POEMAS
John Milton



Creación. John Milton:
Cubriendo la faz del mundo, discurría el océano, no ocioso, sino que con su prolífico y cálido humor suavizaba todo el globo. Fermentada la gran madre para concebir, saciada de fecunda humedad, dijo Dios: "¡Reuníos ahora, aguas bajo el cielo, en único lugar y dejad que aparezca la tierra seca!" Inmediatamente emergieron, enormes, las montañas elevaron sus anchas y desnudas espaldas hacia las nubes y sus cimas ascendieron hasta el cielo. Tanto como los prominentes montes se elevaron, se hundió en una profundidad abismal el espacioso lecho de las aguas. Hacia allá se precipitaron alegremente, como las gotas que resbalan sobre lo seco. Encrestándose en su prisa y levantándose como un muro de cristal. Tal fue la huída que la gran orden provocó en las veloces corrientes. Como ejércitos a la llamada de la trompeta (pues de ejércitos se trataba) forman tras su estandarte, así la acuática multitud, ola tras ola, encuentra su camino. Si es pendiente, formando torrenteras; frenándose sobre el llano, Ni roca ni colina las detienen. Ellas, bajo el suelo o a cielo abierto, serpentean y encuentran su camino, y sobre el lodo excavan profundos canales. Dios pidió a la tierra que se secara excepto allí por donde ahora transcurre el húmedo y perpetuo curso de los ríos. Y llamó a lo seco Tierra y Mar al gran recipiente de las aguas congregadas.
(John Milton)

El Paraíso perdido. John Milton:
Mientras esto decía, ardían en enrojecido fuego los angélicos escuadrones, y desplegando en circular ala sus falanges, lo rodeaban, apuntándole con sus lanzas; como cuando en los campos de Ceres, maduras para la siega, se mecen las apiñadas espigas, inclinándose a uno y otro lado, según de donde se agita el viento, y el labrador las contempla con inquietud, temiendo que todos aquellos haces en que cifra su mayor logro, no vengan a convertirse en inútil paja. Alarmado Satán en vista de aquella actitud, hizo sobre sí un esfuerzo, y dilató sus miembros hasta adquirir las desmedidas proporciones y fortaleza del Atlas o el Tenerife. Toca su cabeza en el firmamento y lleva en su casco el Horror por penacho de su cimera; ni carece tampoco de armas, dado que empuña una lanza y un escudo. Tremenda lid se hubiera suscitado entonces, que no sólo el Paraíso sino la celeste bóveda hubiera conmovido en torno, y aun, puesto en grave conflicto todos los elementos a impulsos de choque tan irresistible, si previendo aquella catástrofe no hubiera el Omnipotente suspendido en el cielo su balanza de oro, que desde entonces vemos brillar entre Astrea y el Escorpión. En aquella balanza había pesado Dios todo lo creado; la tierra esférica en equilibrio con el aire; y ahora pesa del mismo modo los acontecimientos, la suerte de las batallas y de los imperios. Puso a la sazón en contrapeso el resultado de la fuga y el del combate, y el segundo subió rápidamente hasta dar en el fiel que lo señalaba; y entonces dijo Gabriel a su Enemigo: "Conozco, Satán, tus fuerzas como tú dices conoces las mías: ni unas ni otras nos pertenecen; Dios nos las ha prestado". [Parte cuarta. Gabriel se enfrenta a Satán] (John Milton)

    John Milton (1608-1674):
    Poeta inglés que vivó en el siglo de la revolución. Ya en Cambridge, en los estudios universitarios, había experimentado cómo el orden establecido -en aquel caso los programas de enseñanza- resultaba inadecuado para las nuevas exigencias. No participó en la vida pública, pero prosiguió estudiando en la hacienda paterna, en el campo; declaró que se preparaba para adquirir la inmortalidad y que el mundo no le rendía aún el tributo de honor que le correspondía. Viajó por Francia e Italia y fue el primero, entre los ingleses, que estudió a Dante. Vuelto a su patria, participa con una serie de opúsculos en las polémicas religiosas, en sentido presbiteriano. Se casó inesperadamente, pero al cabo de un mes su esposa volvía a casa de sus padres. Escribió entonces cuatro libros a favor del divorcio. Amenazado, escribió otra obra en defensa de la libertad de imprenta. Exaltó la república y la ejecución del rey. Ciego desde 1651, sacó de ello un motivo de autoexaltación, como especial gracia de Dios, por El predestinado a grandes obras. Combatirá todavía por la república después de la muerte de Cromwell, sosteniendo un puritanismo extremista. Tolerado por los monárquicos vencedores, realiza su obra maestra, El Paraíso perdido, en 1667. (G.P.)


Salmo 107:
Los que a la mar se hicieron en sus naves, buscando su negocio en las aguas inmensas, esos vieron las obras del Señor, sus maravillas en el Piélago. Dijo y suscitó un viento de borrasca que levantó las olas; subían a los cielos, bajaban al abismo, bajo el mar su alma se hundía; daban vueltas como un ebrio tambaleándose. Tragada estaba toda su pericia mas al Señor clamaron en su angustia y del peligro él los libró. A suave brisa redujo la borrasca y las olas callaron. Se alegraron de verlas amansarse y El los llevó hasta el puerto deseado.
Salmo 107


Los tesoros del mar:
[...] A pesar de los remolinos del viento y de los aguaceros de la lluvia, me paseaba todas las mañanas por la playa y me hacía un lecho, a modo de concha, entre las algas muertas, casi siempre en un sitio cercano a una torre de vigilancia contra los corsarios berberiscos, una torre vieja, medio derruida en su cumbre, donde se alojaban, a mi parecer, aves nocturnas. Solía llevarme un libro, pero casi nunca lo leía; pues quería tener la vista en el mar, porque esperaba algo que debía llegar del mar. En aquel tiempo me parecia que el verso más bello de la Jerusalén libertada, era éste: La fragante marisma y el opulento mar.
El mar que tenía ante mis ojos no me inspiraba ninguna idea de riqueza: sus aguas trémulas, pero no rabiosas, encrestadas, aunque sin la orla de espumas, de un color entre verde oscuro y el pardo lúcido, eran aburridas y enojosas, así como las nubes que las sombreaban: a veces, tenían el aspecto siniestro de un lago subterráneo. Pero yo vigilaba todos los días aquel desolado mar; espiaba con ávida curiosidad todo lo que el mar, en su fatigada respiración, dejaba en su oleaje, con la absurda y terca esperanza de que, una u otra vez, me hallaría ante una señal prodigiosa, un despojo misterioso, un imprevisto regalo, raro y extraño. Desdichadamente, no llegaban más que hacecillos truncados de algas, valvas de caracoles violáceos, sin esplendor, fragmentos de madera quemada, láminas de mármol vítreo redondeadas por las olas, cadáveres flácidos y repugnantes de medusas. Pero yo, a despecho de las desilusiones de todos los días, me obstinaba en esperar. (G.Papini, Las felicidades del infeliz)

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