Religión
Iglesia católica: América



España: Iglesia católica:
Hernán Cortés decapita la cultura azteca (1520):
El error de los conquistadores y sus sacerdotes consistió en que se dieron cuenta de la realidad demasiado tarde [del nivel cultural azteca]. Pero, ¿acaso podían verla? Recordemos el mundo de principios del siglo XVI. Copérnico no había publicado todavía su nueva cosmología, y los grandes escépticos Galileo y Giordano Bruno no habían nacido aún. No había ningún arte fuera de la Iglesia, ni ciencia, ni vida posibles sin ella. El sentir y pensar del mundo occidental eran cristianos; y con tal visión del mundo, con una fe tan absoluta en la infalibilidad de la Iglesia, con tal compenetración en su existencia eterna y en su capacidad redentora, era inevitable la más absoluta seguridad. Todo lo que no era cristiano era pagano, y como tal, y en su propio interés, había de ser combatido. Esta norma fundamental de los hombres del siglo XVI les impedía reconocer el valor de unas ideas aprovechables, aunque distintas a las suyas, por haber nacido de otro concepto del mundo. Su carencia de una amplia y matizada visión no permitió a los conquistadores de México comprender los claros indicios de una vida social bien dispuesta y desarrollada, ni apreciar los profundos conocimientos que los azrtecas tenían sobre la educación y la enseñanza, ni los asombrosos conocimientos de los sacerdotes aztecas en materia de astronomía.

Sacrificios humanos:
No vieron que no se trataba de unos salvajes, ni de los adelantos de su cultura, patente, por ejemplo, en la disposición de las ciudades, en sus sistemas de ordenar el tráfico y transmitir las noticias, y en la construcción de suntuosos edificios sagrados o profanos. En la ciudad rica de México [Tenochtitlan], con sus lagunas, diques, calles e islas flotantes de flores -las chinampas que aún vio Alexander von Humboldt-, no veían más que fantasmagorías del diablo. Desgraciadamente, la religión azteca tenía una característica que llenaba de terror a cuantos veían sus huellas y les hacía creer que todo aquello era obra del diablo. Se trataba de los sacrificios humanos que efectuaban en masa y en los cuales los sacerdotes arrancaban el corazón a las víctimas aún vivas. Pero lo cierto es que el aspecto de la religión azteca supera con mucho todo cuanto jamás se ha visto en el mundo en este sentido. En la civilización azteca se daban considerables valores junto con prácticas horripilantes. Y los fanáticos no podían ver ambas cosas unidas en una misma cultura. Por eso, no comprendieron que, a diferencia de los salvajes que habían encontrado Colón, Vespucio y Cabral, los aztecas eran un pueblo al que se podía humillar hasta un determinado límite, tras el cual se tropezaba con su religión; no supieron reconocer que bajo la protección de sus armas podían permitirse todos los horrores, crueldades y crímenes, excepto uno: el sacrilegio de los templos y los dioses. Y fue precisamente esto lo que hicieron, imprudencia que estuvo a punto de arrebatar a Cortés todo el fruto de sus conquistas militares y políticas. Es digno de señalarse el hecho de que en el séquito de Cortés no fueran los sacerdotes quienes se mostraban más fanáticos. Los padres Díaz y Olmedo, especialmente el último, desempeñaban su misión con una prudencia guiada por una gran comprensión política. Según todas las noticias, era el mismo Cortés -acaso por deseo subconsciente de justicia- el primero en intentar la conversión de Moctezuma. Mas el emperador le escuchaba con cortesía, y cuando el conquistador, en su panegírico, comparaba los sangrientos sacrificios de los aztecas con la fe pura y sencilla de la misa católica, Moctezuma hacía ver que a él le parecía menos excecrable sacrificar personas que consumir la carne y la sangre del mismo Dios, opinión que no sabemos si Cortés tenía capacidad dialéctica para combatir.

Cristianización forzada del gran teocali:
Cortés pidió permiso para visitar uno de los grandes templos. Tras muchas vacilaciones, y después de Moctezuma hubo consultado con sus sacerdotes, le fue concedido. Cortés subió inmediatamente el gran teocali situado en el centro de la capital, no lejos del palacio donde se alojaba; y una veza allí dijo al padre Olmedo que aquel sería el lugar más apropiado para colocar la cruz, pero el sacerdote lo desaconsejó. Vieron también la losa de jaspe donde se sacrificaban las víctimas humanas con un cuchillo de obsidiana, y la imagen del dios Huitzilopotchtli, de terrible aspecto para los españoles y sólo comparable con las máscaras del diablo que la Iglesia representaba desde tiempos primitivos. Una gran serpiente cubierta de perlas y piedras preciosas rodeaba el cuerpo del dios. Bernal Díaz, que presenciaba todo aquello, apartó la vista, atemorizado, pero vio algo mucho más terrible aún: las paredes laterales de la sala estaban salpicadas de sangre humana coagulada. El mal olor era más penetrante que el de los mataderos de Castilla. Luego volvió a mirar el ara de los sacrificios, y observó que allí había tres corazones humanos que en su imaginación sangraban aún y echaban vapor. Cuando hubieron bajado las innumerables escaleras, vieron un enorme osario que llegaba hasta el techo. En él, bien ordenados en pilas sostenidas con tablas estaban los cráneos de las víctimas. Un soldado calculó que habría unos 136.000. Poco después pasó la etapa de las súplicas y llegó la de las exigencias rápidas, apoyadas con amenazas. Cortés ocupó una de las torres del gran teocali. Después de su visita a la torre solía proferir palabras imprudentes, injuriosas para la religión azteca y Moctezuma estaba sumamente preocupado. En una ocasión, Moctezuma llegó a excitarse y se atrevió a decir que su pueblo no lo toleraría. Cortés, obstinado, ordenó que se limpiara el templo, mandó colocar un altar y sobre él una cruz y una imagen de la Virgen. Desaparecieron el oro y las joyas -ocioso averiguar su paradero- y las paredes fueron adornadas con flores. Cuando se cantó el primer Tedéum ante todos los españoles congregados en la gran escalinata y en la plataforma del teocali, se cuenta que lloraban de alegría por haber logrado aquel triunfo de la Cruz. (Ceram)

Pervivencia de rasgos anacrónicos:
● La Iglesia copaba y dictaba el pensamiento. Hasta el siglo XIX, la mayor parte del pensamiento español estaba dentro del marco teológico. La filosofía supone pensar en libertad. Aquí, con el catolicismo, nos ha faltado el ejercicio del libre examen de los protestantes, que impulsa la filosofía. (Fernando Savater, 2016) ● Es difícil de entender que un Estado aconfesional como España se saque de la chistera preseas para vírgenes y cristos. El Observatorio del Laicismo ha recapitulado 194 alcaldesas perpetuas, casi todas vírgenes, 25 alcaldes perpetuos, la mayoría Cristos, 36 medallas de oro o de la ciudad y 14 títulos o cargos civiles o militares a entes religiosos. Parece haberse convertido en una tradición que las Administraciones Públicas rindan honores y distinciones a cristos, vírgenes y santos. El Supremo ha avalado la medalla policial a la Virgen del Amor tras rechazar un recurso planteado por Europa Laica y Movimiento Hacia un Estado Laico. El Ministerio del Interior llegó a alegar que la virgen no era “funcionaria”, motivo por el cual la competencia de juzgar el caso correspondía a la Audiencia Nacional. A un Estado laico se le debe exigir neutralidad religiosa. Lo acaba de recordar el Defensor del Pueblo, que recomienda no izar la bandera a media asta en los cuarteles durante la Semana Santa. La señal de duelo por la muerte de Cristo puede disgustar a una parte de la sociedad, pero el Ministerio de Defensa se escuda en la tradición. (Rosario G. Gómez, 2018) ● Cuando está amenazada su existencia, la Iglesia queda libre de toda restricción moral. Con el fin de la unidad de los fieles, todos los medios están santificados, todos los ardides, traiciones, violencias, simonías, encarcelamientos y muertes, puesto que las reglas protegen al grupo, y el individuo tiene que sacrificarse para garantizar el bien común. (Texto de un obispo medieval transcrito por Arthur Koestler)


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