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Mercantilismo



Mercantilismo:
Aunque es a partir del siglo XVI cuando aparecen las primeras teorías económicas que dan forma a la doctrina mercantilista, no es hasta fines del siglo XVII cuando se puede hablar con propiedad y toma cuerpo de doctrina económica el mercantilismo entendido como enriquecimiento de las naciones mediante acumulación de metales preciosos. Los rasgos esenciales del mercantilismo son:

  1. La esencia de la actividad económica se centra en la adquisición de monedas y metales de oro y plata como única forma de enriquecerse el estado.
  2. El mercantilismo es centralista al considerar que es el propio estado el que debe organizar y programar la adquisición de metales preciosos.
  3. Con el mercantilismo aparece por primera vez el concepto de balanza comercial, ya que los países se ven forzados a desarrollar al máximo las exportaciones de productos pagaderos en oro y plata y reducir en lo posible las importaciones que supongan pagos en este tipo de moneda. El mercantilismo propicia una balanza comercial constantemente favorable.
  4. Esta doctrina implica una gran dedicación al marco legal que regula la producción y el comercio, como vías de conseguir una óptima organización que lo facilite: desarrollo de la infraestructura del país, comunicaciones, puertos, desarrollos de mercados exteriores que absorban exportaciones, etc.

A lo largo de los siglos XVII y XVIII en los que se desarrolla esta doctrina económica, el mercantilismo se presenta con matices y modalidades distintas según los países o las épocas.

El mercantilismo español se basó más que en un actividad puramente exportadora en la defensa de los metales preciosos que entraban a España procedentes de América, atesorándolos en forma de lingotes básicamente.

El mercantilismo francés:
El mercantilismo francés es muy diferente al español, al carecer Francia de minas de oro y plata, por lo que ésta intenta adquirirlos en los mercados exteriores. Colbert (1619-1683), ministro de Luis XIV, institucionalizó la exportación de productos franceses para crear oro y a cuyos efectos desarrolló de forma muy importante la industria gala. Por ello, el mercantilismo francés es conocido por colbertismo. Colbert consiguió el progreso de Nueva Francia (Canadá) y convirtió este territorio en el almacén de trigo de Francia. Hasta entonces la penetración francesa en las orillas del río San Lorenzo había sido poco intensa.

Jean Baptiste Colbert (Reims 1619-París 1683):
Pertenecía a una familia de comerciantes textiles. Fue intendente de la fortuna personal de Mazarino y durante la Fronda, intermediario entre éste y la reina. Trabajaba dieciséis horas diarias. Reprochaba en vano a Luis XIV los dispendios de Versalles. Mme. De Sevigné lo llamaba por su frialdad "el Norte". Creó la contabilidad pública moderna, obligando a llevar un libro de entradas, otro de salidas y un tercero de fondos.

  • La industria:
    No tenía el menor interés en enriquecer al pueblo. El Estado creaba industrias para proveer el mercado interno. Protegía empresas particulares e impulsaba la creación de otras. Con créditos, franquicias para determinados impuestos, subvenciones, reducción de los intereses de préstamo al 5%, libertad para despedir trabajadores, etc. Quebrantó la rigidez del corporativo sistema laboral francés de la época. Favoreció el aumento de la población para disponer de mayor cantidad de mano de obra. Concedió la exención tributaria temporal a las familias con más de diez hijos y a los que se casan jóvenes. Prohibió la emigración de obreros y procuró atraer a oficiales extranjeros con sus familias, aprendices y herramientas. Creó manufacturas reales, empresas con producción controlada por el Estado donde se imparten enseñanzas técnicas. Intendentes e inspectores fijan precios y analizan calidades.
  • El comercio:
    Protegió el comercio interior de la competencia extranjera. En 1664 y 1667 se decretó un aumento de las aduanas de puertos: los holandeses, máximos perjudicados, adoptaron idéntica medida sobre las mercancías francesas que se repartían mundialmente desde Amsterdam. Colbert decidió prescindir de este intermediario y planeó la construcción de una flota mercante y de guerra suficiente (se pasó de 18 buques en 1661 a 276 en 1683), mediante subvenciones. Los empresarios que adquiriesen naves extranjeras cobrarían 2,5 libras por cada tonelada de su capacidad; pero si la construían en su propio país, el premio sería de 5 libras. Se fundaron Compañías Comerciales al estilo inglés y holandés: Compañías de las Indias Orientales, Occidentales, del Senegal, del Levante y del Norte, cuyo éxito no duró más que la vida de Colbert. Francia en realidad no sentía el empuje colonial de sus vecinos. Los tributos constituían una pieza fundamental. Los privilegiados no pagaban impuestos directos sobre la renta (talla). Sólo los campesinos tributaban. Constituían el 90% de la población (17 ó 18 millones). Dedicaban al menos 30 días al año a las obras públicas del Estado como caminos y acequias y otros 30 a su respectiva jurisdicción señorial. Colbert ejercía un control directo sobre los nombramientos en el ejército y la Administración.

Distintos grados de progreso como resultado:
El mercantilismo inglés y francés es una forma mercantilista mucho más comercial que las anteriores, ya que primero Holanda, a finales del siglo XVI y principios del XVII, y después Inglaterra, se especializaron en el transporte y en la intermediación a través de sus dominios de los mares. En este sentido, el mercantilismo inglés puede ser el más puro de todos, ya que además de un fuerte desarrollo de la industria y exportaciones propias, propició todo tipo de intercambios comerciales, siempre que supusiera para ellos un diferencial medio en oro y plata. Pese a las críticas muy fuertes de que fue objeto el mercantilismo por la sociedad de su tiempo, este hecho no impidió la expansión del sistema, incluso bajo su forma más dictatorial, como fue el colbertismo, que no sólo pretendía un fuerte incremento de la industria como medida de hacer posible las exportaciones, sino que también suponía conservar y aumentar el poder del rey, poder que se medía a través de la abundancia de dinero; por ello, el colbertismo, además de ser una doctrina que suponía la industrialización, implicaba, también, un régimen muy ordenancista o burocrático, al situar todo el poder en manos del aparato del estado. Este tipo de mercantilismo rígido se extendió por Rusia y Alemania en el siglo XVIII, dentro de la generalización de la cultura francesa. En realidad, el auténtico mercantilismo fue una importante vía de progreso en países donde fue aplicado con más rigor como Holanda, Inglaterra y Francia, y fue precisamente su éxito lo que suscitó la necesidad y preparó el triunfo de las doctrinas liberales del siglo XIX.

Fue Keynes, en su teoría general del dinero (1936), el que presentó un nuevo apoyo a las doctrinas mercantilistas, al defender y demostrar que un excedente de exportaciones podría aumentar el empleo, la producción y la renta interior, aunque también sostuvo que estaban indicadas restricciones importantes al comercio internacional. (José Luis Carranza)

El comercio como actividad virtuosa:
Como dice el Doctor Johnson, «hay pocas empresas en que un hombre pueda emplearse más inocentemente que en la obtención de dinero». En 1669, el preámbulo del edicto francés que declaraba el comercio marítimo compatible con la nobleza decía: «Por cuanto el Comercio es el fértil recurso que trae abundancia a los Estados y la extiende entre sus súbditos y por cuanto no hay manera de adquirir riqueza más inocente y más legítima…». Montesquieu afirma: «es casi una regla general que allí donde hay costumbres apacibles [mœurs douces] existe el comercio, y allí donde hay comercio hay costumbres apacibles». El comercio, añade Montesquieu, hace que a «los hombres les interese no obrar con maldad, aunque sus pasiones les inviten a hacerlo». Su amigo Jean-François Melon proclama en 1734: «El espíritu de conquista y el espíritu de comercio son mutuamente excluyentes en las naciones». Marx, con toda razón, criticó acerbamente estas teorías que le parecían ingenuas. Olvidaban que las guerras de conquista habían tenido siempre un propósito económico, por ejemplo comercializar las riquezas del país expropiado. En la Controversia de Valladolid, convocada por Carlos I para que los teólogos discutieran si era lícito conquistar las tierras americanas, el principal tema a debatir era si los indígenas tenían derecho a la propiedad. (J.A.Marina)


La formación de los imperios coloniales. Ramón Tamames:
El gran salto hacia un futuro comercio mundial se habría de producir a finales del siglo XV con el avance de los pueblos ibéricos en la ruta de la India (Portugal) y de América (primeramente España). Con las exploraciones y factorías comerciales y zonas de colonización de ambos países ibéricos, se inició una fuerte recuperación no sólo del comercio intraeuropeo, sino que al propio tiempo nació el verdadero intercambio mundial. A mediados del siglo XVI se extendió la penetración comercial europea hasta ambas costas del Pacífico; los navíos españoles hacían la ruta del Perú a Europa vía Portobelo (Panamá), y los portugueses llegaban hasta las Molucas (actualmente Indonesia), haciendo entrar en la corriente internacional no sólo nuevas mercancías (las especias traídas ahora en grandísima abundancia), sino sobre todo un elemento reactivador de la circulación económica: los metales preciosos, procedentes de la América española, que causaron lo que los historiadores de la Economía -y entre ellos, fundamentalmente E.J.Hamilton- llamaron justamente "La revolución de los precios". Sin embargo, aun con el control de extensos territorios (España) o factorías ultramarinas (Portugal), las dos naciones ibéricas no supieron o no pudieron convertirse en verdaderas metrópolis comerciales e industriales. La Corona portuguesa negociaba fundamentalmente a través de su "Factor" de Amberes, verdadero emporio comercial de Europa, desde donde se distribuía la mayor parte de las plusvalías comerciales, reforzándose así la vieja burguesía flamenca.
España no consigue un centro de comercio mundial:
Por su parte, la Corona Española, no obstante los intentos de crear un centro comercial de primer rango en Sevilla -tan bien estudiada por el historiador Chaunu-, apenas pudo retener el flujo de metales preciosos al resto de Europa, fundamentalmente a Flandes e Italia, llegando sus efectos a Alemania a partir de la entronización de los Habsburgo en España. Surgió así en Alemania una primera generación de banqueros, como los Welser, los Hochstetter y los Fugger (conocidos en España como los Fúcares), bien estudiados en la obra de Carande. Las guerras de religión que se desatan con los intentos de Carlos V de frenar la expansión del Luteranismo y el poder de los reyes y príncipes del Sacro Imperio, fueron la causa -junto con la desgraciada política económica seguida en España- de esta casi puro tránsito del oro americano por el suelo español. En definitiva, el exterminio de las Comunidades de Castilla por Carlos V fue el toque decisivo para impedir el progreso de la burguesía castellana; no en vano calificó Maravall el movimiento de las Comunidades como la primera revolución moderna de Europa. El segundo paso que había de frustrar la aspiración de convertir España en el centro del comercio mundial no tardó en darse. Se inició con la prohibición de Felipe II a los "rebeldes" holandeses, autoindependizados en Flandes, de comerciar en Amberes y Lisboa (entonces bajo dominio español en ambos casos). La prohibición puso en marcha a una nueva potencia comercial, Holanda, que entró a saco en los establecimientos portugueses en Oriente. Y el capitalismo holandés, organizado por primera vez en la Historia en forma de sociedades anónimas (la más famosa de ellas la "Compañía de las Indias Orientales", creada en 1602), fue el punto de arranque no sólo de un activo comercio, sino también de la creación de industrias transformadoras en los Países Bajos, que por entonces traían en jaque casi simultáneamente a España y a Inglaterra. La entrada de Francia en el comercio internacional fue mucho más tardía y menos fructuosa. Los franceses fundaron sus primeros establecimientos americanos en Canadá, y más concretamente en Quebec. Pero esas colonias no dieron el fruto apetecido, y algo parecido sucedió con las factorías francesas en la India, que quedaron muy a la zaga de las que Holanda había montado más hacia el Este, en las Indias Orientales (actual Indonesia) e incluso en Japón.
Inglaterra se convierte en potencia comercial:
Las guerras entre Francia y Holanda y entre Francia y España, y el golpe de muerte que para las pretensiones de Felipe II representó la derrota de la Armada Invencible, fueron las grandes acciones históricas que habrían de facilitar la emergencia de una nueva y más definitiva potencia comercial: Inglaterra. Los corsarios ingleses buscaron nuevos horizontes en las zonas de América que España no había llegado a ocupar. En 1585, Walter Raleigh fundó la primera de las que habían de ser trece colonias (Virginia). Y con la posesión de varias Antillas menores, los ingleses no tardaron en asegurarse las bases territoriales de lo que ulteriormente sería "fecundo" comercio triangular: envío de desde Inglaterra al golfo de Guinea de géneros diversos y quincalla para la adquisición de esclavos; esclavos que se "exportaban" a las nuevas plantaciones del Caribe y de las trece colonias; desde allí se embarcaba algodón, azúcar y tabaco hacia Europa. El 1651 los avances de Inglaterra -que hacía presa en los galeones españoles del Caribe y del Pacífico- se consolidaron con la Navigation Act, de Cromwell, que reservó el tráfico de productos ingleses a la flota de Inglaterra. Una medida que junto a la creación de las compañías comerciales reforzó el poderío marítimo de Inglaterra y su comercio internacional. Avances que a su vez se vieron acelerados con el tratado de Methuen de 1703, que de hecho convirtió a Portugal y a su extenso imperio colonial en una colonia económica británica; tanto a cambio de las preferencias concedidas a los vinos portugueses, como por las garantías que prestó Londres para preservar la integridad de los territorios de la Corona de los Braganza de las apetencias de España o de otros países (Holanda y Francia). Frente a España, también supo Inglaterra arrancar concesiones importantes. Desde el tratado de Utrech (1714), la presencia inglesa en las Ferias de Portobelo -punto de paso de las mercancías del Perú a Europa- ya fue permanente. El comercio y el contrabando británicos se convirtieron en un hecho institucionalizado en todo el Imperio español en América. (Ramón Tamames)


(*) Texto de José Ignacio del Castillo:
[...] Con el nombre de mercantilistas, la Historia del Pensamiento Económico identifica a una serie de pensadores asistemáticos, cuya obra se desarrolla durante los siglos XVI, XVII y primera mitad del XVIII, y cuyo común denominador es la defensa de las restricciones económicas con la intención de beneficiar los intereses y el desarrollo de industrias particulares. En ellos ya se advierten las principales ideas del inflacionismo, entre otras:

  1. La identificación de prosperidad con consumo -inclusive el suntuario. Véase por ejemplo: La Fábula de las Abejas de Bernard de Mandeville. Esta idea se entiende, no como que un mayor consumo es signo de prosperidad, sino como que el consumo crea la prosperidad.
  2. Énfasis en la importancia de la balanza de pagos y en el hecho que las exportaciones superen a las importaciones, todo ello con el fin atraer poder adquisitivo hacia el país.
  3. Proteccionismo arancelario, para que las compras de los nacionales impulsen a las industrias del país y no se pierdan "creando empleo" en el extranjero.
  4. Aumento de la "masa monetaria" a través del envilecimiento de la moneda (rebaja de su contenido metálico).
  5. Fomento de las obras públicas.
  6. Confiscación por parte del soberano de todo el metal, lo que equivale a la nacionalización de los pagos internacionales.

Las consecuencias lógicas de estas doctrinas son absurdas, a la vez que terribles. Absurdas, porque renunciar a las ventajas del comercio internacional implica tener que producir a un coste mayor lo que puede obtenerse de modo más económico. Significa que los ciudadanos de Groenlandia no deben comprar café en Colombia, sino producirlo en la Tundra, o que los cirujanos no deben contratar enfermeras, para evitar así la competencia de la mano de obra "cualificada". Llevada a su conclusión lógica, la doctrina debería defender el autoconsumo individual completo, para asegurarse de que el trabajo nunca falta. Decía el americano Henry George que había que ser muy necio para pensar que es bueno establecer en tiempos de paz, lo que los enemigos tratan de imponerte en tiempos de guerra: el bloqueo de los puertos para evitar el aprovisionamiento desde fuera. También son terribles porque, de acuerdo con estas teorías, no puede existir armonía de intereses entre las naciones. Un país que carezca de determinado recurso (por ejemplo petróleo), no tiene forma de adquirirlo entregando otra cosa que no sea dinero, -recordemos que, según la doctrina mercantilista, el resto de países no deberían comprar productos extranjeros elaborados. Por tanto, si dicho país no produce dinero -entiéndase dinero-mercancía, como el oro-, su única salida es la conquista militar. En este sentido, la doctrina hitleriana del Lebensraum fue la conclusión lógica de las políticas proteccionistas keynesianas de los años 30, al igual que el colonialismo constituyó el ideal de la etapa mercantilista. El economista francés Fréderic Bastiat resumió la idea con su célebre frase: "Si las mercancías no cruzan las fronteras, lo harán los soldados" Este evangelio de la escasez, este "miedo a las mercancías" como lo denominó el sueco Eli Heckscher, se fue haciendo popular durante el Renacimiento, y podemos asegurar que su auge fue el resultado de la paulatina generalización de la economía monetaria y crediticia y de la transición desde el autoconsumo hacia la producción para el mercado. Los mercantilistas se fijaron como objetivo proteger al productor nacional, para garantizar tanto los aprovisionamientos indispensables, como el empleo. Sin embargo, cegados con este deseo, perdieron de vista el objetivo final de la producción, que no es otro que la satisfacción más abundante posible de las necesidades del consumo. De este modo, abogaron por una serie de medidas restrictivas que garantizasen la escasez de mercancías, los precios altos y la abundancia de poder adquisitivo. En general, no fueron capaces de advertir que, en condiciones normales, el poder de compra radica en la propia producción; que los bienes se cambian por bienes a través de esa gigantesca cámara de compensación que es el crédito comercial; que la función del dinero es servir como unidad de cuenta y como garantía de la soberanía del consumidor y que en general, sólo se requiere su presencia física para ajustar las diferencias entre pagos y cobros. Tampoco alcanzaron a comprender que las tasas de atesoramiento inusualmente elevado, se producen únicamente, cuando se destruye el crédito y no queda otro modo de conservar riqueza que a través del atesoramiento de moneda. Todos estos puntos quedarán aclarados conforme avancemos en nuestra exposición. (José Ignacio del Castillo)


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