Francesco Petrarca (Arezzo 1304-Padua 1374):
Su padre Petracco di Parenzo, notario florentino del partido guelfo fue desterrado de Florencia en 1302, el mismo año que Dante, por disensiones personales con algunos miembros prominentes del partido guelfo negro. Nació en el exilio y pasó su niñez en L'incisa, en Pisa, y, desde 1312 en Aviñón y en Carpentras, donde inició sus estudios con Convenevole da Prato. Desde 1316 cursó leyes en Montpellier y en Bolonia, sin llegar a graduarse; en 19326 volvió a Aviñón, y el 6 de Abril de 1327 -según dice-, en la iglesia de Santa Clara, vio a Laura (personaje para muchos absolutamente imposible de identificar, si realmente existió y llevó tal nombre) y se enamoró de ella para el resto de su vida. Laura, hija de Audiberto de Noves, esposa desde hacía dos años de Hugo de Sade y futura madre de once hijos. El obispo Giacomo Colonna, antiguo compañero de estudios, le consiguió la protección de su poderosa familia y le ayudó a entrar al servicio de su hermano, el cardenal Giovanni. Para cumplir encargos de su señor, en 1333, realizó un largo viaje por Francia, Alemania y Flandes: en Lieja descubrió el Pro Archia de Cicerón, hasta entonces perdido.
En París, fra Dionigi da Borgo San Sepolcro le regaló las Confesiones de San Agustín y le introdujo en la cultura cristiana. Su devoción era sincera pero nada extraordinaria. Esperaba la renovación de la Iglesia y retorno de la sede desde Aviñón a Roma.
En 1337 se retiró a su casa de Vaucluse, donde pasó posteriormente largas temporadas y nacieron sus dos hijos, Giovanni y Francesca, de madre desconocida. En 1340, pese a que su producción literaria era tan escasa como poco divulgada, el Senado de Roma y la Universidad de París lo invitaron a recibir la corona de poeta laureado. Eligió el honor ofrecido por Roma y, después de un "examen" por el rey angevino Roberto de Nápoles, fue coronado en Capitolio romano, el domingo de Pascua en abril de 1341.
Entre 1342 y 1347, alternó sus estancias en Aviñón, Vaucluse e Italia, entregado a misiones diplomáticas en beneficio de los Colonna y a la creación literaria: de tales años datan varias obras latinas, así como multitud de epístolas literarias -en prosa y en verso- , y los inicios del Secretum aparte su dispersa actividad poética en italiano. En 1347 se sintió atraído por la aventura política de Cola di Rienzo, mas asustado por el curso de los acontecimientos, pronto volvió a acogerse a la protección de algunos poderosos señores italianos: Los Da Correggio, los Visconti, etc. Había recibido órdenes menores en un período mal determinado, y en 1348, el año de la "gran plaga", obtuvo una canonjía en Parma, adonde en mayo le llegó la noticia de la muerte de Laura, suceso que lloró en sus versos durante muchos años. Disfrutando de beneficios eclesiásticos y ocupado en diversas labores diplomáticas, tras abandonar Provenza definitivamente en 1353, vivió en Milán (1352-1361), donde dedicó especial empeño a la sistematización de su obra, en Padua y en Venecia (1362-1369).
Retiro (1369-1374):
En 1369 se retiró a Arquà, sobre las colinas Euganei, donde el señor de Padua le había regalado una villa. En 1370 hace testamento y le da un síncope.
En Arquà, donde transcurrieron sus últimos años, continúa sin descanso su trabajo de creación. Dejó en su testamento cincuenta florines al necesitado Boccaccio.
Llegó a ser el literato más famoso y admirado de su siglo.
La memoria de Petrarca la conservan, vivísima, en nuestros días sus poemas en italiano: el Cancionero y los Triunfos; pero para sí mismo y para sus contemporáneos, fue básicamente un escritor en latín. Gran precursor de la literatura renacentista, el humanismo tiene en él su primer maestro; defensor de la exigencia de una crítica -tanto histórica como textual- y de la depuración del rudo latín entonces en uso, opuso a la fabulosa visión medieval un conocimiento directo y riguroso de la antigüedad clásica mediante la criba y contraste de los testimonios autorizados.
Laura:
Fecha fundamental en la vida del poeta, consignada en un memorable soneto y recordada, de diversa forma, en tantos otros, fue el seis de abril de 1327, día de Viernes Santo. En la iglesia de Santa Clara [de Aviñón], el poeta ve por primera vez a la mujer que había de inspirar sus rimas amorosas a lo largo de una vida entera. Aquella mujer se llamaba Laura, y, según nos dice el propio Petrarca, los encuentros entre ambos fueron poquísimos y casuales, y el amor jamás correspondido. La pretensión de que "Laura" no fuera otra cosa que una imagen ideal, una entidad simbólica, una alusión metafísica, teológica o, peor aún, críptica, ha tenido alterna fortuna a través de los siglos; pero, en verdad, semejante interpretación es un atentado contra la verdad histórica y el sentido común. Laura fue una mujer de carne y hueso, feliz esposa de un gentilhombre y madre de nada menos que once hijos, arrebatada de este mundo por la peste en 1348. Esto es, en sentido estricto, todo lo que de ella sabemos en cuanto a biografía. Como tema poético, Laura es el privilegiado objeto de la más variada, sutil y constante poesía amorosa que se pueda imaginar.
Se pretende también, con mejores argumentos que los esgrimidos por los partidarios de una fantasmal Laura inventada por el poeta, que la dama en cuestión fuese hija de Audiberto de Noves y esposa del aristócrata Hugo de Sade. De ser cierto todo ello, la musa de Petrarca sería directa antepasada del "divino marqués", hipótesis ciertamente interesante para biógrafos y recolectores de curiosidades pero perfectamente inútil para la historia de la literatura y para cualquier consideración estética. Unico detalle de relativo interés es el siguiente: si la Laura del Canzionere y de los Triumphi era aquella señora, significa que cuando el poeta la vio por vez primera y se enamoró perdidamente de ella estaba ya casada con Hugo de Sade desde hacía dos años. Razón de más para que la virtuosa dama rehusara no sólo las protestas de amor del poeta sino, incluso, como él mismo maravillosamente dice, toda ocasión de mero encuentro o diálogo. Sea como fuere, a la infelicidad amorosa de Petrarca debemos la felicidad de su canto incomparable. (Atilio Pentimalli)
Petrarca dota a Laura de más corporalidad que la Beatrice de Dante. Fue amada con un amor contemplativo y casto, más humano que el de Dante, que era más filosófico. El amor del poeta fue exclusivo, Laura fue amada sólo por él. La Fiammetta de Boccaccio fue en cambio varias veces adúltera y pasó a los brazos de otros amantes que siguieron al poeta. Laura se transforma en mujer celestial, intermediaria entre Dios y Petrarca, que ha quedado en el mundo terrenal. Petrarca comparte con Dante una naturaleza melancólica, a veces severa, pero es algo más elegíaco.
Tras la muerte de Laura, sin que pudiese ya interponerse nada impuro, sus poesías se vuelven más profundas y suaves.
Religión:
En el soneto L'avara Babilonia ha colmo il sacco, Babilonia representa a Aviñón, sede temporal del papado bajo influencia francesa.
Frecuentó la corte del Papa a pesar del poco aprecio que sentía por sus prelados.
El mal ejemplo que daba la Iglesia de la época, dedicada a la disputa del poder terrenal, le causaba indignación.
En 1342 Clemente VI, elegido ese mes, le concede una canonjía en Pisa.
En 1349 Jacopo da Carrara le concede una canonjía en Padua y el archidiaconato de Parma.
En 1361 Inocencio VI le ofrece la Secretaría Apostólica.
Las ideas de San Agustín están presentes en sus bellas plegarias cristianas.
La última de las Rime sparse es un himno y plegaria a la Virgen vestida de sol.
Actividad de cortesano:
Criticó con gran severidad las cortes de las que fue huésped.
Estuvo provisto de los títulos y dignidades de los que careció el indigente Dante.
Sus consejos fueron estimados por los poderosos, que le daban un trato distinguido.
En 1343 se traslada a la Corte de Nápoles por encargo del Papa.
Convivió en Ferrara con los Estensi, en Capri con los Pio, en Mantua con los Gonzaga.
En 1352 entabla en Milán cordiales relaciones con los Visconti, enemigos de Florencia, y deja Valchiusa.
Su relación con los Visconti será duradera a pesar de los intentos florentinos para lograr su regreso con cargo oficial.
El interés humanista por los clásicos:
Propone un desarrollo integral del hombre en todas sus manifestaciones espirituales, sociales y físicas imitando en lo posible a los autores de la Antigüedad. El descubrimiento del legado grecolatino es la gran tarea que se adjudican los humanistas con criterio exigente. Se persigue la competencia filológica y arqueológica que permita recuperar a las grandes obras del pasado su sentido original. Para ello se necesita el desarrollo del sentido crítico que dará acceso al espíritu moderno. Petrarca inaugura el culto y la preocupación filológica por los textos antiguos y da paso a numerosos italianos dedicados al descubrimiento, edición y comentario de los clásicos.
[Petrarca descubre las cartas Ad Atticum de Cicerón (1345) y las Instituciones de Quintiliano (1350)].
La crítica no se limita al esclarecimiento de los textos. Se aplica también al análisis de las formas religiosas, a las instituciones y a los fenómenos naturales. La espiritualidad, la teoría política y la ciencia estrenan una nueva historia. Entre gran diversidad de temas domina el de la dignidad del hombre, al que Pico de la Mirandola y Hernán Pérez de Oliva dedican escritos memorables.
Se rechaza el latín decadente de las escuelas medievales. Erasmo sólo escribe en latín. Tiene gran influencia especialmente en España donde deja una escuela que busca un cristianismo interior y pacifista. También lega el empleo de la ironía como método dialéctico y discursivo. Siguiendo esta pauta humanística Luis Vives escribirá en latín.
Buscando la eficacia y respetando las alturas alcanzadas por el latín, tratadistas políticos como Tomás Moro y Maquiavelo, filósofos como Descartes o médicos (Huarte de San Juan) escribieron en lenguas modernas.
La épica culta, sin abandonar los temas nacionales, busca un último horizonte de referencia en la cultura del mundo clásico. Boyardo, Ariosto, Tasso, en Italia; Camões, en Portugal, dieron luz a sus respectivas lenguas maternas con el cultivo de los poemas épicos. La asimilación de temas y motivos del clasicismo, procedentes de Virgilio, Horacio y Ovidio, de forma muy especial, fecundó la creación lírica de los poetas europeos, para los que el modelo de la lírica amorosa de Petrarca fue una importante fuente de inspiración. Ronsard, Du Bellay (Francia) y Spencer (Inglaterra) son los líricos más personales del Renacimiento.
La narración y el escrito didáctico dieron títulos de primer orden. Gargantúa y Pantagruel, un extenso relato de Rabelais que desborda los límites del relato tradicional, critica las falsificaciones educativas, culturales y religiosas valiéndose de fantásticas aventuras, parodias y una riqueza verbal incontenible.
Montaigne obtiene su placer más intenso encerrado en sus libros y en la contemplación personal de lo que pasa en su interior y a su alrededor. Sus escritos divagatorios y reflexivos, publicados con el nombre de Ensayos, designaron el moderno género literario que trata cualquier problema en tono de divulgación reflexiva.
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