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Piratas franceses



Piratas Franceses:
Francois l'Olonnais (Sean David Nau)(?-1669):
Siendo apenas un muchacho fue enviado como trabajador forzoso a la Martinica. Tras cumplir los años de servicio obligatorio se trasladó a la isla de La Hispaniola y se unió a los bucaneros de la zona. Ingresó como marinero y debido a su valor y aptitudes, el gobernador de Tortuga, la Place, lo puso al mando de un barco. El comienzo de su carrera asaltando numerosos barcos españoles le fue muy provechoso. Alcanzó gran fama por su extrema crueldad con los prisioneros. Una tormenta que le sorprendió en el Yucatán hizo naufragar a su barco, aunque casi toda la tripulación logró alcanzar la orilla donde fue atacada por los españoles. Todos sus hombres resultaron muertos excepto él que se escondió entre los cadáveres camuflándose con sangre y arena. Disfrazado de español, entró en la ciudad de Campeche en fiestas. Se celebraba la muerte del cruel pirata. Convenció a unos esclavos franceses para que lo acompañaran en canoa de vuelta a Tortuga, donde robó un barco que utilizó para asaltar Los Cayos, Cuba. El gobernador de La Habana, ordenó la preparación de un barco bien armado para su búsqueda y captura, con órdenes de colgar a toda la tripulación y regresar con l'Olonnais encadenado. Cuando ambos barcos se encontraron, los piratas se lanzaron al abordaje y mataron a toda la tripulación española excepto a uno, portador del mensaje para el gobernador de que en el futuro, l'Ollonnais pensaba matar a todo español con el que se tropezara. Más tarde se unió a Michel de Basco y organizó una expedición de 8 barcos y 400 hombres que partió en 1667 rumbo a Maracaibo. Antes de llegar a esta localidad, destruyó el fuerte que guardaba la entrada al "lago". Los habitantes habían huido a la selva donde eran capturados para ser torturados con el fin de que revelaran el lugar donde se encontraban los objetos de valor. Tras esta sangrienta ocupación marcharon a Gibraltar, que se rindió tras la pérdida de 500 hombres. Después de varias semanas de terror abandonaron el lugar con el botín (260.000 piezas de a ocho y numerosos lingotes de plata) rumbo a la isla pirata de Corso.

Continuó asediando las costas de Nicaragua y durante el ataque de San Pedro, para recabar información sobre rutas y defensas mató gran número de españoles. A los últimos que dejó con vida los aterrorizó extrayéndole el corazón a un compañero y masticándolo ante ellos como una fiera. Su fin llegó en las costas de Honduras cuando su barco quedó encallado en un banco de arena. Construyó durante seis meses un nuevo barco. Sus planes de marchar sobre Cartagena no se pudieron realizar porque fue capturado y muerto por un grupo de nativos de Darién.

Jean Lafitte (Saint Malo 1781-1819):
Se embarcó a la edad de trece años. Saliendo de Sand Heads, en 1807, abordó al buque Queen East Indiaman, de 40 cañones y con 400 hombres. Se convirtió en el terror de los enclaves británicos en la India. Pasando el cabo de Buena Esperanza y tras cargar oro en polvo, marfil y aceite de palma en el Golfo de Guinea, regresó a Saint Malo. Marchó de nuevo a Guadalupe que, durante uno de sus viajes, fue tomada por los británicos, lo que le obligó a marchar a Cartagena. Participó en el bloqueo de enclaves realistas británicos, capturando numerosos prisioneros que trasladó a Barrataria (parte de la costa entre Louisiana y la desembocaduras del Mississippi). Se unió a las tropas de los Estados Unidos en su lucha con los británicos a cambio del perdón del presidente Madison. En 1819 el general Long le encarga patrullar con 5 barcos y 300 hombres. El buque de los Estados Unidos Lynx captura un barco de Lafitte que había participado en el saqueo de una plantación en el río Marmento. Los Estados Unidos, una vez firmada la paz con los británicos, veían con gran recelo las actividades ilegales a las que Lafitte se seguía dedicando. El barco Alabama, de los Estados Unidos capturó un buque de Lafitte al mando de su subordinado Le Fage. En Nueva Orleans, el juez Hall de los Estados Unidos, sentenció a muerte a 16 de sus hombres capturados. Perseguido y expulsado de la isla Barrataria arma un nuevo buque y se dedica a la piratería contra todas las naciones. Lafitte Murió en la cubierta de su barco luchando contra un buque de guerra británico que patrullaba el golfo de Méjico. Aunque un trozo de metralla le partió el hueso del pie izquierdo y tenía una herida de sable en el abdomen, aprovechó sus últimas fuerzas para rematar al capitán de la nave asaltante.


Ataques franceses durante el reinado de Felipe II:
Las expediciones de los franceses tienen otro carácter: no son, como las inglesas, estimuladas solamente por la sed de oro y por el odio sectario a España, sino que en sus organizadores se advierte una mayor alteza de miras. Hay en los franceses un deseo de fundar y colonizar que no se percibe nunca en los atrevidos marinos británicos, cuyos solos estímulos son la destrucción de la obra de España y el saqueo. Ya hemos hablado de los intentos de Coligny de establecer colonias de hugonotes en la Florida y de cómo el adelantado Pedro Menéndez de Avilés hizo fracasar estos conatos. En 1572 una flota de calvinistas franceses se situó frente a Puerto Cabello, y más adelante, en 1595, piratas de la misma nacionalidad consiguieron entregar al saqueo esta posición española. Las expediciones francesas, menos importantes, fueron más peligrosas a la larga, pues la política de Francia en los últimos años del siglo XVI consistió en tomar posiciones en las Pequeñas Antillas, despreciadas y abandonadas por España, para establecer en ellas centros de organización de ataques a la América española. Ingleses y holandeses siguieron esta misma táctica, y de aquí la inexplicable permanencia, a tan poca distancia de La Habana, de Santo Domingo y de Puerto Rico, de estos centros de piratería internacional organizada, que era continuo sobresalto de los colonos y de los marinos españoles. Un historiador español, Rumeu de Armas, ha demostrado que las atrevidas hazañas de los corsarios fueron posibles mediante la complicidad de algunos españoles que, vendidos a Inglaterra, revelaban el secreto de las rutas o se avenían a servir de pilotos a los más crueles enemigos de su religión y de su patria. Los holandeses, que habían de ser atrevidísimos corsarios, iniciaron sus expediciones hacia 1600, pero no se lanzaron de lleno a este provechoso oficio hasta algunos años después, cuando la tregua con España alejaba el peligro de las costas neerlandesas. (Marqués de Lozoya)


Levasseur se hace fuerte en Tortuga (1640):
Los bucaneros empezaron a medrar a mediados del siglo XVII. Fueron expulsados de La Española y arrojados a una vida desesperada. Encontraron refugio en Tortuga, unas cuantas millas al oeste. [...] Aquí se establecieron y se construyeron un fuerte. Durante un año o dos todo parecía ir muy bien en la pequeña colonia, hasta que un buen día una fuerza española enviada de Santo Domingo cayó sobre ella y la extirpó. Los españoles no permanecieron largo tiempo allí, y tras su partida los bucaneros empezaron otra vez a derivar hacia Tortuga. No fue sino unos cuantos años más tarde, en 1640, que los genuinos bucaneros arraigaron y florecieron allí, por largos intervalos, durante unos ochenta años. En este año un francés de San Cristóbal, M.Levasseur, calvinista, hábil ingeniero y valeroso caballero, formó compañía con otros cincuenta compatriotas y correligionarios y emprendió un ataque por sorpresa contra Tortuga. La empresa fue afortunada, y sin grandes trabajos los franceses se apoderaron de la isla. Lo primero que hizo el nuevo gobernador fue construir un sólido fuerte en una alto farrallón de rocas, artillándolo. En esta fortaleza emplazó su casa de vivienda y la llamó El Palomar. El único medio de llegar hasta el pináculo era trepando por escalones tallados en la piedra y subiendo escalas de hierro. Apenas se habían terminado estas construcciones cuando un desprevenido escuadrón español se presentó en el pequeño puerto, donde fue recibido con tal fuego desde El Palomar, que varios buques zozobraron y los demás tuvieron que darse a la fuga. (P.Gosse)


Programa imperialista de Luis XIV (segunda mitad s.XVII):
Durante su reinado (1643-1715) logró los objetivos de alcanzar las fronteras naturales de Francia en los Pirineos y en el Rihn, supremacía militar y sumisión de la nobleza mediante la consumisión de recursos en defensa. Logró organizar un potente ejército (70.000 efectivos al principio del reinado y 500.000 al final). Se mejoraron la disciplina y el cuadro de mandos. La artillería se desarrolló bajo un control centralizado, en cantidad y efectividad. El empleo del fusil de pedernal con bayoneta acoplada, acabó con la distinción clásica entre piqueros y mosqueteros. Vauban rodeó la frontera de una red de plazas fortificadas, mediante originales dispositivos de defensa. Según las circunstancias y los recursos disponibles se emplearon distintas formas de expansión. El imperialismo jurídico consistía en la interpretación favorable de los tratados diplomáticos al amparo de su ambigüedad. El imperialismo diplomático buscaba impresionar a Europa con una política de prestigio: primacía de los embajadores franceses en el extranjero, derecho de los barcs franceses al primer saludo en alta mar. El imperialismo económico favorecía el contrabando con los países extranjeros, imponía elevadas tarifas a sus productos o llegaba a prohibir su entrada en el país. El imperialismo militar era el recurso siguiente. Para la mentalida aristocrática de la época, la guerra era una función natural, que sujetó a la nobleza arruinándola, mientras que los enormes efectivos del ejército, al final del reinado restaron brazos al campo y crearon una sorda oposición popular al imperialismo real. Para reducir los perjuicios de la guerra, los administradores del ejército real procuraron crear una administración independiente, construyendo cuarteles y almacenes para víveres y forrajes; pero las aldeas tenían que alojar obligatoriamente a las tropas, proporcionando además sal, comida y asiento a la lumbre. estas obligaciones pasaron más tarde a las ordenanzas de los ejércitos de todo el mundo.

Numerosos conflictos:
La guerra de Devolución (1667-1668). Al morir Felipe IV, el rey francés reclamó a España parte de los Países Bajos como compensación por la falta de pago de la dote de su mujer María Teresa, hija del rey español. La negativa española no impidió la fácil ocupación de los Países Bajos por el ejército francés. Las potencias europeas, alarmadas, firmaron la Triple Alianza de la Haya (Holanda, Suecia e Inglaterra) y obligaron a Luis XIV a firmar la paz de Aquisgrán por la que se devolvía a España todo lo conquistado, excepto algunas plazas flamencas. La guerra con Holanda (1672-1678). Francia tenía profundos antagonismos religiosos y económicos con Holanda. Para acabar con un peligroso vecino, decidió su invasión. Los holandeses inundaron el país para detener a las tropas francesas. Alemania y España acudieron en su socorro. Pero Luis XIV venció fácilmente a sus aliados y destrozó la flota holandesa. En la paz de Nimega, España fue la única perdedora, al ceder a Francia el Franco Condado y nuevas plazas flamencas. Las reuniones (1679-1684). Ante la oposición europea, Luis XIV busca otros medios de expansión, como las reuniones. Son anexiones territoriales fundadas en la interpretación favorable de tratados diplomáticos. Así se anexionó Alsacia, Estrasburgo y varias plazas próximas al Rihn. El imperio alemán, amenazado por los turcos, se vio obligado a pedir la Tregua de Ratisbona, por la que reconocía ricas reuniones. En 1684 el poderío francés llegó a su cénit pero los últimos años de su reinado fueron sombríos (revueltas populares, derrotas exteriores, crisis económica, muerte del Gran Delfín).

Tras la firma de los tratados de Utrecht y Rastatt, entre 1713 y 1714 Francia deja de ser la gran potencia europea. A principios del s.XVIII el tonelaje mercante de Francia es algo inferior al de Inglaterra. Al declararse (1744) la guerra de sucesión de Austria, Francia tenía 48 navíos, de los cuales la mitad eran inutilizables; los ingleses tenían 96. Las pérdidas del conflicto fueron numerosas pero no definitivas. Los ingleses perdieron 3.238 navíos de comercio y los aliados 3.434. Francia no llegó a hacer los esfuerzos necesarios para una defensa efectiva de sus colonias en las Antillas, Luisiana, Canadá, Surate, Pondichéry, Mazulipatam, Chandernagor, Calicut, Yanaon... La guerra de los Siete Años (1755-1763) supuso para Inglaterra la toma de Canadá, Florida, muchos otros enclaves; y la hegemonía de los mares.


El abordaje de navíos en los ataques piráticos:
Aunque los estados que alentaban el corso y la piratería tuvieran otros objetivos, el aliciente principal de los piratas era el económico. No sólo la mercancía transportada tenía valor. También lo tenían el buque, los esclavos, las piezas de artillería y los viajeros principales intercambiables por un rescate. Los ataques a navíos se dieron a través de muchos siglos en todas las latitudes sin obedecer a un patrón estricto. Los aspectos que determinaban el tipo de ataque eran con frecuencia la velocidad de la presa (relacionada con el tonelaje) y el carácter comercial o militar del barco. La artillería instalada en los navíos destinados a largas travesías podía ser muy variable. Un corsario con marcado carácter oficial no incurría normalmente en los actos brutales típicos de piratas en situaciones desesperadas. Un ejemplo frecuente de estos ataques fue el asalto a galeones españoles durante su regreso de América. El diseño de estos navíos perseguía capacidad de carga sacrificando velocidad. La Corona establecía un exigente dispositivo de defensa que suponía un coste considerable. Los piratas intentaban sacar el mayor partido de cada situación apoyándose en las ventajas que pudiera haber a su favor como velocidad, maniobrabilidad, calado, superioridad numérica, etc. Para hacerse con los metales preciosos y las mercancías de Indias, el abordaje a un barco bien artillado, con el riesgo que conlleva, resulta casi obligado. Los piratas estaban más experimentados en la lucha cuerpo a cuerpo que los marineros a los que atacaban. El rico cargamento que se convertiría en botín constituía un poderoso aliciente que remarcaba su comportamiento osado y violento. Rendir un barco no consistía necesariamente en dejarlo a punto de irse a pique. Desarbolarlo disparando a los palos podía bastar si quedaba impedido para maniobrar.

La falta de espacio condicionaba la lucha cuerpo a cuerpo en el interior de las naves. Se dificultaba la reacción del barco abordado cortando las cuerdas a nivel de la cubierta con una espada. A partir del siglo XVII se usó con cierta frecuencia la espada de abordaje genovesa, de hoja muy ancha en la base y unos 60 centímetros de largo. Permitía golpes sorpresivos con una guarda y un pomo acabados en punta, así como dar golpes con el puño protegido por un guardamano contundente.


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