Madagascar:
Cuarta isla del mundo en superficie (587.041 km cuadrados). Separada por el canal de Mozambique, cuya anchura oscila entre 400 y 900 km. Está formada por una meseta inclinada que alcanza sus mayores cotas (Tsaratanana, 2.886 m) en el sector oriental. Hacia el oeste, el relieve se hace más suave, alterna serranías y llanos hasta llegar a la llanura costera occidental. Esta, ancha (150 km) y suave, al contrario de la costa oriental, cuenta con numerosos puertos naturales.
El clima es tropical. En las zonas húmedas de la costa oriental predomina la selva tropical, mientras que la sabana y los bosques de árboles achaparrados ocupan gran parte del resto del país.
Tanto la flora como la fauna son muy peculiares. Aunque relacionadas con las del contimente africano, la separación de la isla hace unos 70 millones de años favoreció el desarrollo aislado de diversas especies indígenas. De hecho la isla constituye una región zoogeográfica independiente (región malgache), en la que destacan tres familias de prosimios privativos de la isla, 120 especies de aves, 240 de reptiles (incluyendo 32 de camaleones), 150 de anfibios, etc. La legendaria ave elefante (Aepyornis), que ponía un huevo tres veces mayor que el de un avestruz común, existió hasta el siglo XVII. El celacanto pertenece también a esta región y es originario de las aguas de Madagascar.
La población es de origen africano con importantes influencias árabes hindúes y chinas. Existen 20 tribus malgaches, entre las que destacan los mérinas y témurus (antaimoros).
Antes que los europeos llegaron navegantes árabes e indios y malayos de Java y Célebes, e incluso puede que individuos melanesios y polinesios. Los primeros europeos que dieron noticia de una gran isla al este del continente africano se llamaban Coutinho y Lopes, y eran portugueses. Dos años más tarde, en febrero de 1506, su compatriota Anao Gonçalves, navegante de la India, como ellos, dio a Madagascar el nombre de Isla de Sao Lourenço. en aquella misma época, el capitán portugués Pedro Mascarenhas se apoderó de tres islas, hermosas y fértiles, situadas al este de Madagascar; actualmente llevan los nombres de Mauricio, Reunión y Rodríguez. estas tres islas se convirtieron en ountos de apoyo portugueses. Ingleses y franceses consiguieron el dominio de islas como las de Cosmoledo y Seychelles. En las pequeñas y deshabitadas islas los europeos pudieron establecerse durante cuatro siglos y medio, pero Magadascar ofreció gran resistencia.
Primer asentamiento francés:
En 1642 los franceses enviaron una nave a la costa meridional de Madagascar, construyeron una fortaleza en la bahía de Saint-Luce y desembarcaron veinte colonizadores que, en nombre de Francia, tomaron posesión de la Isla del Defín (así bautizaron aquella isal, en honor del príncipe heredero, el futuro rey Luis XIV). Pero los indígenas se mantenían a distancia y los colonizadores se morían de hambre; y así fue como se les ocurrió la idea de apresar a algunos malgaches y ofrecerlos como esclavos a los holandeses a cambio de víveres. Los indígenas salieron de su actitud reservada y, a la vez, apresaron a algunos franceses. Y cuando seis años más tarde, el almirante Gaston Etienne de Flacourt, acompañado de algunos centenares de colonizadores, llegó como primer gobernador de la isla, tuvo que enfrentarse con una situación bastante enmarañada.
La dulce ilusión de convertir aquella isla tropical, fértil y bien situada, en una Francia de ultramar, ya hacía tiempo que se había desvanecido. El almirante De Flacourt hizo lo que pudo para atenuar las tensiones entre los colonizadores y los indígenas; introdujo en la isla el cultivo del arroz, del tabaco y de la caña de azúcar, hizo explotar algunos minerales y fundir el hierro. Pero no pudo conquistarse a los malgaches (Wendt)
En un viaje a Francia murió asesinado por piratas argelinos y los colonos se rebelaron contra el siguiente gobernador. En la lucha se produjeron numerosas bajas y los indígenas aprovecharon la situación para tomar Fort Dauphin. Asesinaron a la mayoría de los franceses y el resto huyó hacia las costas africanas.
Los franceses la mantuvieron como colonia entre 1896 y 1975. En 1975 una rebelión militar transformó gradualmente el país en estado socialista.
Islas Seychelles. Por José Lozano:
Escondidas en la inmensidad del Océano Indico, a mil quinientos kilómetros del continente africano y tres mil de la costa de India, las islas Seychelles son apenas 115 promontorios de coral o granito esparcidos por los caprichos de la geografía en un área de cuatrocientos mil kilómetros cuadrados.
Granito y coral, roca muerta y roca viva, han producido los dos modelos básicos de isla en las Seychelles. Los granitos, más que masas de piedra, son esculturas modeladas por el viento y las olas, blanqueadas por el mar y por el guano, y cercadas por el verde de la selva virgen, el blanco de la arena de las playas y los azules, turquesas y esmeraldas de un mar tan intenso que hiere la mirada. Los corales emergen lentamente del fondo del océano dando su arquitectura siempre inacabada a arrecifes, atolones y lagunas.
La condición de reliquia de aquel Edén perdido para siempre se re fuerza con el exótico catálogo de las especies vegetales y animales que abarrotan el exiguo territorio del archipiélago. Dos mil especies diferentes de plantas -ochenta de las cuales sólo se encuentran en este lugar del globo-, reflejan en sus nombres el carácter fabuloso de una utopía geográfica más próxima a la delirante imaginación del cuentista que a la precisa elaboración del botánico: madera roja, madera de hierro, madera limón, árbol medusa, alamanda, enredadera coral, flor celeste... Sobre todos ellos reina la palmera, en todas las variedades que la imaginación de la naturaleza ha sido capaz de inventar, creando bóvedas vegetales de atmósfera encantada o reptando sobre las lenguas arenosas de las bahías, sirviendo al ser humano de refugio, de alimento y bebida, de material de construcción, de lecho o de vestido, de combustible, de medicina, de excitante y de cosmético. También la fauna parece arrancada de un fabuloso bestiario medieval antes que de las páginas de un tratado de zoología: desde el enorme murciélago de penetrante chillido conocido como zorro volador a las tortugas gigantes de un metro de altura que llegan a vivir trescientos años; desde la araña palmera de patas amarillas al escarabajo rinoceronte; desde el pez mariposa, el pez Picasso o el pez navaja de afeitar, a pájaros como el rascón áptero de cuello blanco o el papamoscas paraíso de color negro.
La irrupción del hombre en a es cena de este privilegiado decorado se hizo esperar hasta la mitad del tercer acto: refugio para navegantes o guarida de piratas, las islas permanecieron vacantes de propiedad hasta que el 1 de noviembre de 1756 el Capitán Corneille Nicolas Morphey colocó una piedra esculpida con las armas de Francia, enarboló en un mástil el Pabellón del Rey y disparó salvas de artillería mientras daba los vivas de rigor. Tras cuarenta años de administración francesa, comenzaron 160 años de dominio británico, que desembocaron en 1976 en una república independiente, en la que se ha venido ensayando desde hace veinticinco años un curioso modelo de comunismo democrático; profundamente comprometido en la preservación de la riqueza natural del archipiélago, ha limitado drásticamente la masificación del turismo impidiendo, por ejemplo, levantar edificios que sobrepasen la altura de las palmeras circundantes.
De esa intensa travesía por la historia ha resultado la compleja identidad de los habitantes de las islas, una población joven de poco más de ochenta mil habitantes. En su paleta genética se han mezclado el pigmento negro de los descendientes de esclavos y el blanco de los antiguos colonizadores con los amarillos y los sienas de los inmigrantes chinos e indios. Esa combinación ha dado lugar a los más fascinantes matices del crisol racial: blancos coco, oxidados o podridos, criollos mulatos, chinos y malabares comparten una lengua, el Seselwa, una comida en la que se cruzan los sabores de tres continentes, un folklore mestizo y un arrebatado deseo de gozar de la dulzura de la vida.
La Isla de Mahé:
Casi cualquier viaje a las Seychelles empieza, en la isla de Mahé, en Victoria, una de las capitales más diminutas del mundo. Basta recorrer a pie los trescientos metros que separan la Torre del Reloj del Mercado, con la vista puesta en los encajes de madera de las arquitecturas de Albert Street, para tomarle el pulso a la cadencia pausada de la vida de las islas. En torno a la ciudad, apenas unas decenas de kilómetros de caminos y carreteras son suficientes para descubrirnos algunos de los más bellos paisajes del archipiélago: la ruta de la Fôret Noire nos permite abarcar en una sola mirada la profundidad del bosque y la dilatación infinita del mar, antes de desembocar en el arco de arena cegadora rodeado de árboles de Port Launay al borde de un agua transparente, inundada de peces de colores. Al otro extremo de la misma costa, el Camino Dame le Roy nos transporta de la remota soledad del Anse la Liberté a las bahías de Takamaka e Intendence, para dejarse poseer, en una o en otra, por la violencia, cada vez vieja y nueva, cada vez igual y diferente, de un atardecer contemplado en el espejo del mar.
A cuarenta kilómetros al noreste de Mahé, la isla de Praslin tensa, aun más si cabe, los extremos de la belleza en playas de mullido granito y azúcar en polvo, como Anse Lazio y Anse Georgette. Solo diez millas marinas en dirección al norte separan Praslin de la Isla Aride, una de las más deslumbrantes reservas de flora y fauna de todo el archipiélago: en ningún otro lugar del planeta se puede ver crecer espontáneamente la gardenia de Wright o contemplar tal diversidad de lagartos y salamanquesas. Seis millas al este de Praslin, la isla de La Digue custodia en el interior de su casi impenetrable barrera de arrecifes, antiguas plantaciones de cocoteros, pequeños cementerios coloniales y grandiosos decorados cincelados por el agua y el aire en el lugar en el que se golpean furiosamente el mar y las enormes moles fracturadas de la piedra más dura.
Más allá, a menudo inaccesible para la mayoría de los viajeros, asistimos a la apoteosis de la vida animal sobre y bajo los arrecifes de coral: la isla Bird, al norte, concentra en un kilómetro cuadrado más de tres millones de pájaros. Al sur, el atolón de Aldabra encierra la mayor laguna del planeta, un mar elíptico de 30 kilómetros de largo y trece de ancho, abierto sólo al turismo científico. En el del collar calcáreo que separa las aguas exteriores de las interiores viven entre cien y doscientas mil tortugas gigantes, la principal reserva de la especie. Desde Desroches, en el remoto grupo coralino de los Amirantes, se puede extremar hasta el delirio, como en pocos lugares del planeta, la contemplación de la vida en las profundidades marinas. Bajo la superficie del mar, entre las nubes, bajo las palmas o sobre la arena las Seychelles siguen alimentando con la realidad la materia de nuestros sueños.
Islas Andamán:
Situadas cerca de Myanmar. Territorio indio al noreste de Sri Lanka. En tiempos de la colonización británica había 5.000 individuos de la etnia Gran Adamanese famosos por su resistencia a tener contacto con personas ajenas a su comunidad. La población subsiste gracias a los suministros de comida y agua que reciben del gobierno indio por medio de barcos militares. En febrero de 2010 desapareció el último miembro vivo de la etnia Bo, dejando sólo 52 integrantes de la Gran Adamanese. Habitaban las islas desde hace 65.000 años. Fallaron todos los intentos de trasladar a esta población fuera de su territorio. Ninguno de los 150 niños nacidos fuera de las islas sobrevivió más de dos años.
Los gitanos del mar, también conocidos como moken o bajau suelen establecerse en algunas de las islas Andamán y la zona de Borneo.
Los cambios en el entorno les están obligando a abandonar su forma nómada de vida a bordo de sus kabang.
Durante el tsunami de 2004 todos ellos consiguieron salvarse al tomar las medidas de precaución aprendidas en su vida en el mar.
Maldivas:
El archipiélago está formado por 26 grandes atolones que agrupan más de 1.190 islas o islotes, de los que cerca de 300 están habitados de manera permanente o estacional. Constituye el país más bajo del mundo, con un punto culminante que no super los 2,5 metros. Está amenazado por la subida del nivel de los océanos. En 1972 se inició la construcción el primer resort en la isla de Kurumba. Desde entonces la industria del turismo ha crecido rápidamente. Cuando llegó a los 80 resorts recibía 300.000 visitantes al año. Una de sus atracciones es el Ojo de las Maldivas, una formación coralina desarrollada sobre un soporte rocoso que se ha hundido con el paso del tiempo. Sobresale un arrecife anular que rodea una laguna poco profunda.
► Sobre el cambio radical experimentado por los transportes David Attenborough cuenta que durante sus primeros viajes de trabajo solo se podía arribar a Bali por mar y en todo el tiempo que el equipo estuvo allí solo vieron a otro occidental.
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