inorgánica y luego de aplicar este concepto a la realidad humana; o, a la inversa, de partir de la muerte humana y luego concebir todas las demás formas de cesación como especies, por acaso "inferiores", de la muerte humana-. Se trata más bien de ver de qué distintas maneras "cesan" varias formas de realidad y de intentar ver qué grados de "cesabilidad" hay en el continuo de la Naturaleza. En El ser y la muerte (1962), el autor de la presente obra ha formulado varias proposiciones relativas a la propiedad "ser mortal", donde la expresión 'ser mortal' resume cualquier modo de dejar de ser: "(1) Ser real es ser mortal; (2) Hay diversos grados de mortalidad, desde la mortalidad mínima a la máxima; (3) La mortalidad mínima es la de la naturaleza inorgánica; (4) La mortalidad máxima es la del ser humano; (5) Cada uno de los tipos, de ser incluidos en 'la realidad', es comprensible y analizable en virtud de su situación ontológica dentro de un conjunto determinado por dos tendencias contrapuestas: una que va de lo menos mortal a lo más mortal y otra que recorre la dirección inversa". Lo que se llama "muerte" es entendido aquí como un fenómeno o una "propiedad", que permite "situar" tipos de entidades en el citado "continuo de la Naturaleza".

Ha sido común estudiar filosóficamente el problema de la muerte como problema de la muerte humana. En la actualidad abundan los estudios biológicos, psicológicos, sociológicos, médicos, legales, etc. sobre la muerte, con atención a casos concretos, a los modos como en distintas comunidades y en diferentes clases sociales se hace frente al hecho de que los seres humanos mueren. Estos estudios son importantes, porque ponen de manifiesto que la muerte humana es un fenómeno social, a la vez que un fenómeno natural. Por eso se tiene en cuenta no solamente los "moribundos" y los "fallecidos", sino también los sobrevivientes. La investigación propia a que antes nos referimos no deja de lado los citados estudios, pero atiende a la noción de "muerte" (o de "cesación") como noción filosófica y no solamente como un fenómeno humano. En lo que toca al último se han contrapuesto dos tesis extremas: según una de ellas, la muerte es simple cesación; según la otra, la muerte es "la propia muerte", irreductible e intransferible. Estimamos, por nuestro lado, que la llamada "mera cesación" y la muerte "propiamente humana" funcionan a modo de conceptos-límite. De la muerte humana se puede decir que es "más propia" que otras formas de cesación, pero, a menos de cortar por completo la persona humana de sus raíces naturales, debe admitirse que tal propiedad no es nunca completa. Junto a una investigación filosófica de la muerte, puede procederse a una descripción y análisis de las diversas ideas que se han tenido acerca de la muerte en el curso de la historia, y en particular en el curso de la historia de la filosofía. Puede entonces examinarse la idea de la muerte en el naturalismo, en el estoicismo, en el platonismo, en el cristianismo, etc. También pueden estudiarse las diversas ideas de la muerte en diversos "círculos culturales" o en varios períodos históricos. En la mayor parte de los casos este estudio va ligado un examen de las diversas ideas acerca de la supervivencia y la inmortalidad. (José Ferrater Mora)

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