HISTORIA
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La batalla de Trafalgar



Trafalgar (1805):
La crisis durante el reinado de Carlos IV:
El fracaso del reformismo borbónico. La gran debilidad del rey y el impacto de la Revolución Francesa en España influirían en el fracaso de las reformas ilustradas. La aristocracia, salvo una minoría ilustrada, se mantiene aferrada a sus privilegios y se opone a las reformas. la burguesía tiene escasa importancia numérica y se localiza en Barcelona y Cádiz, por lo que apenas puede influir en las reformas. El pueblo, que había recibido escaso beneficio de las reformas, se refugia en el casticismo y por su incultura es incapaz de comprenderlas. En el plano internacional España ya no puede mantener su neutralidad. En principio, la naturaleza de su monarquía la llevó a la alianza con las dinastías europeas y a una guerra contra la Convención después de la muerte de Luis XVI. En su inicio, la guerra fue popular y el general Ricardos obtuvo algunos éxitos en el Rosellón. Pero la reacción del ejército revolucionario francés obligó a España a pedir la paz de Basilea (1795) en la que se cedió la parte española de Santo Domingo. A esta paz siguió una alianza estratégica con Francia que nos enfrentará con Inglaterra y nos subordinará a los intereses franceses. Cuando Napoleón proyecte su Imperio europeo, la flota y el ejército español serán simples piezas de su colosal ejército. La flota será destruida por los ingleses en Trafalgar y el ejército español, desorganizado y desmoralizado, será incapaz de reaccionar ante la invasión de 1808. Sólo una reacción popular será la que se enfrente a Napoleón en la guerra de la Independencia. Mientras tanto la familia real había sido llevada con engaños a Bayona, donde renunció, bajo presión, a sus derechos sobre la Corona Española. El pueblo español, desamparado y con escasos dirigentes, tendrá que improvisar un gobierno y un ejército para hacer frente a la ocupación francesa. Los viejos ministros de Carlos III fueron sustituidos por Godoy que se encontró con la oposición general. La nobleza no perdonaba su humilde origen y los motivos de su ascenso. La burguesía se estaba arruinando con la paralización del comercio por el cierre de fronteras. El pueblo se molestó por medidas como la supresión de las corridas de toros.

Los que disfrutábamos el alto honor de estar al frente de la nación más heroica del mundo, y aclamados en ella por padres de la patria, ¿iríamos a postrarnos a los pies del soldán de la Francia para que nos pusiese en la lista de sus viles esclavos? ¿Iríamos a inclinar la rodilla entre el sátrapa de Madrid, para ayudarle a usurpar el trono de Pelayo y robar a nuestro Fernando el Séptimo la herencia de los Alfonsos y los Fernandos de Castilla? (Jovellanos, Defensa de la Junta Central)

Collingwood (1750-1810):
Ingresó en la marina cuando tenía 13 años, ascendiendo a teniente de navío en 1775, después de participar en la batalla naval de Bunker Hill, en la Guerra de la Independencia norteamericana. En 1797 era capitán de navío, y en 1799 contralmirante. Jugó un papel importante en diversas victorias de la armada inglesa, entre ellas la ganada en Brest (1794) por Lord Howe, y la de Cabo San Vicente (1797) por el almirante Jervis. En 1801, ya vicealmirante, mandaba una división de cinco barcos en el bloqueo de El Ferrol. También fue jefe de las fuerzas de bloqueo de Cádiz (1805), reforzadas después por las escuadras de Bickerton y de Caldez, hasta que Nelson asumió el mando de todas, reuniendo los 27 navíos de línea que son los que combatieron en Trafalgar.

England expects...:
Esta celebérrima frase, uno de los preceptos morales de la formación castrense inglesa, se lee en la orden del día del almirante Horatio Nelson, proclamada en la mañana de la batalla de Trafalgar, que fue el 21 de octubre de 1805. Así ha sido traducida normalmente la frase inglesa England expects that every man will do his duty. Es el texto que se lee en el libro Despachos y Cartas del vicealmirante vizconde de Nelson publicado en Londres en 1846. No obstante, la redacción primitiva de esta famosa orden fue un poco distinta. El vizconde Nelson, que era bastante endiosado y posiblemente con razón, había escrito: Nelson confides that every man will do his duty, o sea, «Nelson confía que cada hombre cumpla con su deber». Pero reunidos sus oficiales, uno de ellos, cuyo nombre se desconoce, propuso sustituir el nombre de su persona por el sacrosanto de la patria. El almirante Nelson lo encontró muy lógico y sin ninguna resistencia ordenó que se hiciera así. Otro pequeño detalle es que cuando se iba a transmitir a través de las banderas la frase, el capitán Pascoe, ayudante de banderas, le pidió permiso para cambiar la palabra confides por expects, ya que confides no se encontraba en el código de señales y hubiera tenido que deletrearse con las banderas perdiendo un tiempo precioso para transmitir la orden del día. Nelson se avino también a ello. Como es bien sabido, la batalla acabó con el triunfo de los ingleses, amargada por el glorioso fin del almirante que, herido mortalmente, falleció a las dos horas cuarenta y cinco minutos pronunciando estas palabras: «I've done my duty. Thank God for that» («He cumplido con mi deber. Doy gracias a Dios por ello»). La palabra duty, el deber, llevado hasta el heroísmo, fue el símbolo de la jornada de Trafalgar. Añadamos que lo fue también por parte de los españoles, que experimentaron una honrosa derrota y pérdidas humanas tan importantes como la que para Inglaterra representó la muerte de lord Nelson: la flor de nuestra oficialidad naval, es decir, Gravina, Alcalá-Galiano y Churruca, entre otros que fueron víctimas del terrible combate naval.(N.Luján)


Blas de Lezo y Vernon en Cartagena de Indias (1737):
Durante la Guerra de la oreja de Jenkins el almirante Edward Vernon sitia Cartagena con una de las flotas más grandes que se hayan armado (2000 cañones dispuestos en 186 barcos, entre navíos de guerra, fragatas, brulotes y buques de transporte y 23.600 combatientes entre marinos, soldados y esclavos negros macheteros de Jamaica, más 4.000 reclutas de Virginia bajo las órdenes de Lawrence Washington, medio hermano del futuro libertador George Washington), superaba en más de 60 navios a la Gran Armada de Felipe II. Las defensas de Cartagena no pasaban de 3.000 hombres entre tropa regular, milicianos, 600 indios flecheros traídos del interior, más la marinería y tropa de desembarco de los seis únicos navíos de guerra de los que disponía la ciudad: el Galicia que era la nave Capitana, el San Felipe, el San Carlos, el Africa el Dragón y el Conquistador. Blas de Lezo contaba con la experiencia de 22 batallas. Fue una gran victoria con una enorme desproporción entre los dos bandos.

La batalla:
Después de ésas y otras muchas empresas, nombrado comandante general del apostadero naval de Cartagena de Indias, a los 54 años, y tras rechazar dos anteriores tentativas inglesas contra la ciudad, hizo frente a la fuerza de desembarco del almirante Vernon: 36 navíos de línea, 12 fragatas y varios brulotes y bombardas, 100 barcos de transporte y 39.000 hombres. Que se dice pronto. He visto dos retratos de Edward Vernon, y en ambos -uno, pintado por Gainsborough- tiene aspecto de inglés relamido, arrogante y chulito. Con esa vitola y esa cara, uno se explica que vendiera la piel antes de cazar el oso, haciendo acuñar por anticipado las medallas conmemorativas de la hazaña que estaba dispuesto a realizar. Pese a que a esas alturas de las guerras con España todos los marinos súbditos de Su Graciosa sabían cómo las gastaba Don Blass, el cantamañanas del almirante inglés dio la victoria por segura. Sabía que tras los muros de Cartagena, descuidados y medio en ruinas, sólo había un millar de soldados españoles, 300 milicianos, dos compañías de negros libres y 600 auxiliares indios armados con arcos y flechas. Así que bombardeó, desembarcó y se puso a la faena. Pero Medio hombre, fiel a lo que era, se defendió palmo a palmo, fuerte a fuerte, trinchera a trinchera, y los navíos bajo su mando se batieron como fieras protegiendo la entrada del puerto. Vendiendo carísimo el pellejo, bajo las bombas, volando los fuertes que debían abandonar y hundiendo barcos para obstruir cada paso, los españoles fueron replegándose hasta el recinto de la ciudad, donde resistieron todos los asaltos, con Blas de Lezo personándose a cada instante en un lugar y en otro, firme como una roca. Y al fin, tras arrojar 6.000 bombas y 18.000 balas de cañón sobre Cartagena y perder seis navíos y nueve mil hombres, incapaces de quebrar la resistencia, los ingleses se retiraron con el rabo entre las piernas. (Pérez-Reverte, 2010)

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