Dulce María Loynaz (La Habana 1902-1997): [...] Esta escritora es una de las representantes más dignas de las letras hispanoamericanas. Reconocimiento a su carrera literaria fue la concesión del Premio Cervantes en 1993. Su amplia obra ha sido estudiada por muchos autores. Incluso se ha realizado un documental sobre su vida titulado A flor de la tierra, a flor del verso, de la directora Niurka Pérez. En 1947, una joven pareja de recién casados visita Canarias. Se trataba del periodista tinerfeño Pablo Alvarez y de su esposa Dulce María Loynaz. Este fue el primer contacto de la escritora cubana con nuestro archipiélago. Hubo otras visitas a las islas entre 1947 y 1958, parte de las cuales quedaron reflejadas en el libro Un verano en Tenerife. En este libro, Dulce María Loynaz recoge la historia y describe su impresión de las Islas. El Gobierno de Canarias ha reeditado este libro en el año 2002, con motivo de la conmemoración del nacimiento de la escritora. Dulce María Loynaz comenzó a publicar sus poesías en 1920, en el periódico cubano La Nación. La parte central de su obra se concentra con anterioridad a los años cincuenta, antes de que Fidel Castro tomara el poder en Cuba. Después de ese cambio político, se produjo el silencio de Dulce María Loynaz. Muchos autores vieron en ese silencio la protesta de la escritora por la falta de libertad de su país. Entre sus obras más conocidas podemos citar el poemario Juegos de agua o el poema titulado Eternidad. El último libro que escribió Dulce María Loynaz, Fe de vida, lo dedicó a su esposo Pablo Alvarez de Cañas. En él narra no sólo sus memorias sino también su vida, a la par que sirve de acercamiento para conocer la época en la que vivió. En España siempre ha gozado de un alto reconocimiento por parte de las instituciones oficiales, no sólo recibió el Premio Cervantes en 1993, también se le concedió el Premio Nacional de Literatura en 1987 y otras distinciones como la Orden de Alfonso X El Sabio. (Natalia Torres)
Un verano en Tenerife (publicado 1958): Bella guía la que nos depara Dulce María Loynaz, sin que estas densas páginas tengan tal propósito estricto, pues las mejores guías son aquellas que proceden de la obra literaria escrita para satisfacer profundas apetencias del sentimiento y para recrearse simplemente en las bellezas que llaman a nuestro corazón. Lo demás, se da por añadidura. (Eusebio García-Luengo)
Reseña de Juan Ramón de la Portilla: [...] Hay libros en los que el impulso narrativo se agota en una trama primaria y evidente; de esos libros, que se cualifican como textos "sin dobleces" o "directos", por justificar una facilidad de lectura que en muchos casos (con notables excepciones, por supuesto) sólo es un mero pacto con la estulticia o la ramplonería, Un verano en Tenerife sería el extremo más alejado, la antípoda, y me parece que por ahí anda su mayor acierto... y también su mayor irrisión. Digo "irrisión" buscando morigerar lo burlesco, claro está, y pienso que como en otros casos al referirme a ciertas imposturas de la sutil obra narrativa de Dulce María Loynaz, habrá que matizar quedándonos entonces con el término más impreciso, pero a la vez más refinado, de "guiño". Y eso ha venido sucediendo desde que se concluyó el libro, según colofón a las doce y catorce minutos del jueves 10 de abril de 1958 en la finca Nuestra Señora de las Mercedes, cerca de La Habana, a los cinco años y ocho meses de haberse comenzado. A los cinco años y ocho meses, reparemos en esta declaración final, que quizás con una sutileza máxima se halle en contrapunto o discordia con la viveza que propone la exactitud no ya en las fechas sino en la hora y minutos en que se pone el punto final. Casi seis años que dan la medida del tiempo invertido en la redacción del texto, correcciones, dudas, vueltas al pasado e inspiración incluidos, lapso dilatado contra la brevedad de lo vivido en la visita a las islas afortunadas. ¡Y la crítica sólo repara en la condición directa o primaria, que no admitiría dobleces, digamos, del texto que lanza Aguilar a finales de esa década tremenda¡ Por eso hablo de otro guiño, otra irrisión, sólo que a manera generalizadora, el libro todo como una gran impostura, compuesto de una impresionante serie de capas de lectura o modos de aprehenderlo, y aquí ya estoy hablando en primer término del libro, no de las islas, esas islas que geográficamente mantienen en este presente igual latitud, pero que definitivamente no son las mismas. Mas el libro existe en su tiempo y ese tiempo se multiplica y adquiere, al igual que el lenguaje, un dinamismo propio, ajeno a la llana locación. El adjetivo es llana, en efecto, aunque podamos pensar de inmediato en la palabra Teide. Recuerdo una frase de Dulce María Loynaz en carta enviada a su amiga Julia Rodríguez Tomeu en 1939 y publicada en Cartas que no se extraviaron (Ed. Hermanos Loynaz, Fundación Jorge Guillén): La Geografía es una de tantas mentiras deliciosas que se dicen a los niños... Cuando dejé de creer en ella, comencé a envejecer.
Poemas sin nombres. LXI
Viajero:
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