Psiquiatría:
Las experiencias controladas de las ciencias son muy difíciles de aplicar en psiquiatría -de las que el psicoanálisis es sólo una técnica más-, que ha ayudado a muchos pacientes pero no ha obtenido curas espectaculares ni ha reducido notablemente la incidencia de la enfermedad mental. Tampoco ha desarrollado una teoría que abarque todos los distintos aspectos de ésta y sea aceptada de forma general. Existen numerosas escuelas de psiquiatría. Los tranquilizantes reciben gran aceptación entre los consumidores, y para gran parte de ellos se convierten en una panacea para olvidarse de todos sus problemas. En la actualidad en España se consume al día 1,3 ansiolíticos por persona.
La hipnosis y el comienzo del psicoanálisis:
En 1850 , un cirujano británico llamado James Braid dio nuevo auge al hipnotismo (fue el primero en usar este término) como procedimiento útil en medicina, y otros médicos también lo adoptaron. Entre ellos se encontraba un doctor vienés llamado Josef Breuer, quien, hacia 1880, empezó a usar la hipnosis específicamente para tratar los trastornos nerviosos y emocionales. El hipnotismo se conocía desde tiempos antiguos y había sido usado a menudo por los místicos. Pero Breuer y otros empezaron ahora a interpretar sus efectos como prueba de la existencia de un nivel inconsciente de la mente. Motivaciones de las que el individuo era incosciente, se hallaban enterradas ahí, y podrían ser puestas al descubierto mediante la hipnosis. Era tentador suponer que estas motivaciones eran suprimidas por la mente consciente, debido a que se hallaban asociadas a los sentimientos de vergüenza o de culpabilidad, y que podían explicar un comportamiento sin finalidad alguna, irracional o incluso vicioso.
Breuer empleó el hipnotismo para demostrar las causas ocultas de la histeria y otros trastornos del comportamiento. Trabajaba con él un discípulo llamado Sigmud Freud. Durante varios años trataron a pacientes, sometiéndolos a una ligera hipnosis y alentándoles a hablar. Hallaron que los pacientes exponían experiencias o impulsos ocultos en el inconsciente, lo cual a menudo actuaba como un catártico, haciendo desaparecer sus síntomas después de despertarse de la hipnosis.
Freud llegó a la conclusión de que prácticamente la totalidad de los recuerdos y motivaciones reprimidas eran de origen sexual. Los impulsos sexuales, convertidos en tabú por la sociedad y los padres del niño, eran profundamente sumergidos en el incosnciente, pero aun así intentaban hallar expresión y generaban intensos conflictos que eran sumamente perjudiciales por no ser reconocidos y admitidos.
En 1864, después de romper con Breuer debido a que éste no estaba de acuerdo con su interpretación de que el factor sexual era la casi exclusiva causa desencadenante, Freud siguió solo su tarea, exponiendo sus ideas acerca de las causas y tratamiento de los trastornos mentales. Abandonó el hipnotismo y solicitaba de sus pacientes que hablaran de una forma casi al azar, es decir, diciendo aquello que surgiera en sus mentes. Cuando el paciente apreciaba que el médico prestaba una atención positiva a todo lo que decía, sin ninguna censura de tipo moral, lentamente -algunas veces muy lentamente-, el individuo empezaba a descubrir, a recordar cosas reprimidas desde hacía tiempo y olvidadas. Freud denominó psicoanálisis a este lento análisis de la psique.
La dedicación de Freud al simbolismo sexual de los sueños y su descripción de los deseos infantiles para sustituir al progenitor del mismo sexo en el lecho marital (complejo de Edipo en el caso de los muchachos y complejo de Electra en las muchachas) horrorizó a algunos y fascinó a otros. En la década de 1920, después de los estragos de la Primera Guerra Mundial y entre los ulteriores estragos de la prohibición en América y los cambios en las costumbres en muchas partes del mundo, los puntos de vista de Freud fueron bien acogidos y el psicoanálisis alcanzó la categoría de casi una moda popular. [...]
Sin embargo, todo hace suponer que no está lejos el día en que se darán cuenta de que la psiquiatría verdaderamente científica supone un buen conocimiento de los procesos profundos e inconscientes de la vida psíquica. (Sigmund Freud)
La enfermedad mental grave adopta varias formas, que se extienden desde la depresión crónica a una total separación de la realidad, en un mundo en el que algunos, al menos, de los detalles no corresponden a la forma como la mayoría de las personas ven las cosas. Esta forma de psicosis se denomina en general esquizofrenia, término introducido por el psiquiatra suizo Eugen Bleuler. Esta palabra abarca tal multitud de trastornos, que no puede ser descrita como una enfermedad específica. Cerca del 60% de todos los pacientes crónicos en nuestros frenocomios son diagnosticados como esquizofrénicos.
(Asimov)
Resistencia al análisis:
La presión sobre la frente del enfermo no es sino una habilidad para sorprender al yo eludiendo así, por breve tiempo, su defensa. Pero en todos los casos algo importantes reflexiona enseguida el yo y desarrolla de nuevo toda su resistencia.
Indicaremos las diversas formas en las que esta resistencia se exterioriza. En primer lugar, la presión fracasa a la primera o segunda tentativa, y el sujeto exclama, decepcionado: Creía que se me iba a ocurrir algo, pero nada se ha presentado. El paciente toma ya, así, una actitud determinada, pero esta circunstancia no debe contarse aún entre los obstáculos. Nos limitamos a decirle: No importa; la segunda vez surgirá algo. Y así sucede, en efecto. Es singular cuán en absoluto olvidan, con frecuencia los enfermos -incluso los más dóciles e inteligentes- el compromiso solemne contraído al comenzar el tratamiento. Han prometido decir todo lo que se les ocurriera al poner nuestra mano sobre su frente, aunque les pareciera inoportuno o les fuera desagradable comunicarlo; esto es, sin ejercer sobre ellos selección ni crítica alguna. Pero jamás cumplen esta promesa, que parece superior a sus fuerzas. La labor analítica queda constantemente interrumpida por sus afirmaciones de que otra vez vuelve a no ocurrírseles nada, afirmaciones a las que el médico no debe dar crédito ninguno, suponiendo siempre que el paciente silencia algo, por parecerle nimio o serle desagradable comunicarlo.
Manifestándolo así al enfermo, renovará entonces la presión hasta obtener un resultado. En tales casos, suele el sujeto añadir: Esto se lo hubiera podido decir ya la primera vez. ¿Y por qué no lo dijo? Porque suponía que tenía relación alguna con el tema que tratábamos. Sólo al ver que volvía a surgir una y otra vez es cuando me he decidido a decírselo, o Porque creí que no era lo que buscábamos y esperaba poder evitarme el desagrado que me produce hablar de ello. Pero cuando me di cuenta de que no había medio de alejarlo de mi pensamiento, resolví decírselo. De este modo delata el enfermo, a posteriori, los motivos de una resistencia que al principio no quería reconocer, pero que no puede por menos que oponer a la investigación psíquica.
Es singular detrás de qué evasivas se oculta muchas veces la resistencia: Hoy estoy distraído. Me perturba el tictac del reloj o el piano que suena en la habitación de al lado. A estas aseveraciones he aprendido ya a contestar: Nada de eso. Ha tropezado usted ahora con algo que no le es grato decir y quiere eludirlo. Cuanto más larga es la pausa entre la presión de mi mano y las manifestaciones del enfermo, mayor es mi desconfianza y más las probabilidades de que el sujeto esté dedicado a arreglar a su gusto la ocurrencia emergida, mutilándola al comunicarla.
Las manifestaciones más importantes aparecen a veces -como princesas disfrazadas de mendigas- acompañadas de la siguiente superflua observación: Ahora se me ha ocurrido algo, pero no tiene nada que ver con lo que tratamos. Se lo diré a usted, sólo porque lo quiere saber todo. Después de esta introducción surge casi siempre la solución que veníamos buscando desde mucho tiempo atrás. De este modo, extremo mi atención siempre que un enfermo comienza a hablarme despreciativamente de alguna ocurrencia. El hecho de que las representaciones patógenas parezcan, al resurgir, tan exentas de importancia, es signo de que han sido antes victoriosamente rechazadas. De él podemos deducir en qué consistió el proceso de repulsa: consistió en hacer de la representación débil, despojándola de su afecto.
Así, pues, reconocemos el recuerdo patógeno, entre otras cosas, por el hecho de que el enfermo lo considera nimio, y, sin embargo, da muestras de resistencia al reproducirlo. Hay también casos en los que el enfermo intenta todavía negar su autenticidad: Ahora se me ha ocurrido algo, pero seguramente me lo ha sugerido usted. Una forma especialmente hábil de esta negación consiste en decir: Ahora se me ha ocurrido algo, pero me parece que no se trata de un recuerdo, sino de una pura invención mía en este momento. En todos estos casos me muestro inquebrantable, rechazo tales distingos y explico al enfermo que no son sino formas y pretextos de la resistencia contra la reproducción de un recuerdo que hemos de acabar por reconocer como auténtico.
(Freud, La Histeria)
Serotonina:
Los tranquilizantes son sedantes, pero con una cierta diferencia. Reducen la ansiedad, sin deprimir apreciablemente otras actividades mentales. No obstante, tienden a crear somnolencia y pueden ejercer otros efectos indeseables. Pero se halló que constituían una ayuda inapreciable para sedar y mejorar de su dolencia a los dementes, incluso a algunos esquizofrénicos. Los tranquilizantes suprimen ciertos síntomas que se oponen al tratamiento adecuado.
La reserpina resultó tener una gran semejanza con una importante sustancia del cerebro. Una porción de su compleja molécula es bastante similar a una sustancia llamada serotonina. la serotonina fue descubierta en 1948, y desde entonces ha intrigado sumamente a los fisiólogos . Se demostró su presencia en la región hipotalámica del cerebro humano y también diseminada en el cerebro y el tejido nervioso de otros animales, inclusive los invertebrados. Lo que es más importante, otras sustancias que afectan al sistema nervioso central presentan gran parecido con la serotonina. Una de ellas es un compuesto del veneno de los sapos llamado bufotonina. Otra es la mescalina, la sustancia activa de los botones de mescal. La más dramática de todas es una sustancia llamada dietilamida del ácido lisérgico (conocida popularmente como LSD). En 1943, un químico suizo llamado Albert Hofmann llegó a absorber parte de este compuesto en el laboratorio y experimentó extrañas sensaciones. Desde luego, lo que él creyó percibir mediante sus órganos sensoriales no coincidió desde ningún concepto con lo que nosotros tenemos por la realidad objetiva del medio ambiente. El sufrió lo que llamamos alucinaciones, y el LSD es un ejemplo de lo que se denomina hoy día un alucinógeno.
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La serotonina (que es estructuralmente similar al aminoácido triptófano) puede ser escindida por una enzima llamada aminooxidasa, que existen en las células cerebrales. Supongamos que esta enzima es bloqueada por la acción de una sustancia competidora con una estructura similar a la serotonina -por ejemplo el ácido lisérgico-. Cuando se elimine de este modo la enzima degradante, la serotonina se acumulará en las células cerebrales, y su concentración aumentará sumamente. Esto trastornará el equilibrio de serotonina.
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