Giovanni Boccaccio: (?, 1313-Certaldo 1375):
Hijo natural del mercader y banquero florentino Boccaccio da Chellino, agente de la poderosa compañía financiera de los Bardi, no conoció la identidad de su madre. Las leyendas que el propio Boccaccio se encargó de difundir acerca de su vida no permiten determinar si nació en París, Certaldo o Florencia. Lo cierto es que creció en esta última ciudad, en el barrio de San Pietro Maggiore, y fue educado por Giovanni Mazzuoli da Strada, quien le inculcó la pasión por Dante que lo dominaría toda su vida. Su padre le obligó a dedicar seis años al estudio del mercantilismo y seis al Derecho canónico. Tras demostrar escasas aptitudes para las finanzas y el comercio, fue enviado por su padre a Nápoles, donde adquirió una sólida formación literaria gracias a las enseñanzas de los más ilustres eruditos de la corte napolitana: Paolo da Perugia y Andalo Delnevo. Lo que más le impresionó del ambiente napolitano fueron el refinamiento y la voluptuosidad que reinaban en la corte de los Anjou, en la cual convergían las culturas italiana, bizantina y árabe. En ese contexto de intrigas y ambiciones cortesanas, amores prohibidos y sensualidad se sitúa su obra maestra, El decamerón, centrada en la figura cambiante y fascinadora de Fiammetta, hija ilegítima de Roberto de Anjou, y en sus propias aventuras juveniles, debidamente enriquecidas mediante brillantes ornamentos literarios e invenciones de todo tipo. El personaje de Fiammetta, a quien el autor pretendió haber amado, recorre obsesivamente toda su literatura anterior. En Nápoles escribió tres obras relevantes: Filocolo (1336), adaptación de la historia medieval de Floris y Blancaflor; Filostrato (1338), poema adscrito al ciclo de la guerra de Troya; y el poema épico La Teseida (1339-1340).
Crisis bancaria florentina (1339):
La alta burguesía florentina consiguió a finales del s.XIII un poder absoluto a través de los Priores de los gremios. Mantuvieron un creciente desarrollo económico hasta 1338. Después sobreviene la bancarrota de los Bardi y los Peruzzi, que origina una grave crisis económica. Tras la tiranía del Duque de Atenas se da un gobierno popular, fundamentalmente pequeño-burgués. Los poetas y escritores se pronuncian por la clase señorial. Boccaccio y Villani hablan despectivamente del gobierno de tenderos y artesanos.
La quiebra del banco de los Bardi le obligó a volver a Florencia (1340), donde sufrió graves penurias económicas y problemas domésticos. Su situación no lo apartó de su quehacer literario, que, por el contrario, al parecer salió reforzado de esa experiencia, que le acercó al ambiente picaresco de mercaderes del que provenía su familia. En esos años compuso el idilio pastoril Ameto, La amorosa visión, La elegía de doña Fiammetta, escrita en prosa, y Las ninfas de Fiésole, en el que recreó, con versos octosílabos, amores puros y nobles.
La peste y el Decamerón:
La peste que asoló Florencia en 1348 le inspiró la idea de El decamerón, que redactó entre ese año y el de 1353. La obra obtuvo un gran éxito, lo cual le valió, en adelante, ser promovido con frecuencia a cargos oficiales honoríficos. Desempeñó funciones de embajador, con poca fortuna, primero en Aviñón y luego en Roma. De esos años son Poema bucólico, conjunto de dieciséis églogas compuestas en latín e inspiradas en Virgilio, y dos obras de signo totalmente opuesto: Corbacho, violenta sátira social y sexual, y De las mujeres notables, que contiene una larga serie de edificantes biografías femeninas. Sin haber resuelto sus problemas financieros, se retiró a Certaldo, donde sufrió una crisis espiritual que lo llevó a renegar de El decamerón y a volcarse en el estudio y en las prácticas piadosas. Tras ser ordenado sacerdote, pasó a ocupar el cargo de confesor en 1360.
En el Decamerone los curas y frailes son todos avaros, charlatanes o imbéciles, y los laicos devotos -Puccio, Ferondo, Gianni Lotteringhi- son tratados como tontos y perturbados mentales. Quien debía enseñar la fe es un pecador; quien lo toma en serio es imbécil. Los milagros pueden ser realizados incluso por el cadáver de un delincuente, o imitados por la astucia de un bufón; las plegarias son pasatiempos, y las reliquias, porquerías.
Las mujeres con poquísimas excepciones forman un misógino compendio de prostitutas, alcahuetas, adúlteras, estúpidas, crueles o diabólicas.
En 1362 volvió a Nápoles pero le acogieron mal en la corte y volvió a Toscana en abril de 1363. Se lamenta de la indigna acogida que le hicieron en una conocida carta a Jacopo de Nelli. En 1370 estaba de nuevo en Nápoles.
Es una constante de su personalidad la desilusión y la crítica de todas las profesiones, gobernantes, ciudades, países... sin excepción.
Siempre estuvo interesado por el estudio de los autores clásicos y usó con frecuencia un lenguaje mitolígico.
El humanismo que caracteriza las obras de madurez de Boccaccio, dedicado a comentar la obra de Dante en la iglesia de San Stefano de Badia (1373) por encargo de la nobleza florentina y a confeccionar una erudita compilación de la mitología clásica, se anticipa en buena medida al pensamiento y a la cultura renacentistas. Recibió por el empleo 100 florines mensuales pero contaba ya con sesenta años y abandonó la lectura a los ocho o nueve meses.
Ese giro humanístico y religioso guarda relación con la amistad que por esos años entabló con Petrarca, cuya muerte, (1374), lo sumió en una profunda tristeza. Tuvo que aceptar regalos y dinero del yerno de Petrarca, Francescuolo da Brossano y de Mainardo dei Cavalcanti. Petrarca, sabiéndolo pobre, le dejó en su testamento cincuenta florines.
Durante lo poco que le quedaba de vida, todos sus escritos serían un constante lamento por la pérdida del gran amigo y el abandono espiritual en que lo había dejado. Seguramente su tardía devoción por la Virgen era sincera.
Pasó sus últimos días en Certaldo (1375) con la única compañía de una criada.
Quiso siempre ser un gran poeta pero cuando leyó las rimas de Petrarca quemó gran parte de sus versos.
Su legado literario más valioso, el que lo convierte en el fundador de la prosa italiana, son los cien cuentos que componen El decamerón, que dan cuenta de su visión a la vez cínica e indulgente de las flaquezas, los pecados y las corrupciones de los hombres de su época.
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