Independencia de Portugal (1640):
El último descendiente legítimo de la casa de Avís, el cardenal Enrique, ciñó la corona (1578-1580) a los sesenta y seis años. Felipe II de España, nieto de Manuel el Afortunado, alegó derechos sucesorios por parte de su madre, Isabel, y fue reconocido heredero del trono en las cortes de Almeirin (1579); pero tuvo que enfrentarse con el prior de Ocrato, Antonio, sobrino de Enrique, quien, apoyado por el pueblo, se proclamó rey en Santarém (1580), tras la muerte del monarca.
Un ejército español, bajo mando del duque de Alba, invadió Portugal (1580-1581), tomó Lisboa y derrotó en la batalla de Alcántara (ag. 1580) al prior, quien se refugió en la corte de Francia. Felipe II se trasladó a Lisboa, y, en las cortes de Tomar (15 abr. 1581), fue reconocido rey de Portugal; allí juró las condiciones en que había de reinar: unión personal de las dos coronas en su persona y respeto a las libertades portuguesas. Posteriormente en sus rencores contra España, este año de 1580 sería considerado por los portugueses como la confirmación de la decadencia portuguesa. En realidad, Portugal no perdió nada: la unión ibérica le permitió infiltrarse en las colonias españolas y explotarlas en provecho propio. Ahora bien, las circunstancias se hicieron menos favorables: el resurgimiento de la Persia de los safawíes con 'Abbas, la constitución del imperio mongol de la India y el triunfo del shogunado en Japón hicieron imposible que los portugueses continuaran comportándose allí como amos.
El imperio colonial portugués:
Cuando Felipe II cerró el mercado de especias de Lisboa a los neerlandeses sublevados y a los ingleses hostiles, los marinos del Norte intentaron a su vez el viaje al Extremo oriente, se instalaron al lado de los portugueses y arruinaron su monopolio, aunque no su comercio. Poco a poco, los soberanos asiáticos, los ingleses y, sobre todo, los neerlandeses cercenaron la larga línea de factorías portuguesas; sin embargo dichas agresiones no triunfaron, y las pérdidas no fueron verdaderamente irreparables hasta después de 1640, cuando faltó la protección de las tropas españolas. En la época de la unión, Portugal no tuvo que lamentar en oriente más que la debilitación de su monopolio en las Molucas, la pérdida de Amboina (1605) y de Ormuz (1622) y el cierre de los puertos de Japón (1637); pero, por lo menos hasta 1642, pudo conservar sus vínculos con Asia gracias a la ruta Macao-Manila-Acapulco-Veracruz-Sevilla.
Cuando los neerlandeses crearon centros comerciales en Brasil (1630) y se instalaron en las factorías africanas de trata de esclavos (Sao Tomé, Sao Paulo de Luanda)[1641], los portugueses hicieron responsable de su derrota a la monarquía española. Pero en realidad, el descontento se manifestó ya en las insurrecciones anticastellanas de 1637.
La política de Felipe II respecto a Portugal no fue seguida por sus sucesores, y el malestar estalló durante el reinado de Felipe IV debido a las medidas del condeduque de Olivares (fusión administrativa, cargas financieras, etc.).
El valido intentaba una transformación como la que Richelieu fue logrando para el fortalecimiento de Francia. Un estado moderno, económica, política y militarmente, fuerte y centralizado.
Los enfrentamientos armados en Cataluña fueron muy violentos, se prolongaron durante doce años y significaron la pérdida del Rosellón para siempre.
En el transcurso de un motín de campesinos es asesinado el virrey y se envían tropas para una represión que engendra más insurrección (1640).
Las tropas reales se retiran en un principio pero a su regreso el gobierno rebelde se pone bajo la protección del rey de Francia, que envía tropas que se comportan peor todavía.
A pesar de que Francia tiene en marcha un proceso centralista que culmina en el absolutismo extremo de Luis XIV, los independentistas proclaman conde de Barcelona al monarca francés.
Cuando la paz de Westfalia (1648) pone fin a la guerra de los Treinta Años, Juan José de Austria, hermano de Felipe IV, ocupa violentamente Cataluña.
Al producirse la sublevación de Cataluña (1640), los portugueses se negaron a enviar tropas; la nobleza y la burguesía, acaudilladas por el duque de Braganza, apoyaron el movimiento (ayudado indirectamente por Richelieu): La regente Margarita de Saboya fue depuesta (1 dic.); varios miembros del gobierno, entre ellos el ministro Vasconcelos, asesinados, y el duque de Braganza, coronado rey (15 dic.) con el nombre de Juan IV (1640-1656). Este monarca tuvo que enfrentarse a varias conspiraciones nobiliarias procastellanas, que reprimió con energía (ejecuciones del marqués de Vila Real y del duque de Caminha; prisión perpetua del primado de Braga e inquisidor general, etc.). Durante su reinado los portugueses consiguieron expulsar a los neerlandeses de sus factorías africanas (1643-1648), y, después, de Brasil (1654), que se sublevó a favor de la corte de Lisboa. Gracias a esto pudieron resignarse al hundimiento de sus posiciones de Asia (Malaca, 1641; Mascate, 1648; Tidore, 1657; Ceilán, 1658; Cochín, 1663). La monarquía portuguesa cedió Tánger, Azemmur, y Bombay (1661) a Inglaterra, cuya flota la protegía contra los neerlandeses. Al año siguiente, la boda de Catalina de Braganza con Carlos II de Inglaterra selló el apoyo de ésta a Portugal a favor de su independencia. Alfonso VI (1656-1683), niño enfermizo, gobernó bajo la regencia de su madre.
El ejército portugués, reorganizado por el general francés Schönberg, venció a los españoles en Elvas (1659). Francia, que al principio de la causa independentista había apoyado a Portugal, tras el tratado de los Pirineos con España (1659) practicó una política tortuosa. Después de una larga y costosa guerra, y a pesar del apoyo de una importante fracción de la nobleza portuguesa, Felipe IV se vio incapaz de conquistar el reino vecino.
Se produce una larga sucesión de derrotas españolas en las batallas de Montijo, Elvas, Évora, Salgadela y Montes Claros.
Schönberg derrotó a las tropas de Juan José de Austria en Ameixial (1663) y al marqués de Caracena en Villaviciosa (1665), con lo que puso fin al intento de unidad política.
Durante aquellos años, para conservar Flandes empleando una ruta militar, se hacían muchos sacrificios para mantener el Camino español, que pasaba por Génova, Milán y Suiza.
En varios frentes luchaban juntos tercios de infantería española y soldados católicos italianos y flamencos.
En 1668 por el tratado de Lisboa (18 feb.), España reconoció la independencia de Portugal.
La invasión ordenada por Felipe II:
Durante su reinado no hubo conquistas en América. Claro que España emprendía periódicamente ejercicios militares, pero esos ejercicios estaban orientados a la seguridad y no al dominio mundial. Tampoco las palabras del rey eran imperialistas. Las declaraciones de intenciones pacíficas que hizo desde el comienzo hasta el final de su reinado podrían llenar un libro. Incluso la más flagrantemente agresiva de sus acciones, la ocupación de Portugal en 1580, tuvo objetivos dinásticos y fue precedida por una cautelosa campaña propagandística en la que personalmente le aseguró a los portugueses (quienes, de hecho, habían votado en las Cortes para que fuera su rey) que su autonomía estaría garantizada. Tanto durante como después de la ocupación se tomó las molestias necesarias para asegurar a los portugueses que eso no era una invasión. El duque de Alba, quien tuvo que hacer el trabajo pesado, estaba absolutamente en desacuerdo con esta postura e insistía en que el proceso de ocupación no era meramente un paseo turístico, sino una conquista con todas las letras.
Parker también sugiere que la postura imperialista "llegó a impregnar la corte". Parecía que en realidad sucedió lo contrario. En la década de 1570 Felipe ya había declarado el fin de una mayor expansión militar en el Nuevo Mundo. Una muy conocida carta privada de un jesuita de la corte del cardenal de Toledo, datada en 1580, demuestra que sin lugar a dudas que en aquélla había profundas sospechas respecto a dónde conduciría la aventura portuguesa. La nobleza castellana nunca fue partidaria de las aventuras en el extranjero (y no sirvió en ellas). De hecho, tampoco lo era el secretario de Estado, el cardenal Granvel, quien estaba convencido de que la única estrategia militar debía dirigirse contra Francia. En la corte se oían fuertes críticas tanto contra la ocupación de Portugal como contra el papel desempeñado en ella por Alba. Si algún publicista ambicioso en Madrid o Lisboa escribió algún artículo al rey alentando el imperialismo milenario, el rey ni leyó ni prestó atención a sus palabras. (Henry Kamen)
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Unión económica con Inglaterra (1703):
Entretanto, después de una grave crisis monárquica (destierro a las Azores[1667] de Alfonso VI; regencia [1667-1683] y reinado [1683-1706] de Pedro III) y de una tentativa de colbertismo, Portugal unió su destino económico al de Inglaterra: el tratado de Lord Methuen (1703), firmado durante la guerra de Sucesión española. Pedro II intervino a favor del duque de Anjou, y, después, del archiduque Carlos, y ocupó temporalmente Madrid [1705], reservó el mercado inglés a los vinos de Madeira y de Oporto; a cambio, Inglaterra podía colocar libremente el trigo y sus géneros de lana en Portugal, que a partir de entonces se dedicó al monocultivo de la vid, y participar en el comercio de Brasil.
(*)Cooperación de naciones:
La primera flota que abordó el pirata William Kidd (1697) tenía carácter multinacional. Avistó en la entrada del mar Rojo la formación de un convoy de 15 mercantes.
Estaba compuesto de barcos británicos, holandeses y musulmanes escoltados por un barco de guerra británico y otro holandés.
Se dispuso rápidamente un operativo de captura contra Kidd gracias a que los capitanes estaban comunicados de forma efectiva con sus agentes de la zona.
En sus ataques sobre presas de distintas nacionalidades Kidd recurría a argucias con banderas de distintos países.
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