La Atlántida y Canarias:
Durante siglos, incluso después de la conquista española, se creyó que las islas eran las cumbres de las montañas de la Atlántida, el gran continente sumergido del cual habló Platón en su diálogo Timeo y Critias.
La Atlántida era una gran isla, "más grande que Libia y Asia juntas", situada al otro lado de las Columnas de Hércules (el Estrecho de Gibraltar). Era dominio de Poseidón, dios del Mar, y estaba habitada por los Atlantes, descendientes de Atlas, su primer rey, hijo del mismo dios y de una mujer mortal.
La Atlántida tenía toda clase de riquezas, su pueblo era el más avanzado del mundo, y en su centro estaba la gran capital con el Palacio y el Templo de Poseidón. Sus hombres de ciencia transmitían conocimientos y civilización a los demás pueblos, con los que mantenían la paz.
Los Atlantes fueron durante muchas generaciones fieles a sus leyes de justicia, generosidad y paz. Pero con el tiempo degeneraron y se hicieron avariciosos y belicosos. Otros añaden que descubrieron los secretos de los dioses, secretos de energías cósmicas y de fuerzas capaces de destruir el género humano.
Hace unos 11.500 años, Zeus, rey de los dioses, castigó a los Atlantes y, en el transcurso de una sola noche, erupciones volcánicas y maremotos destruyeron la gran isla en un cataclismo de proporciones cósmicas.
Según la leyenda, de la Atlántida quedan a la vista sólo las islas Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde: lo que fueron las cumbres de las altas montañas del continente perdido. Pero sus palacios y templos se encuentran en el fondo del océano que tomó de él su nombre: el Atlántico.
(Julio N.Rancel)
Entrevista a Marcos Martínez (ULL):
El catedrático de Filología de la Universidad de La Laguna Marcos Martínez incorpora a la oferta de este verano en la UVA un curso monográfico titulado Atlántida: el continuo resurgir de un viejo mito. El mito de Platón describe un estado ideal, justo y perfecto. Una isla como un territorio de excepcional riqueza natural, y fabulosas construcciones habitado por seres inteligentes y virtuosos que no daban valor a las posesiones materiales. Sin embargo, un día los atlantes se volvieron arrogantes, sacrílegos y vulgares. Entonces, los dioses decidieron castigarlos con una catástrofe que pondría fin a su historia.
- ¿Qué lo motivó a plantear este curso?
-La Atlántida es un tema de cultura universal. Desde que salió de la cabeza de Platón en el año 355 a.C. hasta nuestros días no ha cesado de generar reacciones. Unas veces polémicas, en referencia a la veracidad de su existencia y otras como inspiración de la creación literaria, como marco de novelas, poesía, hasta de películas. De modo que este tema se ha convertido en un clásico atemporal. Junto con Isabel García, mi compañera en la dirección de este curso pensamos que en Canarias, y más en concreto en Tenerife, hemos considerado que este sería un marco idóneo y el interés que ha despertado en los alumnos nos reafirma nuestra sospecha.
-¿En qué se basa el éxito de esta historia?
-La genialidad de Platón ha consistido en idear una historia que refleja la búsqueda de la felicidad parte del ser humano. Es una historia que describe una isla en donde se desarrolla una civilización perfectamente organizada, donde no existe el crimen, es una sociedad utópica. Con este relato Platón retorna la búsqueda de la ciudad ideal iniciada con República, pero logra ir más allá La Atlántida es un diamante en bruto que ha inspirado miles de libros y ha generado un arsenal de cultura.
- ¿Existe alguna investigación científica que haya constatado la existencia de la Atlántida o deberíamos dejarla en marcada dentro del ámbito de lo mitológico?
-Atlántidas hay muchas, tantas como naciones. Hay un autor que habla de atlantonacionalismo, ya que muchas naciones han utilizado este mito para adornar sus orígenes. Así lo han hecho Grecia, Suecia o Brasil, por ejemplo. Para mí esta es una invención de Platón. Es un mito que nunca ha existido como realidad. No obstante siguen apareciendo autores que le adjudican una ubicación geográfica. Algunas investigaciones la sitúan ahora en Chipre, otros dicen que la única localización posible está en el Estrecho de Gibraltar. Pero este no deja de ser un ejercicio vano.
- ¿Era esa civilización ideal que habitaba la Atlántida?
- Platón lo explica muy bien, con muchos detalles. Era una sociedad completa mente organizada, en la cual, cada ciudadano tenía su función. El clima, la topografía, la arquitectura, todo era ideal. Es más, muchos arquitectos famosos han hecho incluso reconstrucciones de esta ciudad en base al texto de Platón . -
Esto no me parece que es té mal, lo que no es Correcto es decir que existió en algún momento de la historia de la humanidad, pero que no se sabe dónde. El mundo ya está suficientemente descubierto como para que todavía haya una civilización perdida
-¿Desde qué óptica se aborda este tema en la actualidad?
-En el año 2002 se produjo en Francia una concentración de especialistas en diversas ramas del saber. Como resultado de este encuentro dos años más tarde se publicó un libro titulado Las Atlántidas imaginarias. Este documento de carácter multidisciplinar refleja cómo se está abordando el tema n la actualidad. Hace sólo unos días la isla de Milos albergó otro congreso de idénticas características.
-¿Podríamos decir que San Borondón es la versión local de la Atlántida?
-Sí, San Borondón es una isla que no ha existido nunca pero hay mucha gente que dice que la ha visto. Es producto de un espejismo determinadas condiciones atmosféricas. Es un fenómeno marino con el que los capitanes de grandes navíos se han encontrado en muchos sitios. De todos modos, lo importante no es si ha existido o no, sino su simbolismo. Para los canarios esta leyenda ha sido muy nutritiva porque representa la isla que todo canario ha deseado encontrar. Es la tierra prometida.
- ¿Qué cree usted que este tipo de historias se desarrollan en islas?
-Porque siempre las islas están rodeadas de un halo de misterio. Es muy frecuente, por ejemplo, escuchar a la gente hablar de irse a una isla desierta como un idea. Hablar de alejarse de la sociedad en busca de la felicidad que no consiguen.
-¿La historia de Canarias también encierra muchos mitos, ¿no es así?
-Sí, la hermosa, naturaleza del Archipiélago ha propiciado que sean aptas para engendrar muchos mitos. Uno de ellos que sigue con absoluta vigencia es el de Islas Afortunadas. Pero además se daban otras de las condiciones sobre las suelen proliferan los mitos, es decir, que además de ser islas, tenemos montañas, que son otros lugares misteriosos. (Laura Docampo para La Opinión, Agosto 2005)
Teorías sobre las islas atlánticas:
Los geógrafos de la antigüedad creían que los territorios habitables de entonces (la ecumene o mundo conocido), estaban rodeados por un caudaloso río al que llamaban Océano. Al rebasar los navegantes fenicios y griegos los limites del Mediterráneo occidental y penetrar en el mar exterior, se identificó ese enorme río, como el Océano descrito por los geógrafos. Platón, en sus Diálogos de Timeo y el inacabado Critías, nos dio a conocer la existencia de un continente mítico, situado en el Atlántico, al oeste del estrecho de Gibraltar, "más grande que Asia y Libia (Africa) juntas". En el segundo de estos diálogos, Platón, en presencia de Timeo, Sócrates y Hermócrates narra la desaparición de la Atlántida como consecuencia de un gran cataclismo. Platón había conocido la posible existencia de la Atlántida a través de Solón y éste a su vez recibió la información de los sacerdotes de Heliópolis (Egipto). Critías, en su narración, se expresa así: "Si Solón hubiera concluido el relato que se había traído de Egipto ni Homero ni ningún otro poeta hubiera llegado jamás a ser mas célebre que él". Según Platón, la isla estaba situada en el Atlántico, siendo tutelada por Poseidón. De la unión de este dios y la mortal Cleito, nacieron cinco pares de gemelos, al mayor de los cuales se le puso el nombre de Atlas, del que tanto la isla como el mar que la rodeaba recibieron el nombre. Es indudable que la descripción que hace Platón de la metrópolis de la Atlántida, publicada por J.V. Luce, que aquí reproducirnos, la Atlántida debió ser un país esencialmente marítimo. Existe otro mapa de la Atlántida, trazado por Viera y Clavijo, basado en el de A. Kircher.
Homero ya se refería a la Atlántida cuando escribía: "Una isla azotada por la olas, en el centro del mar, donde tiene su mansión una diosa, hija de Atlas, el de pérfidos pensamientos, que conoce todos los abismos del mar y sostiene las altas columnas que separan la tierra del cielo".
Algunos autores como Adolf Schulten han identificado la Atlántida, con Tartessos, tesis que comparte el profesor de la U.A.M. Bandala Galván. Otros como Gaffarel sostienen que
"los archipiélagos de las Antillas, Azores y Canarias son los tres vértices de una isla triangular, que muy pasado el período terciario se hundió bajo las aguas y considera el pico del Teide una huella de la tremenda sacudida volcánica que acompañó a un colosal terremoto".
Canarias ha sido quizá el archipiélago preferido por muchos tratadistas, hasta que el profesor Serra Ráfols lo consideró ajeno a los estudios canarios.
Algunos autores nórdicos como Rudbeck y Spanuth, se inclinan por una Atlántida hiperbórea, situada en la Escandinavia de la Edad del Bronce. Otros señalan a Oriente como su lugar de emplazamiento. También se sitúa en Africa, tanto en la zona oriental como en la occidental, y algunos investigadores han llegado a afirmar que la Atlántida estuvo situada en la Antártida.
En relación con la Atlántida, el profesor Céspedes del Castillo señala que las descripciones que hace Platón sobre la Atlántida "corresponden a diversos paisajes conocidos entonces por los griegos, convencionalmente traspuestos a un lugar imaginario". Ello no basto para que no pocos sabios se esforzasen hasta principios del siglo XX en localizar la Atlántida.
Naturalmente resultó inútil. Platón había utilizado su enorme habilidad descriptiva para forjar una simple parábola. Céspedes del Castillo recuerda al lector que la supuesta desaparición de la Atlántida bajo las aguas, tuvo lugar “más de nueve mil años antes” de la época en que vivió Platón (Atenas 427 ó 428-348 ó 349 a.J.C.). Por su parte el profesor Gómez-Tabanera, basándose en los trabajos de Frots, Galenopoulos, Bacon, etcétera, señala “que la explosión de la caldera del volcán de Thera y los movimientos y fenómenos consecuentes fueron los que inspiraron a Platón su fabulación”. (Ricardo Arroyo Ruiz-Zorrilla)
20.000 leguas de viaje submarino:
¡Qué relámpago atravesó mi mente! ¡La Atlántida! ¡La antigua Merópide de Teopompo, la Atlántida de Platón, ese continente negado por Orígenes, Porfirio, Jámblico, D'Anville, Malte-Brun, Humboldt, para quienes su desaparición era un relato legendario, y admitido por Posidonio, Plinio, Ammien-Marcellin, Tertuliano, Engel, Sherer, Tournefort, Buffon y D'Avezac, lo tenía yo ante mis ojos, con el irrecusable testimonio de la catástrofe. Ésa era, pues, la desaparecida región que existía fuera de Europa, del Asia, de Libia, más allá de las columnas de Hércules. Allí era donde vivía ese pueblo poderoso de los atlantes contra el que la antigua Grecia libró sus primeras guerras.
Fue el mismo Platón el historiador que consignó en sus escritos las hazañas de aquellos tiempos heroicos. Su diálogo de Timeo y Critias fue, por así decirlo, trazado bajo la inspiración de Solón, poeta y legislador.
Un día, Solón tuvo una conversación con algunos sabios ancianos de Sais, ciudad cuya antigüedad se remontaba a más de ochocientos años, como lo testimoniaban sus anales grabados sobre los muros sagrados de sus templos. Uno de aquellos ancianos contó la historia de otra ciudad con miles de años de antigüedad.
Esa primera ciudad ateniense, de novecientos siglos de edad, había sido invadida y destruida en parte por los atlantes, pueblo que, decía él, ocupaba un continente más grande que África y Asia juntas, con una superficie comprendida entre los doce y cuarenta grados de latitud norte. Su dominio se extendía hasta Egipto, y quisieron imponérselo también a Grecia, pero debieron retirarse ante la indomable resistencia de los helenos. Pasaron los siglos, hasta que se produjo un cataclismo acompañado de inundaciones y de temblores de tierra. Un día y una noche bastaron para la aniquilación de esa Atlántida, cuyas más altas cimas, Madeira, las Azores, las Canarias y las islas del Cabo Verde emergen aún.
Tales eran los recuerdos históricos que la inscripción del capitán Nemo había despertado en mí. Así, pues, conducido por el más extraño destino, estaba yo pisando una de las montañas de aquel continente. Mi mano tocaba ruinas mil veces seculares y contemporáneas de las épocas geológicas. Mis pasos se inscribían sobre los que habían dado los contemporáneos del primer hombre. Mis pesadas suelas aplastaban los esqueletos de los animales de los tiempos fabulosos, a los que esos árboles, ahora mineralizados, cubrían con su sombra.
¡Ah! ¡Cómo sentí que me faltara el tiempo para descender, como hubiera querido, las pendientes abruptas de la montaña y recorrer completamente ese continente inmenso que, sin duda, debió unir África y América, y visitar sus ciudades antediluvianas! Allí se extendían tal vez Majimos, la guerrera, y Eusebes, la piadosa, cuyos gigantescos habitantes vivían siglos enteros y a los que no faltaban las fuerzas para amontonar esos bloques que resistían aún a la acción de las aguas. Tal vez, un día, un fenómeno eruptivo devuelva a la superficie de las olas esas ruinas sumergidas. Numerosos volcanes han sido señalados en esa zona del océano, y son muchos los navíos que han sentido extraordinarias sacudidas al pasar sobre esos fondos atormentados. Unos han oído sordos ruidos que anunciaban la lucha profunda de los elementos y otros han recogido cenizas volcánicas proyectadas fuera del mar. Todo ese suelo, hasta el ecuador, está aún trabajado por las fuerzas plutónicas. Y quién sabe si, en una época lejana, no aparecerán en la superficie del
Atlántico cimas de montañas ignívomas formadas por las deyecciones volcánicas y por capas sucesivas de lava.
Mientras así soñaba yo, a la vez que trataba de fijar en mi memoria todos los detalles del grandioso paisaje, el capitán Nemo, acodado en una estela musgosa, permanecía inmóvil y como petrificado en un éxtasis mudo. ¿Pensaba acaso en aquellas generaciones desaparecidas y las interrogaba sobre el misterio del destino humano? ¿Era ése el lugar al que ese hombre extraño acudía a sumergirse en los recuerdos de la historia y a revivir la vida antigua, él que rechazaba la vida moderna? ¡Qué no hubiera dado yo por conocer sus pensamientos, por compartirlos, por comprenderlos!
Permanecimos allí durante una hora entera, contemplando la vasta llanura bajo el resplandor de la lava que cobraba a veces una sorprendente intensidad. Las ebulliciones interiores comunicaban rápidos estremecimientos a la corteza de la montaña. Profundos ruidos, netamente transmitidos por el medio líquido, se repercutían con una majestuosa amplitud.
Por un instante, apareció la luna a través de la masa de las aguas y lanzó algunos pálidos rayos sobre el continente sumergido. No fue más que un breve resplandor, pero de un efecto maravilloso, indescriptible.
El capitán se incorporó, dirigió una última mirada a la inmensa llanura, y luego me hizo un gesto con la mano invitándome a seguirle.
Descendimos rápidamente la montaña. Una vez pasado el bosque mineral, vi el fanal del Nautilus que brillaba como una estrella. El capitán se dirigió en línea recta hacia él, y cuando las primeras luces del alba blanqueaban la superficie del océano nos hallábamos ya de regreso a bordo. (Julio Verne)
"Hoy sus recios palacios los habitan delfines
y las algas tapizan el prado y el vergel..."
(Jacinto Verdaguer - "La Atlántida")
Mu (Comienzo). Hugo Pratt:
Antes que nada recordemos que han pasado nueve mil años desde aquella guerra en la que combatieron los hijos de Poseidón a un lado de las columnas de Hércules y los hijos de Atenas y de Hefaistos al otro lado.
- ¿Qué guerra?
- Solón, Solón, vosotros los griegos sois siempre igual de niños. ¿Es posible que no haya un griego anciano? ¡Ya no recordáis nada!
- ¿Qué podríamos recordar?
- La guerra entre la Atlántida y Atenas "la noble".
- ¡La guerra sagrada!
- Sí, una guerra muy antigua...
- ¿Qué estáis contando?
- Que vosotros los griegos de hoy, lo habéis olvidado todo.
- Antes de Phoroneo y Niobe, antes del Diluvio de los tiempos de Deucalion y Pyrrha... antes, mucho antes... antes, antes y antes aún, hubo otros hombres que vivieron y murieron y tenían la piel de oro. También sus mujeres eran doradas y parían niños de oro... Pero un día Faetón, hijo del sol, se apoderó del carro de su padre y se acercó tanto a la Tierra que la quemó, con parte de sus habitantes. Surgió así el mito; pero en realidad fue un desorden de los cuerpos celestes, y su desviación hacia la tierra la que causó la gran destrucción... Todo esto nosotros lo hemos escrito para no olvidarlo y... lo hemos escrito sobre la piedra... para que dure más. Habrás notado, oh, Solón, que la continuidad de la civilización se ve interrumpida con las guerras y los cataclismos... una gran civilización resultó destruida mientras la Atlántida estaba en guerra... con nosotros, los griegos primitivos. Toda la isla, más allá de las columnas de Hércules, se hundió en el gran océano... pero tú no escuchas...
(*) Mientras Corto inspecciona en escafandra unas ruinas sumergidas, experimenta extrañas sensaciones por el efecto del nitrógeno en su sangre.
El continente de Mu surge del Códice Troano:
Al principio del siglo XVI, el obispo y Gran Inquisidor del Yucatán, Diego de Landa, ordena destruir toda huella de cultura autóctona y organiza varios autos de fe. Hace quemar todos los documentos indígenas caídos en sus manos. La indignación suscitada por sus iniciativas provoca su regreso a España donde es castigado por sus actos excesivos y condenado a recopiar los tres grandes manuscritos que habían escapado a su empresa destructora.
En una imagen de su pensum, Diego de Landa redacta una tabla de equivalencias fantasiosa donde traza un paralelo entre nuestro alfabeto, el de los Mayas y el lineario A de la escritura cretense. Titula su trabajo Informe sobre los asuntos del Yucatán.
En 1864, un francés, el abate Charles-Etienne Brasseur de Bourbourg descubre, por casualidad los trabajos de Diego de Landa en la biblioteca de la Academia de Historia de Madrid. Persuadido de haber encontrado la clave de todos los misterios, se lanza en seguida a traducir el tratado de astrología maya conocido bajo el nombre de Códice Troano.
Víctima de su sentido de la fantasía y engañado por la superchería de Diego de Landa, el abate cree descifrar un libro catastrófico que evoca la desaparición de una tierra misteriosa.
Como se encuentra confrontado a dos signos cuyo sentido se le escapa, pero que se parece vagamente a una M y a una U, decide dar el nombre de MU a aquella tierra hundida que sitúa en el Pacífico. La Atlántida encuentra así un equivalente.
Aquella tierra imagiada en una biblioteca excita la imaginación de Auguste Le Plongeon. El Códice Troano cuenta según él una historia de celos incestuosos. Codiciada por sus dos hermanos, la dulce reina de Mu no puede impedir una rivalidad que está llamando al crimen. La naturaleza sanciona la pelea fratricida y las tierras del continente de Mu son tragadas por las aguas. La reina huye y se refugia en Egipto.
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