DOCUMENTOS
Medem y víctimas del terrorismo



Julio Medem, las víctimas y la farándula. Por J.M.Lizundia Zamalloa:
Tengo razones personales para no haber visto la película de Julio Medem La pelota vasca, la piel contra la pared. Pero sé que la música de Mikel Laboa y de ese cantante son Haika mutil, Txoria txori, Gernika... Tan solo los títulos de las canciones resultan demasiado evocadores para mí. Con ese trasfondo musical, los bellos paisajes vascos unidos al repiqueteo ancestral de la txalaparta y al juego de la pelota en el frontón me habrían hecho saltar las lágrimas sin remisión y tener sentimientos encontrados. No he querido que el goce estético y sentimientos del pasado se interfirieran en mi valoración racional de la situación en el País Vasco. Pero una cosa es la estética y otra bien distinta el juicio o análisis crítico y la razón moral.

El cineasta introduce a Orson Welles al comienzo de la película y según sé, en secuencia en blanco y negro y en inglés, dice que los vascos no somos ni españoles ni franceses. ¡Qué curioso para la película... otra voz habla por nosotros! En la misma decisión valorativa incurrieron Herder, Humboldt y Loti, pero de eso hace dos siglos y aún los ciudadanos no tenían voz. Tras esa escena "de principio", el cineasta se retrae y pone, ahora sí, y como sabemos, la cámara a disposición de personas que hablan en una república de la igualdad, de total paridad y exquisita neutralidad moral y racional. Y todo el mundo puede ver, o si no imaginar, el mérito y la inocencia de la palabra, que induce a que se postule como natural el diálogo en estado puro, transido de magnetismo. Esa república de la igualdad en la que todo vale lo mismo y es igual de legítimo, la palabra del asesino y la de la víctima, la del cómplice y la del amenazado, la del fascista acosador y el demócrata, las ideas étnicas excluyentes como las democráticas integradoras, es radicalmente posmoderna. Borrado queda pues todo atisbo de mínimos éticos y jerarquía moral con sus razones y argumentos. Propuestas estas premisas lo deducido es el diálogo ideal, al margen del contexto, procedimientos y consecuencias. El esteta posmoderno se nos alinea, ¡Tanta inocencia para nada!, con los políticos de idéntico mensaje que no son los más preocupados por las víctimas pasadas, presentes o futuras, y que gobiernan en Euskadi. Medem, que es menos soberbio que miedoso, intentó colocarse en la nube de los seres sólo sensibles, pero olvidó que todo o casi todo era política. Los tres vértices del paisaje verde, la música de la txalaparta y Laboa y de los seres hablantes susceptibles de diálogo, representan además una confabulación de inocencias. Porque el País Vasco aparte del verde perduran los grises de las minas y las lluvias, el óxido industrial de una sociedad ya posindustrial, y es además donde nació uno de los mayores racistas de la historia (¡ay de tu herencia, Sabino Arana!), pero que también fue cuna del socialismo español. Ahora Euskadi se ha incorporado a una inquietante cartografía europea, la que colorea las zonas de las más ambiciosas políticas de los nacionalismos étnicos. Y contribuye con estos datos: 45.000 amenazados que han denunciado su situación (según el Gobierno vasco) y 250.000 "exiliados" por la situación política negativa para los no nacionalistas (según Gesto por la Paz).

Medem ha vuelto a recabar el apoyo del gremio y de la farándula madrileña, muy comprometida con las causas de aplausos seguros, las más fotogénicas. Y lo ha recibido, no en vano la farándula gusta mucho de las puestas en escena más simpáticas, en ese tono de "profundidad" frívola que tan bien ejecuta y tanto nos enternece. Aunque Medem no lo quiera saber (al autor le gusta más cualquier ficción que la realidad) hay otros para quienes el diálogo es su gran talismán propagandístico (¡quién podría estar en contra!) con el que saltarse parlamentos, leyes y procedimientos, para forzar el típico diálogo con la pistola encima de la mesa, doblegando la voluntad y la razón de miles de personas que sólo pretenden la vigencia de la legalidad democrática y la igualdad de verdad. El afligido Medem ha herido a muchas víctimas del terrorismo, ni siquiera a todas, este súbito tardo anti(re)franquista (él lo dice), sin pensar tampoco que la libertad de expresión artística es simétrica de la libertad de expresión crítica. Pero el autor no está solo. La última deidad, la estética posmoderna nos ilumina. Estética de obras memorables como Vacas, Tierra, El círculo polar, Lucía y el sexo; estética de hablantes en falsas repúblicas de la igualdad y la inocencia, estética pegatina de la siempre comprometida farándula capitalina y la estética "progre" más desnortada, cierto que los que nos tuvimos por revolucionarios nunca tomamos en serio a los "progres", que anega a buena parte de la izquierda de hoy. Mientras que las ideas de izquierda, sus ideas fuerza, buscan todas las fisuras , intersticios y recovecos por donde diluirse y desaparecer, en su lugar bullen el gesto, el look, el momento de presencia, la imagen, el reconocimiento de los afines, la filosofía consigna, la estética de los diferentes "nos". Sólo ahora son posibles encendidos rituales y consignas "anti" con miradas a otro lado ante persecuciones, chantajes continuados y el dolor de las verdaderas víctimas. Contra la dimisión ética y de la razón que entraña la equidistancia, por muy bello que sea su envoltorio, la única rebelión que cabe es la del compromiso, el compromiso con las víctimas. (José María Lizundia Zamalloa. 06/02/04)


936 VELAS:
Lloraba sobre la tarde de Madrid una lluvia fina del norte. En la tierra vasca es conocida por «sirimiri». Según don Ramón María de Azkue en su «Diccionario Vasco-Español-Francés», «sirimiri» significa trabajo pequeño, esfuerzo de poca monta. En verdad, las nubes que descargan su «sirimiri» no parece que trabajen en demasía. En La Montaña de Cantabria el «sirimiri» tiene dos nombres. El oriental de «calabobos» y el occidental de «orbayo» -«Como orbayo sobre el césped» dice el salmo-, que es voz asturiana y también gallega. Sobre Madrid lloraban las nubes con su «sirimiri», su «orbayo» o su «calabobos». Pero no consiguió el llanto del cielo apagar ni una sola de las 936 velas encendidas por las víctimas del terrorismo en memoria de sus seres queridos asesinados. De esas llamas persistentes y firmes, más de treinta correspondían a recuerdos de niños a los que no permitieron crecer los criminales. Niños destrozados por las explosiones de los coches-bomba, uno de los más eficaces modos de matar en la que ellos -los canallas- denominan «lucha armada». En Zaragoza, por orden de «Josu Ternera», el contertulio de Pérez o Carod-Rovira, siete niñas, hijas de guardias civiles, poderosamente armadas de carteras y mochilas con los libros del colegio, fueron masacradas. Y Luisito Delgado, y Fabio Moreno, y una relación dolorosísima de nombres que pertenecían a niños, y a los que la ráfaga asesina convirtió en menos de un segundo en tristeza y recuerdo. Ahí estaban ellos, entre las 936 velas que no conseguía apagar el llanto norteño del cielo de Madrid, mientras los familiares de las víctimas repartían pegatinas que eran despreciadas por los astros y estrellas del Cine español. La presidenta de esa cosa que dice llamarse «Academia del Cine», una tal señora o señorita que firma Mercedes Sampietro, se ha permitido el placer, el desahogo y la ignominia de criticar con desprecio a las víctimas del terrorismo que hicieron uso de su callada y llameante libertad de expresión. La señora o señorita habla de «militarización del pensamiento» de las víctimas del terrorismo. No le gusta que le recuerden en la noche de su fiesta que preside una mierda pinchada en un palo. Porquería artística y, sobre todo, porquería humana. Allá la tunanta. Ella rechazó la pegatina de «No a la ETA» e ingresó en el lupanar de las vanidades mientras llovía sobre Madrid y el agua fracasaba con las llamas de 936 velas. Esas velas iluminaban infinitamente más que los focos del escenario de los farsantes. Entre esas 936 velas que ignoraron y humillaron los que se dicen «representantes de la Cultura» volaba la pesadumbre de 936 vidas rotas por los criminales que no quieren denunciar los chulos de nuestro presumible Cine. Allí estaban todos, bien sentados, tratados y subvencionados mientras en la puerta los familiares de las víctimas reunían las más de quinientas pegatinas con el mensaje «No a la ETA» que los «representantes de la Cultura» habían rechazado. Se pusieron otra, perfectamente estudiada para que no se leyera con nitidez y despersonalizada por un segundo mensaje rotundamente ridículo. Comparaban al terrorismo con la falta de libertad de expresión. ¿A quién coño le han prohibido expresarse libremente? Mientras la perversidad y el cinismo hortera cumplía con su cita anual, sobre Madrid insistía la lluvia y resistían las 936 velas del dolor y la memoria. De aquella noche madrileña, que nos trajo tactos y olores del norte de España, pocos se acordarán, en unos años, del grupo de los comediantes. Pero siempre quedará la luz de aquellas 936 velas, firmes y silenciosas, que hablaron en nombre de los inocentes asesinados por el terrorismo, pronunciando tan sólo tres palabras. «Paz y libertad» Noche de sirimiri.
Autor:


S.O.S. Julio Medem:
Han pasado cuatro meses desde el estreno de La pelota vasca, la piel contra la piedra, en los que la consigna que más me he visto obligado a decir (por alarma defensiva), es que el problema más grave del conflicto vasco es ETA, que mi rechazo al terrorismo es rotundo, sin peros, y que mi solidaridad y apoyo humano hacia las víctimas del terrorismo es absoluto, sin precio y sin esperar nada a cambio. Pero hay quien piensa que eso no es suficiente, que no les vale, y rechazan mi solidaridad como si les manchara; me refiero, claro está, a algunos miembros de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) que ha organizado una manifestación a la entrada de la entrega de los Premios Goya para protestar por la nominación de mi película, y contra mi persona. He leído en La Razón que habrá una pancarta con este lema: "Víctimas del Terrorismo contra El pelota vasco, la nuca contra la bala". Y además se repartirán pegatinas con el lema: "No al Medem". Sinceramente, esto ya es demasiado, la injusticia de esta situación es ya puro delirio. Yo no puedo más. Esta es la primera vez que escribo en mi defensa tras el estreno del documental en el Festival de San Sebastián. Deliberadamente preferí no responder por escrito a la tormenta de puñales que cayó sobre mí, especialmente desde los medios de comunicación de la derecha, y me recluí frotándome el ánimo con la innumerable cantidad de mensajes de apoyo, en su mayoría privados (comprendo perfectamente, tal y como pintan los tiempos, lo comprometido de apoyarme públicamente). Pensé que ya nada más podría pasarme con esta película, que lo peor ya había ocurrido, y que la ceremonia de entrega de los Premios Goyas podría ser el punto dulce final (con o sin estatuilla) de toda esta horrorosa experiencia.

Lo primero que quiero dejar claro es que, para mi pesar, Cristina Cuesta (presidenta de COVITE, Colectivo de Víctimas del Terrorismo) rechazó participar en mi documental, y con ella, el conjunto de víctimas de su asociación. Es más, se dio el caso que llegué a entrevistar a Consuelo Ordóñez (hermana del concejal del PP asesinado por ETA), pero a los pocos días me llamó para que no la incluyera en el montaje. También quiero recordar que en mi película hay víctimas del terrorismo a las que les he dado un trato, más que respetuoso, privilegiado. Personas que aceptaron mi planteamiento de película polifónica, con una puesta en escena destinada a invitar al diálogo y a las que no les importó compartir montaje con personas ideológicamente opuestas. Estas víctimas son Daniel Múgica (hijo de Enrique Múgica, concejal de Leitza por UPN asesinado por ETA), Cristina Sagarzazu (viuda del Ertzaina Ramón Doral), Marixabel Lasa (viuda del socialista Juan María Jáuregui) y Eduardo Madina (Presidente de las Juventudes Socialistas de Euskadi que perdió una pierna tras un atentado). Es decir, que los miembros de AVT no son las únicas víctimas, aunque sí me parecen las más enfadadas y las más politizadas, y las que se creen con el real derecho a identificar y dar el marchamo de autenticidad al resto de las víctimas. En mi documental las hay incluso de sus mismos colores, y de otros, pero son, me atrevo a suponer, políticamente más independientes. No sé lo que pensarán los miembros de AVT, por ejemplo, de Marixabel Lasa, que tiene varios agravantes para formar parte de su coro. Por ejemplo, es la viuda de un socialista que luchó hasta su muerte por el diálogo político como vía para resolver el conflicto vasco. ¡Qué tiempos son estos en los que "DIÁLOGO" se ha convertido en una palabra maldita! El otro agravante, claro está, es que Marixabel Lasa (siendo socialista) es la presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo del Gobierno Vasco. No me digas más, esas víctimas no valen, no están a la altura. Imagino entonces que Cristina Sagarzazu, por ser la viuda de un Ertzaina asesinado por ETA, como víctima en este caso sí nacionalista, se tendrá que conformar con un territorio medio, un purgatorio. Además, a ella no le ha importado compartir montaje paralelo con la mujer de un preso de ETA (en viaje a la prisión de Huelva), ya que entiende que esto no significa que se las compare o iguale moralmente.

Quiero reconocer mi especial debilidad por Eduardo Madina (el socialista que perdió una pierna en un atentado de ETA). Su testimonio marca el punto álgido, la cima moral de la película. Madina es un auténtico deportista del alma, precioso montañero de la buena fe que yo quiero poner aquí como ejemplo contra tanta atrocidad político-mediática; alguien, por ejemplo, que aún cuando ETA quiso matarlo poniendo una bomba en su coche, es capaz de solidarizarse con Anika Gil, una víctima de la tortura. Y como vergüenza recuerdo la forma en que esto es recibido por la AVT, a los que sólo les molesta que con el testimonio de Anika se está poniendo en duda la labor de la Guardia Civil. ¡Es que ella tampoco es una víctima?... Se niegan a creerla, y se acabó.

Daniel Múgica es la víctima que les resultará más cercana, la más aceptable a la AVT (y lo digo con mi mejor intención hacia ti, Daniel), ya que es el hijo de un concejal de Leitza por Unión del Pueblo Navarro. Partido que hace las veces del PP en Navarra pero que, por fortuna para mi película, está fuera de la disciplina central y, libremente, aceptó estar en la película. Recuerdo aquí que el Partido Popular se negó, yo diría que, airadamente, a que ninguno de sus miembros fueran entrevistados para el documental. Quiero añadir aquí el caso de otra víctima del terrorismo de ETA que participa en la película, aunque no prestando su opinión sino como coproductora. Me refiero a Mireia Lluch, que es hija de Ernest Lluch, socialista asesinado por ETA que, como Juan María Jáuregui, se declaró abiertamente a favor del diálogo. Cuando Mireia, a la que yo no conocía, se enteró que estábamos buscando financiación para sonorizar la película, pidió verla. El montaje ya estaba terminado y Mireia, tras la proyección, me dijo que tenía una pequeña herencia de su padre, y que estaba segura de que a él le hubiera gustado que ese dinero se aportara para terminar un documental "tan necesario" (esas fueron sus palabras). Recuerdo a esos periodistas, que legitiman con datos falsos sus mentiras, que las subvenciones a mi película fueron denegadas tanto por el Gobierno Vasco como por el ICAA. Las personas que rechazaron su participación, se trata de víctimas, han sido las más duras contra mi documental. Ya desde la semana previa al estreno en el Festival de San Sebastián, declararon su rechazo a la película sin haberla visto (dieron por buenos los comentarios de Gotzone Mora e Iñaki Ezkerra) e intentaron impedir que se estrenara pidiendo a Odón Elorza que la retirara. Si el alcalde hubiera sido del PP, mi película hubiera tenido graves problemas para nacer. Se han estado cebando a placer contra mi persona, contaminando mi imagen, ... y yo no he podido responder con un mínimo de dignidad, como lo habría hecho si eso procediera de personas en una situación vital "normal" (no amenazadas). Es más, mi dignidad me ha hecho establecer un código de respeto a favor de ellos, que dice que mientras una persona esté amenazada de muerte por pensar de una determinada manera, yo, aunque piense de forma radicalmente distinta, no me siento capacitado éticamente para criticarle. Esa discusión de igual a igual queda postergada (aunque, sinceramente, no me quedan ganas de emplazarles para cuando ETA desaparezca, que por supuesto deseo que ocurra cuanto antes).

Mi pecado capital parece que consiste en que el documental no trata exclusivamente del sufrimiento de las víctimas del terrorismo. El resto de mis pecados derivan de este, ya que si en mi película reconozco y someto a debate la existencia de un problema político, según ellos estoy justificando el terrorismo, a parte de dar apoyo logístico al Plan Ibarretxe. Además resulta que soy incómodamente criminalizable, ya que me declaro no nacionalista; habrá quien piense que esta declaración me hace menos malo, pues yo no lo digo por eso, ya que existe el nacionalismo plural y no violento, lo conozco. Como también, y así se critica en mi película, existe el nacionalismo que pretende homogeneizar "al que se queda dentro y expulsar al diferente" (Imanol Zubero), o son ciertos los orígenes xenófobos de Sabino Arana (Iñaki Ezkerra, Joseba Arregi e Iñaki Villota), o la inacción de la Ertzaina con la Kale borroka (Teo Santos), o a la falta de "gestos inequívocos de ayuda y solidaridad hacia las víctimas" por parte del nacionalismo (Iñaki Gabilondo), o que el PNV aún no se ha hecho cargo,"de que el sufrimiento del no nacionalista es su sufrimiento como gobernante" (Felipe González). Aún así, para los miembros de la AVT, me he quedado corto, ya que no he sido capaz de criminalizar al nacionalismo con la brutalidad con la que lo hacen ellos, y no he dejado claro que el peor de los males políticos de España (después de ETA) es el PNV; incluso en mi película puede dar la sensación de que es el PP (siempre después de ETA), sobretodo si no ha querido estar dentro para explicarse, o defenderse. Alguien cercano (a quien escuchen y quieran) debería decir comprensivamente al oído de cada miembro de la AVT, que el hecho de ser víctimas de ETA no les da más razón política, o ideológica, y mucho menos licencia para insultar, calumniar o amargar la vida de todo aquel que no piensa como ellos. Sí, alguien que les quiera de verdad debería ocuparse de ir rebajándoles las llamas del odio y el resentimiento, para evitar que su almas, corazones y mentes se perviertan irreversiblemente. Pero me temo que la gente que les rodea, o está ya muy envenenada, o son los auténticos marcadores y guardianes de esas consignas unionistas, patrióticas con las que esta España refranquista se vuelve a sentir Grande. Alguien debería alarmar a los miembros de La AVT de que desde algunos centros de autoridad se les están insuflando ciertas dosis de absolutismo. Mi gran insuficiencia ante ellos, y por lo que se permiten insultar a mi película y a mi de manera intolerantemente macabra, es ofrecerles todo mi apoyo y solidaridad humana por su situación personal, pero no la razón. Lo siento pero eso ya es mucho pedir, sobre todo cuando compruebo cómo se les está utilizando políticamente; pienso que el PP ha hecho de esto su plato favorito en este aterrador banquete en el que, a este paso, de nuestra querida democracia no van a dejar ni las sobras.

Tras la entrega de los Goya del año pasado, este mismo colectivo de víctimas, junto a Fernando Savater (que también declinó participar en mi película), criticaron con dureza a "los del cine" por el hecho de que espontáneamente algunos premiados dijeran "no a la guerra", cuando en las anteriores ceremonias no habíamos dicho "no a ETA". Como si el decir "no a la guerra" conllevara no dar la importancia que merecen los atroces asesinatos de ETA, o faltáramos al respeto a aquellos que están amenazados por la banda terrorista. Aquello fue utilizado políticamente para desacreditar y poner en entredicho la moral antibelicista de "los del cine", con la vil argucia de que no vale su no a la guerra puesto que nunca han dicho no a ETA. ¿Alguien cree verdaderamente que hay algún académico que no está en contra de ETA?... Recuerdo las acusaciones que la prensa más reaccionaria hizo contra Javier Bardem, y en general contra todos los que nos manifestamos contra la guerra, espontáneamente o a través de la Plataforma Cultura contra la Guerra. Parecía que cuanto más alto dijéramos no a la guerra, más cerca estábamos de los etarras. Para protestar contra estas acusaciones de algunos medios de comunicación, y proteger la maltratada imagen de Javier Bardem, se organizó una concentración del mundo del cine y del espectáculo en el teatro Alcázar. Allí leímos un comunicado en el que, por un lado, pedíamos que nadie nos obligara a manifestarnos contra ETA, o contra otras barbaridades crónicas (se hablaba también de la violencia doméstica o la prostitución de menores...) y que el no hacerlo no nos convertía en sospechosos ni en cómplices de nada, y que por otro lado, lo que nos unía era la imperiosa prioridad, que requería todo nuestro consenso, para que tuviera el máximo de eficacia nuestro NO grande y único a la Guerra de Irak. Estábamos viviendo una crisis aguda. En cualquier caso, uno de los nueve puntos del escrito estaba dedicado a condenar el reciente asesinato a manos de ETA de Joseba Pagazaurtundua, y a mostrar nuestra solidaridad a los familiares de la víctima. Con el teatro Alcázar lleno y los medios de comunicación rebosando el escenario, tras la lectura del comunicado coreamos repetidas veces el famoso "NO A LA GUERRA". Imanol Arias, sentado una fila por delante de mi, mostró a la audiencia un folio en el que se leía: "ETA NO". Y comenzó a gritarlo. Evidentemente el teatro se sumó al grito. Hasta aquí, por mi parte, ningún problema (esto se lo estoy diciendo exclusivamente a Imanol). Lo descorazonador y preocupante fue comprobar lo que la mayoría de los medios de comunicación hicieron con ese acto, a excepción de El País, y poco más. Por ejemplo, en la portada del ABC salía Imanol Arias con el cartel contra ETA, y yo detrás con el gesto evidente de estar acompañando su grito. El titular decía que por fin las gentes del cine nos habíamos atrevido a decir no a ETA, sin mencionar que dijimos un clamoroso no a la guerra, motivo de la reunión.

Por cierto, cuatro meses más tarde mi cara volvió a salir en la portada de este encantador periódico, con la frase: "la película de Medem acusada de incitar al terrorismo". Para terminar este asunto de portadas del gusto de la extrema derecha, recordaré la de La Razón al día siguiente de la clausura del Festival de San Sebastián, en la que sobre una fotografía de archivo (del marzo anterior) con Javier Bardem en primerísimo término y, detrás, otros compañeros gritando contra la guerra, se podía leer, algo así: "Los actores españoles se niegan de nuevo a decir no a ETA". Por cierto que Javier Bardem ni siquiera estuvo en el Festival. ¿Qué se han creído algunos para imponernos que digamos lo que, donde y cuando ellos quieran? Ya han dicho los de la Asociación de Víctimas del terrorismo que en la ceremonia de entrega de los Goya de este año quieren cambiar el no a la guerra pasado por el no a ETA, y que van a entregar pegatinas a la entrada. Saben de sobra que nadie se va a atrever a rechazar ponerse una pegatina en la que ponga "ETA NO", primero porque todos estamos de acuerdo, pero, y teniendo en cuenta la presencia masiva de medios de comunicación, ¿a qué tamaño va a quedar reducida la espontaneidad, independencia, o libertad que se le presupone a este tipo de declaraciones en una entrega de premios?... Y yo... ¿qué hago poniéndome un "ETA NO" de manos de alguien que llevará un "no a mi persona"?... Sólo diré que en una situación de absoluta libertad, sin coacción, me lo pondría encantado. Pero esta pesadilla que me espera no es el caso. Lo que me resulta más surrealista es cómo reaccionaran mis compañeros cuando una víctima del terrorismo le ofrezca una pegatina con el "No al Medem". Eso no quiero verlo, y, si alguno pasa accidentalmente por delante de mis ojos, por adelantado les prometo que haré el esfuerzo de autosugestionarme, para creerme que no lo he visto. Esta iniciativa es lo más vil y canalla que me han hecho nunca. Y va a haber velas a mi paso para recordarme los más de 900 asesinados por el terrorismo, ¿y yo que hago entonces... enciendo una vela? No querrán. Ya me han juzgado y condenado al desfile de los manchados de sangre, de los que cuando viajen por España corren el riesgo de que españoles de solo tele le indiquen con el dedo (como sospechoso de lo peor), a ser carne de cañón de esta linda prensa que nos está creciendo. Entonces qué... ¿les miro a la cara con un gesto de cariño (pensando que ojalá ETA no hubiera existido nunca)?... lo van a rechazar. ¿O intento adivinar en sus ojos cuántos han visto la película?... Lo mejor es que cierre los ojos y recuerde la ovación final del público en el Festival de San Sebastián, y sobre todo el abrazo entre lágrimas de emoción y agradecimiento que recibí de Daniel Múgica (el hijo del concejal de UPN asesinado por ETA). Pues sí, también aquí podría abrazar a alguien, si me dejaran, me gustaría... Nadie me va a dejar, tampoco, que le hable cariñosamente al oído; además, corro el riesgo de que me pongan una pegatina de "No al Medem". ¿Qué hago?... Ni siquiera les va a hacer ilusión que les dedique el Goya (si es que me lo dan). No tengo nada que hacer, sólo aguantar el día más injusto y desmoralizante de mi vida ¡Socorro!
Julio Medem (29/01/04)


Testimonios imparciales:
Jean Améry, sobreviviente de varios campos de concentración nazis, escribió en Más allá de la culpa y la expiación que debido a su condición de víctima se sentía “legitimado para juzgar, no solo a los ejecutores, sino también a la sociedad que solo piensa en su supervivencia” y que sus “resentimientos existen con el objeto de que el delito adquiera realidad moral para el criminal”. El filósofo Slavojiek en Sobre la violencia habla de la necesidad de algunas víctimas de mantenerse en el rencor y de la negativa a perdonar, porque hacerlo sería normalizar el crimen, aceptarlo como un hecho pasado que hay que superar. Es duro decirlo y admitirlo, pero la víctima tiene derecho al resentimiento. Así como esta postura es comprensible, también debe serlo que la víctima quiera establecer una relación reparativa con el verdugo (que no siempre significa perdonar), como han demostrado las víctimas que han participado en los “encuentros restaurativos” con exetarras de la vía Nanclares.La víctima merece el más absoluto respeto, tanto si perdona como si odia. También debe tener la posibilidad de expresar públicamente sus condenas y acusaciones. Una cosa es la naturaleza del dolor y los derechos de las víctimas y otra el control que han ejercido algunas asociaciones de víctimas del terrorismo sobre lo que se puede decir en la vida pública y representar en la cultura y el arte. Muchos artistas que han abordado el tema de ETA, incluyendo la representación de sus víctimas, han tenido que afrontar graves consecuencias. Un ejemplo es Clemente Bernad, quien en su serie Basque Chronicles intentó desvelar aquellos aspectos de la violencia en torno a ETA que normalmente no vemos en los medios. Para ello, Bernad fotografió las consecuencias de la violencia terrorista (atentados, funerales), así como el entorno abertzale violento (kale borroka, funerales de etarras, manifestaciones). Como consecuencia, se le tildó de “equidistante” en el mejor de los casos, proetarra en el peor. Acostumbrados a ver al etarra en dos dimensiones (carteles policiales, fotografías en las noticias) y pensar en él como la encarnación del Mal, para algunos fue inadmisible ver, por ejemplo, una fotografía de un entierro en el que una mujer llora sobre el ataúd del terrorista, haciendo evidente su dimensión humana. Esa realidad estaba ahí cuando Bernad la fotografió. No se la inventó para insultar a las víctimas de ETA. La plasmó para desvelar algo que nadie hasta entonces había querido reflejar, ni siquiera la izquierda abertzale, porque hacerlo hubiera significado airear su vulnerabilidad. A Bernad se le pueden sumar numerosos artistas que, por querer mostrar la complejidad del mal llamado “conflicto”, han sufrido ataques (me vienen inmediatamente a la cabeza los cineastas Julio Medem, Gorka Merchán, Jaime Rosales y Pablo Malo). Parece que la única representación aceptable es aquella que se asienta en un planteamiento maniqueo de la realidad. Cualquier matización, cualquier exploración seria del terrorista y su entorno más allá de su plasmación como monstruos asesinos, es condenada moralmente, linchada colectivamente en los medios de comunicación, e incluso puede llevar al creador a los tribunales si cae en desgracia con una de esas asociaciones de víctimas. Pero recordemos: los hechos existen antes que su representación. La función del arte, de la cultura, es precisamente ahondar en esos hechos y desvelar, a través de una interpretación imaginativa, aquello que más nos cuesta entender. No para justificar o crear empatías con los que ejercen la violencia, sino para ampliar nuestro conocimiento. Estos días se vuelve a repetir el mantra de que no ha habido literatura ni cine sobre ETA. No ha sido una producción masiva, pero sí la ha habido. El problema es que a muchos creadores o se les ha ninguneado o se les ha cortado la cabeza nada más asomarla por salirse del maniqueísmo consensuado. En la representación artística tanto de víctimas y victimarios como del problema social que ha generado la violencia en Euskadi tenemos que permitir la libertad que dé paso a exploraciones profundas del problema que quizá no confirmen nuestros prejuicios, que nos planteen preguntas en vez de darnos todas las respuestas. Nuestro papel como lectores, espectadores y críticos es tratar esas representaciones con responsabilidad, valorar aquellas que nos ayudan a comprender mejor nuestra historia aunque duela, aquellas que, como decía Milan Kundera en El arte de la novela, muestran la complejidad de la realidad. (Edurne Portela, 18/10/2016)

Soberanía de Ucrania:
Tras la invasión de Ucrania (2022) uno de los puntos que Putin emplea como justificación de la operación especial es que los rusos y los ucranianos son un solo pueblo y que unirlos es una inevitabilidad histórica. Antes de lanzar su ejército sobre el país vecino Putin repetía a los mandatarios extranjeros que Ucrania no es un país. Tras anunciar la independencia de las repúblicas de Donetsk y Lugansk dijo en su discurso que el territorio ucraniano era “una creación de Rusia”. Describió el territorio como un cúmulo de terrenos sin conexión, de regalos y robos. En su momento los bolcheviques tuvieron que reconocer que Ucrania tenía una identidad propia.

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