NAVEGACION
PORTUGAL
Construcción naval en Brasil



Construcción naval en Brasil:
Las Indias pusieron a disposición de los mares tropicales la abundancia y calidad de sus maderas, la cantidad y baratura de su mano de obra. En Brasil, en el siglo XVII, se asistió al desarrollo de las construcciones navales, del mismo modo que la India portuguesa había conocido su nacimiento en el siglo XVI, en Goa y en Cochim, escribe Fréderic Mauro. Brasil surgió cincuenta años después de los primeros astilleros del Mediterráneo americano. Desde fines del siglo XVI, el gobernador don Francisco de Sousa puso, en Bahía, los cimientos del arsenal de la Marina y del nuevo astillero construido por ingenieros llamados por el gobernador precedente, Manuel Telles Baruto. Más al norte, en Pernambuco, el punto de partida fue más tardío. Diogo Botelho intentó, a principios del siglo XVII, construir navíos en las orillas del Paraíba. En Río, nada antes de 1650. La afirmación de Gabriel Suares respecto a Bahía puede hacerse extensible, en gran gran medida, al resto de Brasil: los brazos de los esclavos, las maderas de calidad y de fácil obtención, los soportes que podían fabricarse en los engenhos, la corteza de evira para el calafateado, la madera para mástiles, la resina camaçari para sustituir a la pez. Idéntica dispersión en Portugal. Oporto y el Algarve se mantuvieron en buena posición por el apoyo de la madera del norte para arboladuras, de madera brasileña importada. En el primer cuarto del siglo XVII, el Algarve todavía daba sensación de riqueza, según una investigación ordenada por el rey. (Pierre Chaunu)

Descubrimiento de Cabral (1500):
Tocó Brasil por primera vez entre los grados 16 y 17 de latitud sur. Fue consecuencia de la nueva y compleja Volta puesta en marcha por Vasco de Gama con el primer enlace directo Lisboa-Calcuta. Navegando proa al suroeste, con el impulso del alisio de costado, hasta situarse en la ruta de los grandes frescos del hemisferio sur, era inevitable encontrar algún día la costa de América meridional. Esto debía de producirse muy pronto, en el segundo viaje, bajo la dirección de Alvares Cabral. El 10 de julio de 1499, Nicolau Coelho, a bordo del pequeño Berrio, anunciaba en el estuario del Tajo el éxito de Vasco de Gama. Pronto comenzaron los preparativos para el primer enlace normal con el Deccán. La expedición, que comprendía diez naves y tres carabelas para la exploración, se colocó a las órdenes de Alvares Cabral, gran señor de 32 años. Entre Vasco de Gama y Cabral el desnivel cuantitativo es menos sensible que entre el primero y el segundo viaje de Colón. Unos 1.200 hombres participaron con Cabral en la empresa, entre ellos grandes nombres de descubridores portugueses: los hermanos Dias, Bartolomeu y Diogo, Nicolau Coelho, etc. La partida tuvo lugar cercana la primavera, el 9 de marzo de 1500, ocho meses después del regreso del Berrio (entre el primero y el segundo viaje de Colón habían transcurrido siete meses). A la ida, el convoy pasó por Canarias sin hacer escala, como tampoco en las islas de Cabo Verde, que dejó atrás el 22 de marzo. Por fin se puso proa al suroeste, con alisio de costado, sobre el trazado de la gran Volta. Un mes más tarde, el 22 de abril, se avistó tierra. El punto tocado el 23 corresponde a la desembocadura del río Cahy. La estancia fue muy breve, del 23 de abril al 2 de mayo, en esta tierra, a la que se llamó primero Monte Pascoal y A Terra de Vera Cruz, transformado en A Terra de Santa Cruz antes de que prevaleciese el nombre derivado del principal atractivo de la costa: o brasil. Para anunciar el descubrimiento de la Tierra de la Vera Cruz, Cabral destacó, de entre los doce navíos que le quedaban, el destinado al aprovisionamiento (o navío dos mantimentos), al mando de Gaspar de Lemos para llevar a Manuel I la noticia del descubrimiento. Con los once navíos restantes, Cabral prosiguió viaje el 2 de mayo de 1500 en dirección al Deccán, siguiendo una nueva ruta de extraordinaria dureza, sin escala alguna hasta Mozambique.

Se ha querido ver en el descubrimiento de la Tierra de la Vera Cruz una acción premeditada. La verdad debe situarse, no obstante, entre ambos extremos: el total azar y la certeza absoluta. Para navegar sobre seguro, los portugueses precisaban de nuevas islas para sus escalas. Antes del éxito de Vasco de Gama en Tordesillas, se había obtenido ya el desplazamiento de la línea divisoria en 260 leguas más al oeste. Por otra parte, ya hemos dicho que la expedición de Cabral llevaba, además de diez grandes naves, tres pequeños navíos destinados a la exploración. El rey deseaba seguramente un escala y creyó obtenerla ordenando un amplio rodeo. Pero su brevedad y la prisa por seguir hacia el Deccán demuestran bien a las claras que la misión esencial confiada a cabral no era, ni mucho menos, el descubrimiento de nuevas escalas para la exploración de la ruta de Gama. Tanto más cuanto que los españoles, tras haber marcado un hito inesperado en el camino de las Indias, parecían de nuevo abandonados por la suerte. En la carta dirigida a los Reyes Católicos el 28 de agosto de 1501, Manuel I empleó, a propósito del descubrimiento de la Tierra de Santa Cruz, el adjetivo milagrosamente, y la definió como una escala ideal en la ruta oriental a las Indias. Ello justifica sobradamente el interés suscitado en Lisboa, de donde partió un pequeño ejército, según parece en 1501, hacia la Tierra de Santa Cruz. pero, en conjunto, la expedición de 1501-1502 no es demasiado verosímil; por el contrario, una expedición real salió de Lisba en 1503 al mando de Gonçalo Coelho, quizá para la ejecución del contrato Loronha.

Ocupada en la consecución del enlace capital Atlántico-Indico, Lisboa se impuso una pausa. Al principio y hasta 1516, la Corona se guardó muy bien de intervenir directamente en el asunto; recurrió, como los Reyes Católicos, al sistema más sutil del contrato. El espía veneciano Cha Masser informó desde Lisboa, en 1506, de que el Consejo de los Diez había concedido el comercio de Brasil a Fernão Loronha, por diez años y cuatro mil ducados anuales, con la promesa de prohibir la importación de palo brasil de Oriente. En el primer contrato concedido a Loronha para el período 1502-1505, una cláusula obligaba al contratante a poner en ruta todos os anos 6 navios a descobrir 300 léguas adiante. Desde luego, se trataba de una cláusula teórica. De hecho, los portugueses no permanecieron mucho tiempo en esta costa de la madera roja. Parece cierta la presencia de franceses ya en el primer decenio del siglo XVI. ¿Habrá que situar hacia 1504, según el testimonio, un tanto vacilante y algo tardío, del jesuita Anchieta, el punto de partida de cinco viajes franceses, y suponer hasta cuatro de sus navíos a la vez en un solo punto de la costa?

Descubrimiento de oro (s.XVII):
Después de más de un siglo de busca y pesquisas, en los últimos años del siglo XVII fueron localizados abundantes yacimientos de oro en el interior del país, a unos cuatrocientos kilómetros del litoral, en una región que entonces se llamaba Rio das Velhas (Río de las Viejas) y que hoy constituye el estado de Minas Gerais. Se trataba de oro de aluvión, casi siempre recogido en superficie y cuyo aprovechamiento podía realizarse con los procesos más primitivos de la explotación de minas. La noticia atrajo a gente de todo el Brasil, de Portugal y a numerosos aventureros de muchos países. La región, hasta entonces casi desértica, se desarrolló rápidamente. En aquella época nacieron las llamadas ciudades históricas (Ouro Preto, Sabará, Mariana, São João d'El-Rei). Las explotaciones continuaron después en otros puntos del Brasil y llevaron al descubrimiento de otras grandes regiones auríferas en Goiás (no lejos de la actual Brasilia) y en Mato Grosso, ya fronterizas con Bolivia. Allí surgieron nuevas ciudades y centros administrativos, que dieron origen a dos nuevas capitanías. De esta manera, la extensión del país ocupada por los colonizadores aumentó mucho, al tiempo que el eje económico se desplazaba desde el litoral al interior y del norte hacia el sur. Las antiguas actividades agrícolas y pecuarias se dirigían a la explotación de la nueva fuente de riqueza. Río de Janeiro, puerto al que llegaba el oro de Minas Gerais, creció en detrimento de la antigua capital, San Salvador de Bahía. En la segunda mitad del siglo XVIII, Río era ya la verdadera capital de Brasil. fue en 1699 cuando llegó a Lisboa el primer cargamento de oro: 500 kgs. La cantidad fue creciendo en los años siguientes y en 1720 alcanzó la cota más elevada: 25.000 kgs. la falta de estadísticas origina grandes diferencias entre las estimaciones que han hecho los historiadores y el total de envíos a la metrópoli. Los cálculos van desde las 1.000 a las 3.000 toneladas. En cualquier caso, fue una importación de oro que duró medio siglo y alcanzó sumas tan importantes que modificó el valor del oro en Europa. A partir de 1730, se descubrieron y fueron explotadas minas de diamantes, que produjeron hasta finales de siglo más de dos millones de kilates. También en ese caso el aumento súbito de la población hizo bajar el precio en Europa cerca del 75%. Las ganancias proporcionadas a la Corona fueron muy inferiores a las del oro. La explotación de las minas fue llevada a cabo por particulares y revertía al Estado únicamente el impuesto recaudado. Este impuesto fue fijado, inicialmente, en una quinta parte del metal extraído, y de ahí viene la expresión quintos del Brasil. Pero la recaudación de la parte que correspondía al Estado se reveló difícil, porque los mineros tenían muchas formas de eludir la vigilancia y evitar la tributación. Se adoptaron entonces otras formas de cobro: el pago de una contribución fija por parte de las cámaras municipales (cien arrobas anuales), o la retención de una parte del metal en las fundiciones, mantenidas por las autoridades. Los esfuerzos y las medidas represivas adoptadas para evitar el contrabando y garantizar el cobro del impuesto fueron siempre extremadamente odiosas para los mineros y están en la base del descontento que, a partir del periodo del oro, no dejó de crecer en Brasil contra la autoridad portuguesa.

Independencia de la metrópoli portuguesa (1822):
Cuando, en 1821, don João VI embarcó en Río con destino a Portugal, el movimiento separatista dominaba en todos los medios intelectuales y económicos de Brasil y la marcha hacia la independencia era un movimiento irreversible. Brasil tenía por entonces tres millones y medio de habitantes, sin contar los indios; en cuarenta años había crecido en medio millón. Casi toda aquella población era de origen portugués y una gran parte nacida en Portugal, porque la emigración en la segunda mitad del siglo XVIII fue extremadamente fuerte. La situación económica era de prosperidad, en contraste con la decadencia portuguesa. Existía la idea de la superioridad de Brasil en relación a la vieja metrópoli: Don Pedro decía que era Portugal , Estado de cuarto orden y necesitado el que debía unirse a Brasil, Estado de primer orden, y no Brasil el que debía unirse a Portugal. Todas las corrientes políticas aspiraban a la independencia, pero mientras que los grupos formados por portugueses o sus descendientes más cercanos deseaban una unión entre los dos reinos -semejante a la existente entre Inglaterra e Irlanda, o entre Austria y Hungría, como decía José Bonifácio-, otros sectores estaban por una independencia sin relación alguna con la antigua metrópoli. La figura de mayor relieve en el proceso de independencia de Brasil es José Bonifácio de Andrada e Silva, el patriarca de la independencia. Nacido en Santos (São Paulo), estudió en Coimbra, fue becario durante diez años en los países científicamente más avanzados de Europa y regresó después de para ocupar altos cargos de la administración. Tuvo un papel muy activo en la Academia de Ciencias de Lisboa, donde en 1813 defendió la adopción del sistema métrico decimal. [...] Es a José Bonifácio, que había regresado a Brasil en 1819, a quien se debe el plan de colocar el prestigio de la institución real al servicio de la unidad política de Brasil, evitando que éste se desmembrase en pequeños Estados, de acuerdo con la tendencia mostrada por repetidos movimientos separatistas locales, tendencia que la actitud de las Cortes Constituyentes de Lisboa, al defender a las juntas locales, amenazaba con promover. Después de desembarcar en Lisboa, don João VI comunicó a las Cortes que había confiado al príncipe heredero la regencia de Brasil. Los diputados no reconocieron al rey autoridad para designar regentes y ordenaron el regreso de Don Pedro a Portugal. El gobierno, entretanto, debía quedar asegurado por las Juntas surgidas en las diversas provincias brasileñas, que quedarían directamente dependientes de Lisboa. A esa primera medidasiguieron otras: disolución de los tribunales de última instancia instalados por don João VI en Brasil y, finalmente, organización de una expedición militar para poner fin a la creciente resistencia que la autoridad portuguesa estaba encontrando en Brasil.

[...] En el momento en que se recibían las noticias llegadas de Lisboa sobre los decretos de las Constituyentes, fue cuando Don Pedro aunció la ruptura definitiva con Portugal: Independencia o muerte, es la frase romántica que le atribuyeron más tarde (grito de Ipiranga, 7 de septiembre de 1822). La declaración de guerra siguió a la declaración de independencia. El estado de guerra se mantuvo hasta 1825, sin más episodios militares que algunos combates en Bahía, que temporalmente había quedado bajo dominio de tropas portuguesas. Pero durante aquellos años las relaciones comerciales fueron muy restringidas y el antiportuguesismo fue la nota dominante de los primeros tiempos de la independencia brasileña. Por otra parte, sería un sentimiento pertinaz que tardaría mucho tiempo en desaparecer. (Hermano Saraiva)


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