DOCUMENTOS
Kipling
El libro de las tierras vírgenes



El Libro de las tierras vírgenes. Joseph Rudyard Kipling (1865-1936):
-¡Por las olas del Estrecho de Magallanes!... -se dijo-. ¿Quiénes son esas personas? No eran como los caballos marinos, ni como los leones ni como los osos de mar, ni como las focas, ballenas, tiburones, peces o conchas que Kotick estaba acostumbrado a ver. Tenían entre veinte y treinta pies de largo y carecían de aletas posteriores; pero tenían en cambio una cola en forma de pala, que parecía haber sido recortada de un pedazo de cuero mojado. Sus cabezas tenían un aire de lo más estúpido que verse pueda, y se balanceaban en el agua, en el extremo de sus colas, cuando comían, saludándose solemnemente unos a otros y agitando sus aletas delanteras, como los fiambres muy gruesos mueven los brazos.
-¡Ejem! dijo Kotick-. ¿Pinta bien la suerte, caballeros?
Y aquellos seres enormes respondieron saludando y agitando las aletas, como lo hacía Frog-Footman. Cuando empezaron a comer de nuevo, notó Kotick que el labio superior lo tenían partido en dos pedazos que podían apartar uno del otro cosa de medio metro y que podían juntarlos otra vez luego, sosteniendo con ambos pedazos más de media fanega de algas. Las metían en la boca y mascaban solemnemente.
-¡Vaya un sucio modo de comer! -dijo Kotick. Como saludaron nuevamente, Kotick empezó a perder la paciencia.
-¡Bueno! -dijo-. Si es que tenéis una articulación extra en las aletas delanteras, no debéis demostrarlo tanto. Veo que saludáis con mucha gracia, pero quisiera saber cómo os llamáis.
Los labios partidos se movieron y se separaron, y los vítreos y verdes ojos miraron fijamente; pero aquellos seres no pronunciaron palabra.
-¡Vaya! -prosiguió Kotick-. Vosotros sois las únicas personas que he encontrado más feas que Sea Vitch... y peor educadas que él.
Acudió entonces a su memoria con la rapidez del relámpago lo que le había dicho la gaviota en la isla del Caballo Marino cuando no tenía más de un año; se dejó caer de espaldas al agua, sintiéndose contento porque supo que había encontrado a la Vaca Marina. Las vacas marinas continuaron buscando algas y mascándolas, y mientras tanto Kotick les hacía preguntas en cada uno de los lenguajes que había aprendido en sus víajes, y hay que saber que el pueblo marino usa casi tantos lenguajes como los seres humanos.

Pero las vacas marinas no le respondieron, porque no hablan. Tienen únicamente seis huesos en el cuello en vez de siete, y dice la gente del mundo submarino que tal cosa les impide hablar hasta a los de su misma clase. Pero, como ya lo dijimos, tienen una articulación extra en las aletas delanteras, y, al moverlas de arriba abajo y de un lado al otro, forman una especie de torpe clave telegráfica con la que se entienden entre ellas. Al clarear el día, la melena de Kotick estaba completamente erizada, y su paciencia había ido a parar a donde van los cangrejos cuando mueren. Entonces, las vacas marinas empezaron a hacer rumbo hacia el Norte con mucha calma, parándose de cuando en cuando para llevar a cabo absurdos conciliábulos en que no hacían otra cosa que saludarse, y Kotick las seguía, diciéndose:
-La gente que es tan estúpida como ésta, hace mucho tiempo que hubiera sido muerta si no hubiese encontrado alguna isla en la que pueda vivir sin cuidado; y lo que es bastante bueno para la vaca marina, lo es también para Gancho de Mar. Sea como fuere, ojalá que se apresuraran un poco más. Era aquello un fatigoso trabajo para Kotick. La manada sólo recorría cuarenta o cincuenta millas al día, se paraba de noche para comer y siempre se mantenía cerca de la playa, en tanto que Kotick nadaba en torno suyo, por encima y por debajo, pero no lograba que fueran ni media milla más aprisa. Al acercarse más hacia el Norte, tuvieron otros conciliábulos a intervalos de unas cuantas horas, y Kotick casi se arrancaba los bigotes de tanto mordérselos, por la impaciencia, hasta que finalmente vio que remontaban una corriente de agua tibia, y entonces respetó un poco más a aquellos seres. Una noche se hundieron al través del agua reluciente -se hundían como piedras-, y, por primera vez desde que él los conociera, empezaron a nadar rápidamente. Las siguió Kotick, y tanta rapidez lo dejó admirado, porque nunca pensó que las vacas marinas fuesen tan buenas nadadoras. Se dirigieron hacia un sitio acantilado de la costa, que se hundía en el agua, y se sumergieron en un agujero que había al pie, a veinte brazas bajo el mar. Nadaron y nadaron en aquel oscuro túnel, y Kotick que iba tras ellas sintió que necesitaba desesperadamente aire fresco después de haber nadado tanto.
-¡Por vida de!... dijo al salir, boqueando y resoplando, al mar abierto y libre, en el lado opuesto-. Fue largo el chapuzón, pero valió la pena.
Las vacas marinas se separaron unas de otras, y comían perezosamente a la orilla de las más bellas playas que Kotick jamás viera. Había allí grandes extensiones de roca, desgastada y pulida, que se extendían por millas enteras, adecuadas para viveros de focas; otras que estaban formadas de dura arena, detrás de las primeras y en declive tierra adentro, buenas para jugar en ellas; y rompientes para que pudiesen bailar las focas sobre el agua; blanda hierba para revolcarse; dunas para trepar por la arena, descendiendo luego; y, lo mejor de todo, Kotick supo, con solo tocar el agua, cosa que nunca engaña a un Gancho de Mar, que jamás había llegado un hombre hasta allí. Lo primero que hizo fue asegurarse de que la pesca era buena, y luego nadó bordeando la playa y conté todos los deliciosos y bajos islotes de arena, medio escondidos en la hermosa y rastrera niebla. A lo lejos, hacia el Norte, se veía una línea de bancos de arena, de escollos y de rocas que le hubieran impedido a cualquier barco acercarse a menos de seis millas de la playa, y entre las islas y la tierra firme había un profundo canal que llegaba a tocar los acantilados perpendiculares de la costa, debajo de los cuales se abría la boca del túnel. -Esto es otro Novastoshnah, pero diez veces mejor -dijo Kotick-. La vaca marina ha de ser más lista de lo que yo creía. Los hombres -si los hubiera- no podrían bajar por los cantiles; en cuanto a los escollos del lado del mar, pronto convertirían a cualquier barco en un montón de astillas. Si hay un lugar en el mar que sea seguro, éste es, indudablemente. Empezó a pensar en la foca que había dejado esperándolo, pero, aunque mucho quisiera apresurarse por volver a Novastoshnah, exploró completamente aquel nuevo país, para poder contestar a cuanta pregunta se le formulara. Luego se zambulló en el agua y se metió por la boca del túnel, y nadó por él rápidamente hacia el Sur. Sólo una vaca marina o una foca hubieran pensado que existía un lugar como aquél, y cuando desde lejos Kotick se volvió para mirar hacia los acantilados, se maravilló de haber estado allí. Tardó seis días en regresar a su país, aunque no iba nadando despacio, y, cuando tocó tierra por la Garganta del León Marino, lo primero que vio fue a la foca que le esperaba, la cual, al ver cómo brillaban los ojos de Kotick, comprendió que al fin había encontrado la isla deseada. Pero los holluschickie y Gancho de Mar, su padre, y todas las demás focas, se burlaron de él cuando les dijo lo que había descubierto, y una foca de su misma edad, le dijo:
-Todo eso está muy bien, Kotick, pero no puedes venir quién sabe de dónde y ordenarnos que abandonemos este lugar. Recuerda que hemos luchado largo tiempo por nuestros viveros, y eso tú no lo hiciste nunca; preferiste andar buscando por esos mares.
-Al oír esto, las demás focas se rieron, y la foca joven movió la cabeza a uno y otro lado. Se había casado aquel mismo año, y por eso se daba mucha importancia.
-Yo no tengo vivero que defender -dijo Kotick-. Tan sólo deseo mostrarles un lugar donde podrán todos vivir tranquilos. ¿Para qué estar siempre luchando? (Kipling.El Libro de las tierras vírgenes)


Rudyard Kipling (1865-1936):
La relación desigual de los pueblos:
Nació en Bombay en 1865, en el seno de una familia humilde. Primer premio Nobel británico en 1907. Sus grandes dotes de observación lo convirtieron en un importante narrador y cronista de la época del Imperio Británico. Acusado de imperialista por considerar que Inglaterra tenía la obligación de dirigir las vidas de otros pueblos. Las numerosas críticas que recibió en su época parecen ahora excesivas. Su reflexión sobre la convivencia de distintos pueblos fue mucho más profunda que la de sus críticos. Adoró a las ayas hindúes que le pusieron en contacto con la cultura ancestral. Las quiso mucho y las recordó durante toda su vida. Escuchaba con gran atención las leyendas orales que le transmitían. Su poema If... fue considerado por los británicos como el poema favorito de su literatura en una encuesta de la BBC de 1995. Está inspirado en gestas guerreras británicas de la sangrienta y nada ejemplar guerra anglo-bóer. Sobre sus escritos sobre la India el profesor Harish Trivedi afirma: Aunque escribió sobre la India en la India, Kipling lo hizo solo para una guarnición de lectores británicos que vivían temporalmente aquí, los anglo-indios. Fue testigo de la victoria británica en la Gran Guerra, murió (1936) viendo la expansión del III Reich, unos pocos años antes de que desapareciera el imperio británico.

● George Moore dijo que Kipling era, después de Shakespeare, el único autor inglés que escribía con todo el diccionario. Sabía administrar sin pedantería esa profusión léxica. Cada línea ha sido sopesada y limada con lenta probidad. (Borges) ● Cuando murió en Londres, el 18 de enero de 1936, el argentino publicó un artículo en el diario Crítica en el que intentaba separar el grano (su calidad literaria) de la paja (su actitud colonial) afirmando "que la obra -poética y prosaica- de Kipling, es infinitamente más compleja que su política, y aún más que sus "ideas".


Vida viajera:
Su padre, pintor, era superintendente del Museo de Lahore (actual Paquistán), por lo que pasó los primeros tiempos de su infancia en Asia. A los seis años fue enviado a estudiar a Inglaterra, donde permaneció hasta 1882, año en el que volvió a India a trabajar como periodista en The Lahore Civil and Military Gazette y en The Pioneer, a continuación. En 1889 empieza su intensa vida viajera visitando Japón y EE.UU., que relató en una serie de cartas que publicó The Pioneer y que recogió el libro De mar a mar. Su carrera literaria empieza con narraciones, baladas y poesía, ganándose una merecida fama de imperialista. Estos trabajos le convierten en el poeta de referencia de la época victoriana. En 1892 se casó con la neoyorquina Caroline Starr Balestier y fueron a vivir a Vermont, donde permanecieron cuatro años. Sus libros de esta época, que han sobrevivido con buena salud hasta nuestros días (El libro de la selva y Capitanes intrépidos) tienen una fuerte influencia norteamericana y, en concreto, de Jack London, glosando la vida primitiva y el retorno a la naturaleza. En 1907 obtuvo el Premio Nobel de literatura. (Enric Lloveras, 2016)

Bombay:
Para mí la madre de todas las ciudades
nací en su puerta,
entre las palmeras y el mar,
donde el mundo termina y el barco de vapor espera.
(Kipling)

Llevad la carga del hombre blanco, y cosechad su vieja recompensa. La reprobación de vuestros superiores. El odio de aquellos que protegéis. El llanto de las huestes que conducís (¡tan laboriosamente!) hacia la luz: «Oh, amada noche egipcia, ¿por qué nos librasteis de la esclavitud?» (Kipling, La carga del hombre blanco. Poema publicado en 1899 y objeto de múltiples críticas por racista, eurocéntrico e imperialista)

● Cuando leí, de niño, los Jungle Books, no dejó de apenarme que Shere Khan fuera el villano de la fábula, no el amigo del héroe. (Borges)

La India del imperio británico en Kim:
Said describe Kim como una novela «totalmente masculina», centrada en dos personajes masculinos muy atractivos. Kim, que da título a la obra, es a lo largo de todo el libro un niño (en su desarrollo pasa de los trece a los diecisiete años), y el contexto fundamental en el que transcurre su historia es el de «el Gran Juego»: la política, la diplomacia, la guerra, que, anota Said, Kim ve como una gran travesura. La opinión de Edmund Wilson sobre esta obra es famosa: «Se nos han mostrado dos mundos completamente distintos y coexistentes, que carecen de auténtica comprensión el uno del otro… las líneas paralelas nunca se unen… así la obra no dramatiza un conflicto fundamental al que el mismo Kipling jamás se enfrentaría». Said, por el contrario, considera que «el conflicto entre el servicio de Kim a la colonia y la lealtad a sus compañeros indios permanece sin resolver no porque Kipling no pueda enfrentarse a él sino porque para Kipling no existía conflicto» (las cursivas son del original). Para Kipling, lo mejor que podía ocurrirle a la India era ser gobernada por Inglaterra. Kipling respeta todas las divisiones de la sociedad india, no muestra ninguna preocupación por ellas, y ni él ni sus personajes intentan interferir con ellas. Geoffrey Moorhouse sostiene que hacia finales del siglo XIX, había sesenta y un niveles de estatus diferentes en la India, y se pregunta si las relaciones de amor y odio entre británicos e indios pueden ser consecuencia «de esas complejas actitudes jerarquizantes presentes en los dos grupos». «Debemos leer la novela», concluye Said, «en tanto que realización de ese gran proceso acumulativo que en los años finales del siglo XIX, antes de la independencia de la India, llegaba a su momento de mayor intensidad: por un lado, vigilancia y control sobre ella; por el otro, amor y fascinada atención a cada detalle… Al leer Kim en la actualidad comprobamos la ceguera de un gran artista a causa de sus propias vivencias en torno a la India… una India a la que amaba pero que nunca sería del todo suya» (Peter Watson)

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