Viajes
Ruta de la seda



Ruta de la seda:
Plinio se lamentaba (s.I a.C.) de que la demanda de Roma de sedas chinas, cuyo secreto de producción era desconocido en Occidente, era insosteniblemente cara y amenazaba con arruinar al imperio. Probablemente hasta el 90% de las exportaciones chinas consistía en sedas destinadas a un mercado romano cautivado por su belleza. Al mismo tiempo Oriente demandaba mercancías occidentales. Las mercancías intercambiadas eran muy variadas: Alfombras, oro, rubíes, lapislázuli, laca, jade, muselina, algodón, cristal, porcelana y esclavos. Mucho antes de que las perlas fueran cultivadas y su posesión se volviera asequible tenían gran valor como si se tratase de una piedra preciosa. Planco calculó el valor de la perla que disolvió Cleopatra ante Marco Antonio en unos cinco millones de sestercios. Mil años después, bajo la paz mongólica, la ruta comercial se reanudó con mayor caudal pero esta etapa duró apenas cien años (del s.XIII al XIV), hasta que Asia central sufriera en gran escala el pillaje de los bandidos y los nómadas. El deseo de convertir infieles al cristianismo motivó que la vieja ruta sirviera de vía de penetración a religiosos como el franciscano Giovanni de Piano Carpini, que con una escolta de mongoles, viajó casi hasta Karakorum (1246). La crónica de Willem van Ruysbroek (1254) proporcionó mayor número de detalles.

División del Imperio mongol (1280):
El viaje del nestoriano Bar Sauma tropezó con los efectos de pugnas por el control de territorios. En la década de 1280, la Horda Dorada —un estado mongol— controlaba la ruta a Jerusalén, y sus enemigos, los mamelucos egipcios, controlaban Jerusalén y Tierra Santa. Pasar entre estos dos reinos hacía que el viaje fuera una especie de un cruce ilegal de fronteras internacionales. El Imperio Mongol se fracturaba y se hacía más difícil mantener relaciones pacíficas con todas las partes. Gran parte de Asia, Rusia y el Medio Oriente estaba bajo su control, pero el Imperio Mongol no era un estado unificado. Tras la muerte de Gengis y su hijo Ogodei, su imperio fue dividido en cuatro estados: la Horda Dorada de Rusia, el Ilkanato de Persia, el Kanato Chagatai de Asia Central, y el Gran Kanato de China y Mongolia. Las diferentes facciones con frecuencia emprendían guerras contra las otras, y los heterogéneos habitantes de los estados sometidos intentaban mantener la paz con todas las partes.

Samarcanda [Marakanda]:
Es punto de paso de la ruta que sube más hacia el norte de Asia central. Desde Samarcanda Alejandro Magno dirigió columnas de ejército hacia el este y el oeste (al norte de los montes Hindukush), pero no continuó más hacia el norte. Regresó a Bactria y desde allí se dirigió a Kabul antes de atravesar el paso de Khyber hacia el Punjab, al oeste del Indo. Marco Polo, antes de bordear el desierto de Taklimakán, al norte del Tibet, hizo la ruta Balj-Samarcanda-Kashgar. A finales del s.XIII esta ciudad, una de las más antiguas que se han habitado ininterrumpidamente, estaba muy poblada, como observó el veneciano.

Montañas del Hindu Kush:
El viaje de Eric Newby por las montañas del Nuristán (1956) fue relatado en su popular libro Una vuelta por el Hindu Kush. Es un relato agudo y vívido de cómo quedó cautivado por el sobrecogedor paisaje y la cultura local. Hizo este viaje algo improvisado por una zona al noreste de Kabul acompañado por Hugh Carless. Su objetivo era la montaña Mir Shamir (6.096 m) aunque prolongaron el recorrido por el río Pushal hasta Mundui. Con poca experiencia previa hubieron de enfrentarse a comida indigerible, noches heladas, grandes altitudes y mediodías de temperatura abrasadora. Por las montañas del Nuristán no se había aventurado ningún británico desde finales del siglo XIX. Durante su viaje de regreso se encontraron con el experimentado viajero inglés Wilfred Thesiger.

Potencias competidoras (s.XIX):
Después del viaje de Elphinstone a Afganistán (1809) mientras Napoleón intenta amenazar a la India por tierra, los objetivos imperiales de Gran Bretaña tropiezan con los del imperio ruso en Asia central a lo largo de todo el siglo. Una serie de aventureros al servicio del Estado, que adoptan la indumentaria local para pasar desapercibidos, recorren repetidamente el Asia central, Tíbet, las fronteras chinas, Pamir y Persia. Para Gran Bretaña el Raj indio es el punto de apoyo de una política que culmina con su penetración militar en China a mediados del s.XIX. Los rusos se expanden de forma continua hacia el sur (Cáucaso, Asia central y la frontera chino-mongola).

El comercio de la seda:
En la Antigüedad, la seda llega a Europa a través de la Ruta de la Seda, que atraviesa Asia desde la China Interior dividiéndose después en dos rutas alternativas: la del Norte, que se dirige hacia Ferghana, en el actual territorio de Rusia, por el lado norte del Caspio; y la del Sur, hasta Bactria, en Afganistán. En el Imperio Romano, la seda es muy apreciada, llegando a existir decretos de limitar el uso por las damas. Mientras, en China se va perfeccionando el proceso de fabricación para mejorar la calidad de los tejidos. Algunos tejedores chinos son requeridos para enseñar su arte en otras tierras. Yue Huan y Luli pasan una temporada en Bagdad (752-762). A Bizancio, el Bombyx mori llega en tiempo de Justiniano, llevado por monjes sirios, que ocultan los gusanos en cañas de bambú. A través de los árabes, la sericultura llega a la Península Ibérica en el siglo X, pasando a Sicilia e Italia, donde Luca se convierte en el mayor centro de producción de seda. En los siglos XV y XVI, las sedas de China están integradas en el sistema de trueques que se desarrolla en torno a Malaca, puesto estratégico de unión entre Extremo Oriente, Insulindia, India y el Próximo Oriente. A la par que las porcelanas, las sedas forman parte de la carga de los juncos en tránsito por Malaca: piezas de satén, de damasco de flores (muy apreciado en Pegu), de brocado y de brocadillo.

Portugueses:
Cuando comienzan a frecuentar la costa de China y llegan a Japón, los portugueses se introducen en el comercio de la seda. Este es uno de los artículos más apreciados en Japón, siendo posible obtener con su venta la preciada plata japonesa, esencial para la adquisición de especias un poco por todo el Oriente. La seda es un eslabón más en la compleja red de intercambios que los portugueses tejen por todo el litoral asiático. Desde mediados del siglo XVI se vuelve habitual que las naos de la India traigan piezas de vestuario o seda en bruto vendidas a buen precio en Lisboa.

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