China: Siglo XIX:
Inestabilidad e insurrecciones (s.XIX):
En 1796 estalló la primera de una larga serie de insurrecciones que culminaron en las devastadoras rebeliones de los Taiping, los Nian y los musulmanes. El resultado fue la ruina y la miseria en todo el imperio: algunas provincias tardaron medio siglo en recuperarse demográfica y económicamente. El extenso país bajo los manchúes todavía conservaba un considerable poder y ejercía su dominio sobre Nepal y Birmania. El perjuicio económico causado por las rebeliones mostraba considerables indicios de una inminente decadencia. Con una población de un millón y medio de habitantes Cantón era en 1800 la ciudad más poblada del mundo. Al embajador británico enviado a la corte de Pekín en 1816 no le fue concedida audiencia y fue despedido. Los británicos introducían opio en grandes cantidades a cambio de unos pagos en plata que perjudicaban a la economía chima. Min-ning, sexto emperador de la dinastía manchú (1821), intentó obstaculizar este comercio que causaba evidentes perjuicios a su país pero los británicos ejercieron toda la presión militar necesaria para mantenerlo. La resistencia del gobierno chino llevó a que los británicos tomasen Cantón y bombardeasen diversos puertos (1841). En 1842 tomaron Shanghai y remontaron el Yangtze. China capituló, cedió Hong Kong, aceptó condiciones comerciales y acordó pagar unas indemnizaciones equivalentes a veinte millones de dólares. Las potencias extranjeras entraron a sus anchas en un país que admitía para ellas la extraterritorialidad, que ponía a sus súbditos por encima de leyes y tribunales chinos. La dinastía manchú aceleró su decadencia. En una situación de humillación, inestabilidad y corrupción se produjo el levantamiento T'ai P'ing, una guerra civil que causó posiblemente unos 20 millones de muertos.
Como consecuencia de las revueltas unos 40 millones de chinos habían fallecido entre 1850 y 1875. Paralelamente, los países occidentales aprovecharon para posicionarse en las costas de China. Este era un enorme mercado potencial para los productos europeos, especialmente el opio que los británicos cultivaban en la India. Pero las diversas prohibiciones de la comercialización y el consumo del opio condujeron a una situación de enfrentamiento directo con Occidente, que culminó en las dos guerras del opio contra Inglaterra y Francia (1839-42 y 1856-60). La derrota infligida a China en ambos conflictos tuvo como consecuencia la firma de diversos tratados desiguales que favorecían los intereses de los países occidentales y ponían fin a la política de cerrojo practicada por China. Así se inició el dominio de los demonios extranjeros sobre la economía, la política y el territorio chinos. El Hijo del Cielo se había convertido en sirviente de Occidente, sin capacidad para responder las duras agresiones internas y externas que habían azotado a China durante ese siglo.
(David Martínez)
Inicio del declive de la dinastía Qing:
Los ingleses deseaban incrementar la apertura comercial de China enviando embajadores ante la corte de Pekín. Los emperadores concedían audiencias en muy raras ocasiones. Los visitantes extranjeros tenían fama de fatar en exceso al elaborado protocolo de la corte. Una de las particularidades de la cultura china es que se consideraba irrespetuosa la mención del nombre propio de un emperador. En ocasiones los aires de grandeza de los enviados ingleses dieron lugar a conflictos diplomáticos de variadas dimensiones. El embajador holandés Isaac Titsingh (1745-1812) tuvo una recepción más amistosa que la recibida por la embajada británica encabezada por Lord George Macartney un año antes. Había llegado a la corte con ocasión de las celebraciones del sesenta aniversario del reinado del Emperador Qian Long. En la segunda mitad de su reinado se empezaron a revelar las debilidades del estado Qing, que iniciaría su declive en el siglo XIX.
En época de guerra las tasas impositivas chinas eran menores a las de las monarquías europeas.
Violenta penetración inglesa (s.XIX):
Había subestimado la fiereza de los habitantes de aquella isla lejana [Inglaterra]. En especial cuando llegaron, algunas décadas más tarde, con sus barcos de vapor.
[En 1837 la reina Victoria sucede a Guillermo IV.]. Hacía tiempo que el comercio limitado con la provincia de Cantón no les resultaba ya suficiente. Sobre todo desde que descubrieron una mercancía que el pueblo chino ansiaba poseer. Era una sustancia tóxica. Un veneno peligroso: el opio. Si se quema y se inhala el humo se tienen hermosos sueños durante un rato. Pero el opio provoca una terrible enfermedad. Quien se habitúa a fumarlo no lo puede dejar; es como la bebida, pero mucho más peligroso. Y ahora, los ingleses querían vender opio a los chinos en cantidades masivas. Las autoridades chinas se dieron cuenta del peligro que aquello entrañaba para el pueblo y lo prohibieron enérgicamente en el año 1839.
Entonces volvieron los ingleses con sus barcos de vapor; esta vez, con cañones a bordo. Subieron aguas arriba por los ríos del país y cañonearon las pacíficas ciudades chinas, reduciendo a cenizas sus magníficos palacios. Los chinos se sintieron estupefactos e impotentes. Tuvieron que hacer lo que los blancos les ordenaron, pagar sumas ingentes de dinero y autorizar el comercio sin restricciones con opio y todas las demás mercancías. No tardó en estallar en China una sublevación iniciada por un príncipe medio loco que se hacía llamar Dai-Ping (Soberano de la paz). Los europeos lo apoyaron; franceses e ingleses invadieron China, bombardearon ciudades y humillaron a los príncipes. Finalmente, en 1860, lograron penetrar por la fuerza en Pekín, la capital de China, donde, en venganza por la resistencia presentada por los chinos, saquearon e incendiaron el magnífico y antiquísimo palacio de verano del emperador, repleto de preciosas obras de arte de los tiempos más remotos del imperio. Aquel imperio extenso, pacífico y milenario había caído en una completa descomposición y confusión y quedó totalmente en manos de los comerciantes europeos. (Gombrich)
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Rebelión bóxer (1898):
En 1898 surge en la empobrecida provincia de Shangdong el movimiento bóxer (en chino Yihetuan, «puños honrados y armoniosos»), rebelión anticristiana.
Dirigieron inicialmente su ira contra los misioneros europeos, decenas de los cuales fueron asesinados; luego, alentados por la emperatriz viuda Cixi, pasaron a sitiar las embajadas occidentales en el corazón de la capital imperial, Pekín, y mataron al embajador alemán. «Esto puede ser —declaró Guillermo cuando partían las fuerzas expedicionarias alemanas— el principio de una gran guerra entre Occidente y Oriente.» Evocando el recuerdo de los hunos del siglo V, instó a sus tropas a «hacer que el nombre alemán se recuerde en China durante mil años a fin de que ningún chino vuelva a atreverse siquiera a mirar a un alemán de reojo»: Tenéis que remediar el grave agravio que se ha cometido ... ¡Estad a la altura de la tradicional determinación de Prusia! Demostrad que sois cristianos ... ¡Dad ejemplo al mundo de virilidad y disciplina! ... No habrá perdón, y no se harán prisioneros. ¡Quien caiga en vuestras manos caerá bajo vuestra espada!
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