Guam. Por Jesús Zanca:
Isla de Guam, Archipiélago de las Marianas, Océano Pacífico. 20 de Junio de 1898...
Aquella mañana, el capitán Duarte se levantó temprano como de costumbre y, todavía adormilado, bajó a la playa para dar un paseo. Esforzó la vista en busca de las canoas de los pescadores que habitualmente se situaban cerca de los arrecifes, pero no las vio...
En la bahía, en cambio, se dibujaban las siluetas de cuatro grandes barcos. Restregándose los ojos, pudo verlo con más claridad. No cabía duda: eran cuatro buques de guerra.
Dando media vuelta, y a toda prisa, se dirigió a Agaña, la capital de la isla. Cuando llegó, alrededor de las 7,30, el gobernador de las Marianas, general Juan Marina, que también había visto los barcos, ya le estaba esperando. Al poco rato, un soldado les trajo una nota del teniente García:
En estos momentos, 8 de la mañana, entra en el puerto un buque de guerra americano y saluda al cañón. Salgo a verificar la visita sin demora. Disculparé a VE por no contestar a las salvas de saludo.
Visita a bordo del Charleston:
El teniente García era el único que no había visto los barcos americanos hasta que el crucero Charleston entró en el puerto. Con el médico, Romero, en un bote de la Capitanía, se dirigió al buque norteamericano para las cortesías de rigor. Al llegar, les llevaron ante el capitán del navío, Henry Glass. Con cordialidad, éste les invitó a sentarse, sacó una pitillera de plata y les ofreció cigarrillos. Antes de que pudieran darles las gracias, dijo: "Como ustedes saben, señores, ha sido declarada la guerra entre nuestras dos naciones y yo vengo a tomar posesión de esta isla en nombre de mi gobierno". Los españoles, asombrados, respondieron que nada sabían, que las últimas noticias que tenían eran del 14 de abril, y que en esas fechas no había ningún problema con los americanos.
Después de explicarles que la guerra se había declarado el 25 de abril, el capitán Glass, les preguntó: "Ustedes tienen aquí una guarnición de 54 hombres, ¿no es cierto?". El teniente García asintió y preguntó a su vez: "Y usted, señor, ¿qué fuerzas trae?" El oficial americano cogió un papel y escribió "Crucero protegido Charleston, con 2 cañones de 20 centímetros, 6 de 15 centímetros, y unos 14 de otros calibres, y 600 hombres, y transatlánticos Ciudad de Pekín, Australia y Ciudad de Sidney, conduciendo una División del Ejército americano al mando del general Anderson".
Sin saber qué contestar, el teniente García pidió a Glass, balbuceante, que le disculpara por no haber respondido a sus salvas de saludo, debido a que los cañones de los fortines del puerto, dado que hacía más de un siglo que no se usaban, estaban muy erosionados por el salitre marino y nadie quería dispararlos por miedo a que reventasen.
"No se preocupe, teniente, respondió Glass. Pero no eran salvas, sino fuego real". Los americanos no conocían el estado de las baterías del puerto, y habían entrado disparando, por si acaso.
Esa noche ningún español durmió en Agaña. El general Marina convocó a todos los militares y les fue preguntando, uno a uno, si se les ocurría alguna forma de defender la isla. La discusión fue acalorada. Algunos hablaron de Numancia...
El capitán Duarte puso las cosas en su sitio: con 54 hombres, escasos cartuchos, sin fortificaciones en la isla; enfrente, unos 5.000 americanos; y sin posibilidad de ayuda: si no les comunicaron la declaración de guerra, ¿cómo iban a esperar ahora auxilio?.
Así que, cuando a las 9,30 de la mañana, el bote con la bandera americana a popa y la blanca a proa, trajo el mensaje de Glass conminándole a rendirse en treinta minutos, el gobernador no tuvo más remedio que hacerlo:
Sin defensas de ninguna clase, ni elementos que oponer con probabilidad de éxito a los que usted trae, me veo en la triste decisión de rendirme, bien que protestando por el acto de fuerza que conmigo se verifica y la forma en que se ha hecho, pues no tengo noticia de mi Gobierno de haberse declarado la guerra entre nuestras dos naciones.
Poco después tuvo lugar en Punta Piti, el acto formal de la ocupación de la isla de Guam: una compañía del Regimiento de Oregón izó la bandera de las barras y las estrellas, recogió las armas de los soldados españoles y se llevó a éstos a bordo de los barcos, como prisioneros.
Autor: Jesús Zanca. Extraído de www.lacruzmocha.com
Negociaciones para la paz con Estados Unidos:
Francia, que como toda Europa, salvo Inglaterra, había mantenido hacia España una actitud de ineficaz benevolencia, se ofreció como mediadora y su embajador en Washington, Cambon, entregaba el 4 de agosto una nota al gobierno de Mac Kinley, el cual contestó imponiendo sus durísimas condiciones: la renuncia de España a la soberanía de Cuba y Puerto Rico, la cesión de una isla en el archipiélago de las Marianas y la ocupación de Manila por las tropas norteamericanas, a reserva de lo que se tratase en las negociaciones para la paz.
Inspiran admiración y lástima los hombres -políticos y diplomáticos- escogidos para negociadores de una paz que no había de ser otra cosa que una rendición sin condiciones: Montero Ríos, Abárzuza, Cerero, Villa Urrutia y Ojeda, que hubieron de enfrentarse con la comisión norteamericana presidida por el subsecretario Mr.Day y de la cual formaban parte también políticos y diplomáticos.
Como los marines de Cavite y de Santiago, los negociadores españoles, inermes, no pudieron presentar resistencia y hubieron de acceder a todo. España renunciaba a la soberanía de Cuba, causa y pretexto del conflicto, y cedía como indemnización de guerra la isla de Puerto Rico, la de Guam en las Marianas y el archipiélago de Filipinas. Aun concesiones sin importancia para los Estados Unidos, como la liberación de la Deuda cubana, abrumadora para la arruinada Hacienda española, y la puramente espiritual del reconocimiento de que las autoridades españolas no fueron causantes de la voladura del Maine, fueron denegadas. Los Estados Unidos se comprometían solamente a repatriar a los soldados españoles de Filipinas y a la entrega de 20 millones de dólares. La firma del tratado tuvo lugar el 10 de diciembre de 1898. (Marqués de Lozoya)
Abrumadora superioridad norteamericana:
La construcción de la armada norteamericana en 1898 había sido llevada a cabo
con una planificación inteligente. Incorporaba unidades efectivas que auxiliaban a un grupo de cruceros acorazados y acorazados.
A muchos miles de kilómetros de distancia, la deficiente Marina española constituía el único obstáculo para sus planes expansionistas.
España sólo contaba con un acorazado al que se unió un crucero acorazado adquirido a Italia en el último momento. Su artillería principal estaba pendiente de instalación y sólo contaba con la secundaria.
La creencia en la posible victoria por parte del gobierno español resultaba insensata.
La tan traída y llevada guerra del 98 no fue tal, sino una carnicería, una matanza, una masacre en la que las bien acorazadas naves norteamericanas cazaron a nuestros barcos de juguete uno a uno, sin posibilidad alguna de hacer nada por defenderse. Nuestros marinos cumplieron como siempre han cumplido, con valor hasta el final, causando admiración a sus enemigos ante el arrojo desplegado y la capacidad de sacrificio. En la guerra, nuestros hombres demostraron ser mejores que los norteamericanos consiguiendo cuatro veces más blancos que aquellos, y eso disparando con pequeños cañones contra los bien acorazados enemigos. Los norteamericanos elogiaron públicamente el valor demostrado por los marinos españoles, abandonados a su suerte por su gobierno, aceptando su triste destino con valor y saliendo a combatir en las peores condiciones posibles contra un enemigo enormemente superior en todo contra el que no tenían posibilidad alguna de victoria. Y cayendo en combate como se debe caer siempre, con honor.
(José I.Lago. Extraído de www.historialago.com)
Política para la anexión tras el armisticio (Cuba 1898-1899):
Máximo Gómez en su calidad de jefe supremo militar cubano, y el Consejo de Gobierno, representación superior de los poderes civiles revolucionarios, fueron sistemáticamente ignorados por los militares norteamericanos en cumplimiento de las directrices trazadas por Washington. Ignorando los poderes que encarnaba la dirección revolucionaria, se pretendía mantener una igualdad en el trato que se daba a los españoles y a los cubanos, sin reconocer a éstos como vencedores. El armisticio del 12 de agosto entre España y los Estados Unidos soslayó a los mambises y trajo como consecuencia inmediata que los mismos, una vez concluida la guerra, no pudiesen utilizar en su favor los recursos de la campiña; de hacerlo, sus acciones serían consideradas como hurtos y daños "a la propiedad". El hambre comenzó a enseñorearse del ejército mambí, a lo que se sumaron los efectos del bloqueo naval implantado por los Estados Unidos, que contribuyeron en no poca medida a que los revolucionarios cubanos no recibiesen ni refuerzos de guerra, ni alimentos del exterior. Mientras, las tropas norteñas repartían miles de raciones a los soldados peninsulares, mucho menos necesitados de ayuda que los insulares. En tales circunstancias, con un ejército de miles de hombres acantonados en sus campamentos, en condiciones de depauperación crecientes, la idea errónea de licenciar con celeridad al Ejército Libertador comenzó a materializarse. Aunque Gómez era del criterio de que los soldados antillanos deberían ser la base del ejército y la guardia rural de la futura república, según idea expresada por él a numerosos oficiales, como garantía de orden -y de independencia- mayoritariamente la creencia en lo pertinente de un licenciamiento temprano se impondría.
Finalmente, con la ausencia una vez más de los representantes del pueblo cubano, el 10 de diciembre, en París, se firmaría el Tratado entre España y lo Estados Unidos que con justeza puede llamarse "traspaso de la isla de Cuba". Los norteamericanos, despojando a España de todos sus territorios obtuvieron, aparte de la mayor de las Antillas, a Puerto Rico y Filipinas y algunos otros enclaves menores. Cuba quedaría, de forma incierta e indefinida, en manos extranjeras, colofón impensable de treinta años de batallar nacional-liberador. Al acabar el año 98, Gómez expresaría, con toda razón, que Cuba no era "ni libre ni independiente todavía".
La ignorada Asamblea de Santa Cruz:
Dando cumplimiento a un acuerdo ya visto de la Constitución de La Yaya, los representantes del pueblo cubano se reunieron, en el mes de octubre en Santa Cruz del Sur, en asamblea que pasaría a la historia con el mismo nombre, si bien, entrando el año 1899, se trasladaría varias veces hasta llegar a establecerse en el Cerro. La Asamblea de Santa Cruz del Sur, máxima representante de la nación cubana, tuvo un objetivo altamente notable: asumir la dirección de un país intervenido, e impulsar la creación del Estado Nacional en momentos aciagos. Sin embargo, debe decirse que la misma no logró estructurar un frente patriótico-nacionalista a la altura de los requerimientos históricos. Su membresía, aunque contó con muchas relevantes figuras de trayectoria independentista no desmentida, también se integró por personalidades susceptibles de ser cooptadas por los Estados Unidos, en sus intentos de adueñarse de Cuba. Obstaculizada por estas diferencias internas y heredera de subjetivismos anteriores presentes en no pocos de sus miembros, incapaces de prever el futuro y de valorar en su justa dimensión el hecho concreto de la intervención extranjera, la Asamblea no actuó con la energía suprema necesaria, ni sirvió de organismo integrador, en torno a la liberación nacional, de todo el pueblo cubano. La decisión patriótica, el amor por Cuba, estaban presentes en Santa Cruz. Lo que estuvo ausente allí fue la capacidad suprema de un efectivo líder nacional, que unificase criterios, controlase opiniones innecesarias en aquellos tiempos y proyectase el trabajo colectivo en función de la patria oprimida.
Aprovechando la coyuntura histórica, Estrada Palma disolvía, a fines de año, el Partido Revolucionario Cubano, con lo cual se daba un paso catastrófico hacia el desmantelamiento de la unidad ideológica de la revolución, a más de suprimir un aparato cohesionador imprescindible. Preocupada por los acontecimientos, la Asamblea designó una comisión para que se trasladase a los Estados Unidos y, en tratos con los dirigentes de este país, tratase de precisar el futuro de Cuba, siempre en el entendido de la instauración de una nación soberana. La comisión, muy festejada, no fue sin embargo, considerada "oficial". El gobierno estadounidense no la reconoció como representante del pueblo antillano. Para colmo de males, la revolución perdería a su segunda figura: en medio de esta misión, el mayor general Calixto García fallecía de enfermedad en diciembre, con lo que desaparecía un revolucionario intransigente. El pueblo cubano vivía, en aquellas circunstancias, los momentos más difíciles de su decurso en tanto nación recién conformada. La disyuntiva independencia o anexión se manifestaba en toda su plenitud. Aunque la Asamblea de Santa Cruz no fuese reconocida; aunque el Ejército Libertador fuese totalmente marginado, los hombres y mujeres de Cuba se aprestaban a defender su derecho a la existencia como país independiente, costase lo que costase. Quien se atreviese a impedirlo tendría que saber que, a la bandera de la estrella solitaria "nuestros muertos, alzando los brazos / la sabrán defender todavía".(Oscar Loyola Vega)
Desastrosa gestión española del tratado:
El desenlace del drama de la guerra con los Estados Unidos tuvo dos escenarios. El primero en Washington, donde el embajador de Francia, en representación de España, firmó un Protocolo que supuso, no sólo el alto del fuego sino la pérdida definitiva de Cuba y Puerto Rico junto con la retirada inmediata de nuestro ejército de las colonias; el segundo estuvo en París. No puede explicarse ni comprenderse lo sucedido en las sesiones de la capital francesa, si hacemos abstracción de lo firmado en el Protocolo de Washington, que condicionó estrechamente el tratado.
En la abundantísima bibliografía y documentación que existe sobre la guerra, los autores -muchos de los cuales vivieron los hechos- exponen sus puntos de vista sobre las causas. Los calificativos se suceden repetidamente: mala administración, corrupción, desidia, ceguera política, ineptitud política, incompetencia militar, impericia estratégica, estupidez, torpeza, etc. Cuando se refieren a los americanos son codicia, avaricia, expolio, traición...
(Manuel del Barrio Jala)
Postración española tras el desastre del 98:
Todas las esperanzas que -a pesar de las fundadas críticas de Velarde- concitaba la vida política y la vida económica de la Restauración en los momentos en que la desaparición de Cánovas parecía gravísimo presagio van a derrumbarse y a desquiciarse con la agresión imperialista norteamericana sobre las provincias españolas de Ultramar en 1898. Y lo mismo que el siglo XIX quedó condicionado por otra agresión exterior, la de la Revolución francesa en su fase napoleónica, el siglo XX quedaría roto contra su mismo umbral histórico ante la guerra con los Estados Unidos, que provocaría el hasta entonces mayor desastre exterior de la historia patria; un desastre que humillaba a España no en su territorio peninsular sino en algo que históricamente era para ella tanto o más esencial, su horizonte americano y asiático; su horizonte marítimo, histórico, cultural y económico.
Conviene sin embargo advertir, al comienzo de este tristísimo y todavía indignante capítulo de la historia española, que como muy bien subraya el profesor Pabón, no fue España el único gran país que tuvo su desastre finisecular; la Italia de Adua, la Inglaterra de Kartum, la Guayana, y la angustia en la guerra boer; la Francia de Fashoda, el Portugal del Ultimátum, el Japón del aldabonazo humillante de la escuadra de Perry...
La diferencia es, según Pabón, que a la corta a la larga todos esos países humillados renuncian a su sueño imperial localizado; España hubo de ser arrojada violentamente de él. Más aún, como ha reconocido un brillante equipo de historiadores franceses, el 98 español fue signo de la retirada europea, de un retroceso hegemónico del Viejo Continente que, recomido por sus dos guerras civiles luego mal disfrazadas de guerras mundiales, perdería ese dominio secular entre las sorpresas lacerantes de 1945.
[...] Pero España, con la prensa enmudecida tras sus alardes absurdos de la primavera, considera ya todo perdido sin remedio -cuando no lo estaba, ni mucho menos- desde la noche fatídica del 3 de julio. El 16 de agosto aparece el famoso artículo Sin Pulso de Francisco Silvela. El 1 de septiembre, un manifiesto del general Polavieja es la primera inyección de espíritu que recibe el postrado país. El gobierno liberal del desastre cede el paso, el 4 de marzo de 1899, a una situación conservadora presidida por el propio Silvela.
Responsables militares:
[...] La primera idea que surca la conciencia de la España exánime para remediar el futuro es cebarse morbosamente ante el pasado en forma de controversia generalizada cuyos dardos se dirigen en primer lugar hacia las Fuerzas Armadas. Era de esperar; se trataba del blanco más fácil y previsiblemente más silencioso. Ya hemos citado los tempranos desahogos del conde de las Almenas. Siguieron las controversias en la resaca del 98; la más sonada del 99 se libró entre el joven político conservador Eduardo Dato y el general Weyler, que amenazaba con los olvidados pronunciamientos. En agosto de ese mismo año se conocen, al fin, las sanciones por las responsabilidades del Desastre; dos generales y un almirante vieron adelantar su retiro. Nadie sancionó a los presuntos responsables civiles. Nadie más que la vergüenza y la historia han sancionado al pueblo, a la nación y a la sociedad española por su decisivo tanto de culpa. Y al reconocer el lado ridículo de las estadísticas militares cuando terminaba el siglo, casi nadie menciona ese estremecedor tercio de bajas definitivas que el Ejército y la Armada española se dejaron entre la manigua y la costa cubana y en las mil islas de Oriente que dejaban ya de ser españolas. (Ricardo de la Cierva)
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