El pulpo (Cap.59):
[...] mirábamos ahora el más prodigioso fenómeno que los mares secretos han revelado hasta ahora a la humanidad. Una vasta masa pulposa, de estadios enteros de anchura y longitud, de un resplandeciente color crema, flotaba en el agua, con innumerables brazos irradiando desde su centro y retorciéndose y rizándose igual que un nido de anacondas, como para captar a ciegas cualquier desdichado objeto a su alcance. No tenía cara ni frente perceptible; no tenía signo concebible de sensación o instinto, sino que ondulaba allí en las olas una manifestación de vida sin forma, extraterrenal, azarosa.
Al desaparecer lentamente otra vez con un sordo ruido de succión, Starbuck exclamó con voz loca, sin dejar de mirar las agitadas aguas donde se había hundido:
-¡Casi habría preferido ver a Moby Dick y luchar con él que haberte visto a ti, fantasma blanco!
- ¿Qué era eso, señor Starbuck? -dijo Flask.
-El gran pulpo viviente, que, según dicen, pocos barcos han balleneros han visto y han regresado a puerto para contarlo.
Pero Ahab no dijo nada; haciendo virar la lancha, volvió al barco, y los demás lo siguieron igualmente callados.
Cualesquiera que sean las supersticiones que los cazadores de cachalotes en general tengan en relación con la visión de este objeto, lo cierto es que, como el poderlo entrever es tan insólito, esa circunstancia ha llegado a revestirlo de carácter portentoso. Tan raramente se observa que, aunque todos a una voz declaren que es la mayor cosa animada del océano, muy pocos de ellos tienen sino vaguísimas ideas respecto a su verdadera naturaleza y forma, a pesar de lo cual creen que proporciona al cachalote su único alimento. Pues aunque otras especies de ballenas encuentran su alimento sobre el agua, y pueden ser vistas por el hombre en el acto de alimentarse, el cachalote obtiene su alimento en zonas desconocidas bajo la superficie y sólo por inferencia puede alguien decir en qué consiste exactamente ese aliemnto. A veces, cuando se le persigue de cerca, vomita lo que se supone que son los brazos desprendidos del pulpo, y algunos de ellos, que así se muestran, exceden los veinte y treinta pies de longitud. Se les antoja que el monstruo a que originalmente pertenecieron suele agarrarse con ellos al fondo del océano, y que el cachalote, a diferencia de otras especies, está provisto de dientes para atacarlo y destrozarlo.
Parece haber algún fundamento para imaginar que el gran Kraken del obispo Pontoppodan puede acabar por identificarse con el pulpo. El modo como lo describe el obispo, alternativamente subiendo y bajando , con algunos otros detalles que cuenta, hacen que se correspondan los dos en todo esto. Pero mucha rebaja es necesaria respecto al increíble tamaño que le asigna.
Algunos naturalistas que han oído vagos rumores sobre esta misteriosa criatura de que hablamos aquí, la inclyen entre la clase de las jibias, a la que en ciertos aspectos externos parecería que pertenece, aunque sólo como el Anak de la tribu. (H.Melville, Moby Dick)
El cefalópodo de Tenerife: 20.000 leguas de viaje submarino:
[...] el tema que representa está sacado de una leyenda, y ya sabéis lo que hay que pensar de las leyendas en materia de Historia Natural. Además, cuando se trata de monstruos, la imaginación no conoce límites. No solamente se ha pretendido que esos pulpos podían llevarse a los barcos, sino que incluso un tal Olaus Magnus habló de un cefalópodo, de una milla de largo, que se parecía más a una isla que a un animal. Se cuenta también que el obispo de Nidros elevó un día un altar sobre una inmensa roca. Terminada su misa, la roca se puso en marcha y regresó al mar. La roca era un pulpo.
-¿Y eso es todo? -preguntó el canadiense.
-No. Otro obispo, Pontoppidan de Berghem, habla igualmente de un pulpo sobre el que podía maniobrar un regimiento de caballería.
-Pues sí que estaban bien de la cabeza los obispos de antes -dijo Ned Land.
-En fin, los naturalistas de la Antigüedad citan monstruos cuya boca parecía un golfo y que eran demasiado grandes para poder pasar por el estrecho de Gibraltar.
-¡Vaya, hombre! -dijo el canadiense.
-¿Y qué puede haber de cierto en todos esos relatos? -preguntó Conseil.
-Nada, nada en todo cuanto pasa de los límites de la verosimilitud para desbordarse en la fábula o la leyenda. No obstante, la imaginación de los que cuentan estas historias requiere si no una causa, al menos un pretexto. No puede negarse que existen pulpos y calamares de gran tamaño, aunque inferior sin embargo al de los cetáceos. Aristóteles comprobó las dimensiones de un calamar que medía tres metros diez. Nuestros pescadores ven con frecuencia piezas de una longitud superior a un metro ochenta. Los museos de Trieste y de Montpellier conservan esqueletos de pulpos que miden dos metros. Además, según el cálculo de los naturalistas, uno de estos animales, de seis pies de largo, debería tener tentáculos de veintisiete metros, lo que basta y sobra pará hacer de ellos unos monstruos formidables.
-¿Se pescan de esta clase en nuestros días? -preguntó Conseil.
-Si no se pescan, los marinos los ven, al menos. Uno de mis amigos, el capitán Paul Bos, del Havre, me ha afirmado a menudo que él había encontrado uno de esos monstruos de tamaño colosal en los mares de la India. Pero el hecho más asombroso, que no permite ya negar la existencia de estos animales gigantescos, se produjo hace unos años, en 1861.
-¿Qué hecho es ése? -preguntó Ned Land.
-A ello voy. En 1861, al nordeste de Tenerife, poco más o menos a la latitud en la que ahora nos
hallamos, la tripulación del Alecton vio un monstruoso calamar. El comandante Bouguer se acercó al animal y lo atacó a golpes de arpón y a tiros de fusil, sin gran eficacia, pues balas y arpones atravesaban sus carnes blandas como si fuera una gelatina sin consistencia. Tras varias infructuosas tentativas, la tripulación logró pasar un nudo corredizo alrededor del cuerpo del molusco. El nudo resbaló hasta las aletas caudales y se paró allí. Se trató entonces de izar al monstruo a bordo, pero su peso era tan considerable que se separó de la cola bajo la tracción de la cuerda y, privado de este ornamento, desapareció bajo el agua.
-Bien, ése sí es un hecho -manifestó Ned Land.
-Un hecho indiscutible, mi buen Ned. Se ha propuesto llamar a ese pulpo «calamar de Bouguer».
-¿Y cuál era su longitud? -preguntó el canadiense.
-¿No medía unos seis metros? -dijo Conseil, que, apostado ante el cristal, examinaba de nuevo las
anfractuosidades del acantilado submarino.
-Precisamente -respondí.
-¿No tenía la cabeza -prosiguió Conseil-coronada de ocho tentáculos que se agitaban en el agua como una nidada de serpientes?
-Precisamente.
-¿Los ojos eran enormes?
-Sí, Conseil.
-¿Y no era su boca un verdadero pico de loro, pero un pico formidable?
-En efecto, Conseil.
-Pues bien, créame el señor, si no es el calamar de Bouguer éste es, al menos, uno de sus hermanos.
Miré a Conseil, mientras Ned Land se precipitaba hacia el cristal.
-¡Qué espantoso animal! -exclamó.
Miré a mi vez, y no pude reprimir un gesto de repulsión. Ante mis ojos se agitaba un monstruo horrible, digno de figurar en las leyendas teratológicas.
Era un calamar de colosales dimensiones, de ocho metros de largo, que marchaba hacia atrás con gran rapidez, en dirección del Nautilus. Tenía unos enormes ojos fijos de tonos glaucos. Sus ocho brazos, o por mejor decir sus ocho pies, implantados en la cabeza, lo que les ha valido a estos animales el nombre de cefalópodos, tenían una longitud doble que la del cuerpo y se retorcían como la cabellera de las Furias. Se veían claramente las doscientas cincuenta ventosas dispuestas sobre la faz interna de los tentáculos bajo forma de cápsulas semiesféricas. De vez en cuando el animal aplicaba sus ventosas al cristal del salón haciendo en él el vacío. La boca del monstruo -un pico córneo como el de un loro- se abría y cerraba verticalmente. Su lengua, también de sustancia córnea armada de varias hileras de agudos dientes, salía agitada de esa verdadera cizalla. ¡Qué fantasía de la naturaleza un pico de pájaro en un molusco! Su cuerpo, fusiforme e hinchado en su parte media, formaba una masa carnosa que debía pesar de veinte a veinticinco
mil kilos. Su color inconstante, cambiante con una extrema rapidez según la irritación del animal, pasaba sucesivamente del gris lívido al marrón rojizo.
¿Qué era lo que irritaba al molusco? Sin duda alguna, la sola presencia del Nautilus, más formidable que él, sobre el que no podían hacer presa sus brazos succionantes ni sus mandíbulas. Y, sin embargo, ¡qué monstruos estos pulpos, qué vitalidad les ha dado el Creador, qué vigor el de sus movimientos gracias a los tres corazones que poseen!.
El azar nos había puesto en presencia de ese calamar y no quise perder la ocasión de estudiar
detenidamente ese espécimen de los cefalópodos. Conseguí dominar el horror que me inspiraba su aspecto y comencé a dibujarlo.
-Quizá sea el mismo que el del Alecton-dijo Conseil.
-No -respondió el canadiense-, porque éste está entero y aquél perdió la cola.
-No es una prueba -dije-, porque los brazos y la cola de estos animales se reforman y vuelven a crecer, y desde hace siete años la cola del calamar de Bouguer ha tenido tiempo para reconstituirse.
-Bueno -dijo Ned-, pues si no es éste tal vez lo sea uno de ésos.
En efecto, otros pulpos aparecían a estribor. Conté siete. Hacían cortejo al Nautilus. Oíamos los ruidos que hacían sus picos sobre el casco. Estábamos servidos.
Continué mi trabajo. Los monstruos se mantenían a nuestro lado con tal obstinación que parecían
inmóviles, hasta el punto de que hubiera podido calcarlos sobre el cristal. Nuestra marcha era, además, muy moderada. (J.Verne)
Los pulpos (Cap.18):
Miré a mi vez, y no pude reprimir un gesto de repulsión. Ante mis ojos se agitaba un monstruo horrible, digno de figurar en las leyendas teratológicas.
Era un calamar de colosales dimensiones, de ocho metros de largo, que marchaba hacia atrás con gran rapidez, en dirección del Nautilus. Tenía unos enormes ojos fijos de tonos glaucos. Sus ocho brazos, o por mejor decir sus ocho pies, implantados en la cabeza, lo que les ha valido a estos animales el nombre de cefalópodos, tenían una longitud doble que la del cuerpo y se retorcían como la cabellera de las Furias. Se veían claramente las doscientas cincuenta ventosas dispuestas sobre la faz interna de los tentáculos bajo forma de cápsulas semiesféricas. De vez en cuando el animal aplicaba sus ventosas al cristal del salón haciendo en él el vacío. La boca del monstruo -un pico córneo como el de un loro- se abría y cerraba verticalmente. Su lengua, también de sustancia córnea armada de varias hileras de agudos dientes, salía agitada de esa verdadera cizalla. ¡Qué fantasía de la naturaleza un pico de pájaro en un molusco! Su cuerpo, fusiforme e hinchado en su parte media, formaba una masa carnosa que debía pesar de veinte a veinticinco
mil kilos. Su color inconstante, cambiante con una extrema rapidez según la irritación del animal, pasaba sucesivamente del gris lívido al marrón rojizo.[...]
El Nautilus estaba ya en la superficie. Uno de los marinos, situado en uno de los últimos escalones, desatornillaba los pernos de la escotilla. Pero apenas había acabado la operación cuando la escotilla se elevó con gran violencia, evidentemente «succionada» por las ventosas de los tentáculos de un pulpo.
Inmediatamente, uno de estos largos tentáculos se introdujo como una serpiente por la abertura mientras otros veinte se agitaban por encima. De un hachazo, el capitán Nemo cortó el formidable tentáculo, que cayó por los peldaños retorciéndose.
En el momento en que nos oprimíamos unos contra otros para subir a la plataforma, otros dos tentáculos cayeron sobre el marino colocado ante el capitán Nemo y se lo llevaron con una violencia irresistible. El capitán Nemo lanzó un grito y se lanzó hacia afuera, seguido de todos nosotros. ¡Qué escena! El desgraciado, asido por el tentáculo y pegado a sus ventosas, se balanceaba al capricho de aquella enorme trompa. jadeaba sofocado, ygritaba «¡Socorro! ¡Socorro!». Esos gritos, pronunciados enfrancés, me causaron un profundo estupor. Tenía yo, pues, un compatriota a bordo, varios tal vez.
Durante toda mi vida resonará en mí esa llamada desgarradora. El desgraciado estaba perdido. ¿Quién podría arrancarle a ese poderoso abrazo? El capitán Nemo se precipitó, sin embargo, contra el pulpo, al que de un hachazo le cortó otro brazo. Su segundo luchaba con rabia contra otros monstruos que se encaramaban por los flancos del Nautilus. La tripulación se batía a hachazos. El canadiense, Conseil y yo hundíamos nuestras armas en las masas carnosas. Un fuerte olor de
almizcle apestaba la atmósfera.
Por un momento creí que el desgraciado que había sido enlazado por el pulpo podría ser arrancado a la poderosa succión de éste. Siete de sus ocho brazos habían sido ya cortados. Sólo le quedaba uno, el que blandiendo a la víctima como una pluma, se retorcía en el aire. Pero en el momento en que el capitán Nemo y su segundo se precipitaban hacia él, el animal lanzó una columna de un líquido negruzco, secretado por una bolsa alojada en su abdomen, y nos cegó. Cuando se disipó la nube de tinta, el calamar había desaparecido y con él mi infortunado compatriota.
Una rabia incontenible nos azuzó entonces contra los monstruos, diez o doce de los cuales habían
invadido la plataforma y los flancos del Nautilus. Rodábamos entremezclados en medio de aquellos haces de serpientes que azotaban la plataforma entre oleadas de sangre y de tinta negra. Se hubiera dicho que aquellos viscosos tentáculos renacían como las cabezas de la hidra. El arpón de Ned Land se hundía a cada golpe en los ojos glaucos de los calamares y los reventaba. Pero mi audaz compañero fue súbitamente derribado por los tentáculos de un monstruo al que no había podido evitar. No sé cómo no se me rompió el corazón de emoción y de horror. El formidable pico del calamar se abrió sobre Ned Land, dispuesto a cortarlo en dos. Yo me precipité en su ayuda, pero se me anticipó el capitán Nemo. El hacha de éste desapareció entre las dos enormes mandíbulas. Milagrosamente salvado, el canadiense se levantó y hundió completamente su arpón hasta el triple corazón del pulpo.(Julio Verne, 20.000 leguas de viaje submarino)
Consumo responsable:
El consumo responsable de pulpo pasa por conseguir la implantación eficiente del etiquetado.
El pulpo tiene unas vedas muy estrictas en Galicia. Durante enero, febrero, marzo, abril y diciembre se puede consumir y pescar en el Atlántico.
En mayo, junio y julio, en el Atlántico se le deja descansar y sólo se pesca en el Mediterráneo.
El pulpo del Atlántico que ofrecen las pescaderías en junio no viene de Galicia ni de la costa española. Si su origen es realmente el Atlántico lo más probable es que venga de las sobreexplotadas costas africanas.
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