HISTORIA
NAVEGACION
Filipinas



El combate del galeón San Diego contra los holandeses (Isla Fortuna 1600):
El 16 de octubre de 1600 la flota holandesa formada por el Mauritius, el Hope, el Eendracht y el Hendrik Frederik fondea cerca de Luzón haciéndose pasar por francesa. A bordo del buque insignia Mauritius, el almirante Olivier de Noort comandaba una operación contra Manila. El Gobernador Francisco Tello organizó la defensa. Embarcó los cañones que defendían Manila a bordo de un galeón que se encontraba fondeado en Cavite, el San Diego, al que se unió el patache bautizado San Bartolomé y dos pequeñas galeras. Tras el combate el San Diego resultó hundido y sus náufragos masacrados desde el Mauritius, el Eendracht capturado por el San Bartolomé. En adelante los holandeses rehusaron el combate con los barcos españoles. En 1992 Frank Goddio, a bordo del catamarán Kaimiloa localizó el pecio del San Diego a unos 1.200 metros de la Isla Fortuna. Se extrajeron 6.000 piezas desde una profundidad de unos 50 metros.

    Hundimiento del San Diego:
    El San Diego, con catorce cañones de bronce de diferentes calibres y las provisiones necesarias para varios días, partió el 11 de diciembre de 1600, al mando de Antonio de Morga, acompañado con la otra flotilla. Más de cuatrocientas cincuenta personas se embarcaron en los barcos españoles, entre los que se encontraban unos ciento cincuenta nobles de Manila y algunos mercenarios japoneses. Y así, tres días después, se encontraron frente a frente ambas flotas, la española y la holandesa, librándose inmediatamente una batalla naval donde inicialmente el galeón San Diego en su maniobra aborda y apresa al buque insignia mandado por Olivier de Noort, el Mauritius. Los españoles toman el navío holandés al abordaje y, después de varias horas de combate, donde ya los holandeses se habían refugiado en las bodegas para su última defensa que presumía una victoria española, le aparece al San Diego una vía de agua en el barco, debajo de la línea de flotación. Antonio de Morga, indeciso, no sabiendo si quedarse a bordo del galeón holandés que le confirmaba una victoria segura, inexplicablemente se decide por picar y soltar amarras, que aguantaban al navío holandés, y navegar con parte de los españoles a bordo del San Diego, rumbo a la Isla Fortuna, pero con la mala suerte de que el galeón español comenzó a hundirse rápidamente, salvándose de este naufragio el almirante Antonio de Morga y un centenar de hombres que, por sus propios medios, llegaron hasta esta isla. (Juan Manuel Gracia Menocal)


Magallanes en Filipinas (1521):
Magallanes comprende que se halla en un archipiélago. Esas ínsulas bien pueden ser las ansiadas Molucas. En honor al santo patrono del día, las bautiza como de San Lázaro. No tiene la más pequeña idea de que acaba de descubrir las Filipinas, agregando con ello más tierras al imperio de Carlos V. Lo que sí advierte con perfecta claridad, es su rango de gobernador de ellas; y que, conforme a las capitulaciones reales, dos de estas islas le pertenecen por cuanto ha descubierto más de seis. Después de la gloria de haber encontrado el codiciado paso al Mar del Sur, había descendido, en su navegación por el Pacífico, hasta el fondo de la ciénaga. No hace treinta días surcaba por un mar interminable con una tripulación moribunda. Sus naves, maltrechas y desvencijadas, se hallaban a punto de naufragar. Los víveres, podridos y hediondos, ya no alimentaban a nadie. Ninguno de sus marineros daba un maravedí por sus vidas. Sólo interesaba sobrevivir, aunque para ello masticaran ratas o cueros. ¿Nuevas tierras? Ya los descubrimientos no conmueven a nadie. Las tierras que se avisten sólo significan comida. Pero cuando todos se encuentran en la borra, revolviéndose en sus propias miserias, un solo hombre no pierde de vista su objetivo. Únicamente Magallanes, que sufre los rigores al igual que los demás, se mantiene firme en sus propósitos. A él no le basta con existir. Su vida no tiene incentivo si no cumple la promesa al rey. Su única meta son las islas de las especias y a ellas llegará, así tenga que comer sabandijas o gusanos. Y he aquí como han cambiado los vientos y con ellos su existencia. Desde el fondo del abismo ha subido a la cima de la gloria. De marino moribundo y fracasado, a gobernador y señor de esas islas. De la bulimia al hartazgo. De timonel sin tripulantes a capitán general de su flota. Magallanes puede sentirse tranquilo. Ha cumplido su misión.

La noche del 27 de marzo divisan fuegos en otro islote cercano y hacia allá zarpan al amanecer. Si hay lumbre hay habitantes. Al acercarse a la ribera, les reciben ocho nativos en una chalupa. Manifiestan temor de subir a los barcos. Magallanes lanza algunos regalos al agua atados en un madero. Los recogen y llevan a la playa. Poco rato después se presenta el rey lugareño con oro y jenjibre para retribuir los obsequios. Magallanes da muestras de agradecimiento, pero no los toma. No quiere dar la impresión de codicia. En cambio, entrega más peines, espejos y bisutería. En la tarde desembarcan frente a las cabañas de los isleños. El almirante envía a su esclavo malayo para que trate de entenderse con ellos. A las primeras palabras de Enrique, los nativos dan gritos de contento. Es un instante maravilloso para ese muchacho que ha sido arrancado de su país. ¡Hablan su idioma! ¡Al fin se encuentra entre los suyos! Ha tenido que esperar años y dar la vuelta al mundo para regresar a sus regiones. Las palabras, torpes al comienzo, fluyen luego con rapidez. Todos hablan al mismo tiempo. No sólo es sorpresa para el esclavo, sino también para los moradores.

Magallanes manda a Enrique donde el rey de la isla. Le hace saber que son súbditos de España, que vienen en paz, que su deseo es comerciar con ellos y que él, como jefe de aquellos marinos, anhela vivir como hermano del soberano. Recibe de vuelta una invitación para que bajen dos, a fin de agasajarlos y mostrarles sus dominios. Los festejos son enormes y los pantagruélicos banquetes se suceden. No hallan otra cosa con qué atender a sus visitas: sólo las exquisitas comidas y las más variadas bebidas. Su sabor es tan agradable, que el acompañante de Pigafetta se embriaga. Y al almuerzo sigue la cena «en grandes platos de porcelana».

    Los cultivos del Nuevo Mundo que los españoles introducen en Filipinas multiplicarán la producción de alimentos de amplias zonas de Insulindia. La introducción de la batata, adaptable a terrenos menos exigentes que el taro, produce un importante salto demográfico en islas como Nueva Guinea. La frecuencia de los contactos de Filipinas con el continente asiático hace posible que la exposición a los gérmenes que portan los europeos no produzca los devastadores efectos causados en las islas del Caribe.

La sorpresa de los nativos llega al máximo cuando ven escribir al cronista. Observan que garrapatea unos signos, y días después les repetirá fielmente lo que se ha dicho. Pigafetta toma nota de todo. Describe minuciosamente su estado de civilización. Su vajilla de es oro o porcelana. Las candelas de resina con que se alumbran. La forma de sus cabañas levantadas del suelo. Sus hermosas vestiduras y adornos. Todo es nuevo para él. Allí saben que la isla se llama Masaguá o Massana y se halla al sur de Leyte. El rey les informa que su hermano, también monarca, vive ordinariamente en «una isla donde se hallan los países de Butuan y Calahan» (Mindanao). El 31 de marzo (justo al año de descubrir la Patagonia), desembarcan para asistir a la misa que celebrará el padre Valderrama. Al oficio de ese día de Pascua, asisten el rey y su hermano. [...] (Carlos Valenzuela)

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