Pessoa: La génesis de los heterónimos:
[...] Esbocé unas cosas en verso irregular (no con el estilo de Alvaro de Campos, sino en un estilo de media regularidad), y abandoné el caso. Se me había esbozado, sin embargo, en una penumbra mal urdida, un vago retrato de la persona que estaba haciendo aquello. (Había nacido, sin que yo lo supiese, Ricardo Reis).
Año y medio, o dos años después, me acordé un día de gastarle una broma a Sá-Carneiro -de inventar un poeta bucólico, de especie complicada, y presentarlo, ya no me acuerdo cómo, en alguna especie de realidad. Tardé unos días en elaborar al poeta pero nada conseguí. Un día en que finalmente había desistido -fue el 8 de marzo de 1914- me acerqué a una cómo alta, y, tomando un papel, empecé a escribir, de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas de un tirón, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiré definir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro así. Abrí con un título, El Guardador de Rebaños. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, a quien di de inmediato el nombre de Alberto Caeiro. Perdóneme lo absurdo de la frase: había aparecido en mí mi maestro. Fue ésa la sensación inmediata que tuve. Y tanto es así que, escritos que estuvieron esos treinta y tantos poemas, inmediatamente cogí otro papel y escribí, de un tirón también, los seis poemas que constituyen la Lluvia Oblicua, de Fernando Pessoa. Inmediatamente y totalmente. Fue el regreso de Fernando Pessoa Alberto Caeiro a Fernando Pessoa él solo. O, mejor, fue la reacción de Fernando Pessoa contra su inexistencia como Alberto Caeiro.
Aparecido Alberto Caeiro, traté enseguida de descubrirle -instintiva e inconscientemente- unos discípulos. Arranqué de su falso paganismo al Ricardo Reis latente, le descubrí el nombre, y lo ajusté a sí mismo, porque en esa ocasión ya lo veía. Y, de repente, y en derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me surgió impetuosamente un nuevo individuo. En chorro, y a máquina de escribir, sin interrupción ni correcciones, surgió la "Oda triunfal" de Alvaro de Campos -la Oda con ese nombre y el hombre con el nombre que tiene.
Creé, entonces, una coterie inexistente. Fijé todo aquello en moldes de realidad. Gradué las influencias, conocí las amistades, oí, dentro de mí, las discusiones y las divergencias de criterios, y en todo ello me parece que fui yo, creador de todo, lo menos que allí hubo. Parece que todo ocurrió independientemente de mí. Y parece que así aún ocurre. Si algún día puedo publicar la discusión estética entre Ricardo Reis y Alvaro de Campos, verá cómo son diferentes, y cómo yo no soy nada en el asunto.
(Carta de Pessoa a Casais Monteiro, Lisboa 1935)
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