El oro africano:
Los griegos tomaron numerosos elementos de las civilizaciones el Oriente Próximo. Al igual que sucede con los nombres griegos para las letras del alfabeto, su palabra para el oro, chrysos es un préstamo del vocabulario semita.
Las caravanas:
El Sahara, desolado y yermo, ha sido a través de los tiempos una de las grandes rutas comerciales de la tierra desde el día en que el camello, con sus condiciones de resistencia física inigualables, permitió cruzarlo del uno al otro confín. De esta manera se pusieron para siempre en comunicación el Africa del Norte (Magrib, Ifriquia y Egipto) con el Sudán o tierra de los negros. Este tráfico tuvo al principio relativa importancia, pero estaba llamado a adquirir, a partir del siglo X, desmesurado auge. El oro en polvo del Sudán iba a despertar la codicia de todos los pueblos de la cuenca mediterránea, arrastrándolos a un comercio activo con las regiones y comarcas centroafricanas del Senegal y el Níger. Las caravanas se incrementaron de extraordinaria manera para cubrir cada una de las escalas de esta inmensa ruta. Por su conducto el llamado oro de Tívar, es decir, de Bambuk, la cuenca del Famelé (Senegal), y el alto Níger, inundó las bolsas de los mercaderes norteafricanos, que hacían de mediadores con los comerciantes europeos, ávidos de cambiar sus mercancías por el codiciado metal. Este tráfico adquirió particular desarrollo a partir de la peregrinación a la Meca del rey negro de Meli, Mença Mussa, en 1324.
Estas exportaciones de oro determinaron la constitución de Estados coherentes en la curva del Níger y el desarrollo de una civilización sudanesa bastante brillante, mientras que más hacia el Norte, en el Magrib, hacían brotar nuevas ciudades, como Argel y Orán, y engrandecían los antiguos centros.
Desde el Senegal al Níger, los pueblos negros se repartían este inmenso territorio. En el curso inferior del Senegal, los sonrai; entre este río y el Niger, los soninké; en la cabecera del último, los mandingas, y en la curva de su curso medio los songhai. La historia de estos pueblos está íntimamente ligada a la de las tribus sinhachas saharianas, que, como limítrofes, combaten sin tregua ni desacnso con ellos, en un movimiento constante de flujo y reflujo. Entre todos, destaca en importancia el imperio mandinga o reino de Meli, su capital, cuyo soberano Mença Mussa o Gongo Mussa, reinante en la primera mitad del siglo XIV, adquirió justa celebridad en Europa por sus riquezas. Es el Rex Melli de Angelino Dulcert y el Rex Musa Meli de Abraham Cresques y Meciá Viladestes. Los mandingas sometieron a su influjo político a los negros songhai, con lo que el Níger en su curso medio quedó incorporado al imperio. Los sucesores inmediatos de Mença Mussa fueron su hijo y su nieto, los emperadores Sulayman y Mari Jata (1361-1374). Los tres sostuvieron relaciones diplomáticas muy activas con los sultanes meriníes de Marruecos.
Más adelante decayó el imperio mandinga, y los songhai, hasta entonces sometidos, crearon un reino independiente, que acabó por sojuzgar a los antiguos dominadores. Asumió el gobierno la dinastía Sonni, y Gao fue la capital del nuevo imperio. El más famoso de sus reyes fue Sonni Ali (1464-1492), quien conquistó a los tuaregs Tombuctú y Kabara en 1477.
Las caravanas realizaban un comercio muy activo y vario, pues conducían desde Africa del Norte al Sudán cereales, tejidos (bordates, cariseas, etc), quincallería, peroles y fuentes de cobre, bisutería y baratijas. A su vez retornaban con esclavos, oro en polvo, goma laca, malagueta, marfil, plumas de avestruz, etc. Pero más curioso, si cabe, era el cargamento de sal, que tomaban en ruta, para abastecer de este vital producto a los pueblos del Sudán, que carecían de él totalmente.
El oro y la sal se cambiaban al peso, como productos similares. Por esta causa las caravanas hacían escala bien en las salinas de Tegaza, bien las de Iyil o Arguín, según el itinerario previsto cada comarca o región norteafricana tenía su ruta particular para llegar al Sudán. Por ejemplo, los mercaderes de Trípoli y Túnez se dirigían por un rosario de oasis hasta el Tuat, y desde allí cruzaban el desierto para hacer escala en Tegaza y alcanzar más tarde Tombuctú y Gao. En cambio, a los comerciantes de Argel, Orán, Tremecen y Fez les era más cómodo dirigirse a Siyilmessa o Tebelbala, en el palmeral de Tafilete, y luego desde este punto a Tegaza y Arauan.
Pero a nosotros sólo nos interesan las rutas más occidentales del desierto, que ponían en comunicación el Africa Atlántica con el Sudán. Marraquez, Tarudante y Messa, cabezas de ruta, usufructuaban unos mismos itinerarios. Las caravanas partían de Marraquez, cruzaban la cordillera del Atlas por los desfiladeros del alto Draa y, con escalas en Tagmadart, Aqqa y Tinduf, se dirigían a Tegaza. Los mercaderes de Tarudante y Messa hacían escala en Ifran, Tagaos y Assa, para seguir luego a Tinduf y Tegaza. Desde estas famosas salinas alcanzaban el imperio mandinga-songhai, realizando sus transacciones en el codo del Níger, en los puertos fluviales de Kabara, Tombuctú, Bamba, Buren y Gao. [El más famoso de estos puertos fue Tombuctú. Es la Tumbet o Tumbettu de los cartógrafos mallorquines y la Tombuto de León Africano].
Cuando la meta de los mercaderes era el reino de Ghana (soniké) o las tierras del Senegal (sonrai), los comerciantes de una y otra parte, tras las escalas antedichas, se concentraban en Assa, cruzaban el Draa y la Saguia el-Hamra, se detenían en las salinas de Iyil y alcanzaban los oasis del Adrar. Una vez en ellos, los que se dirigían a Ghana hacían escala en Uadan y Tichit, para dar fin a su recorrido en Ualata y Aduagost; los que preferían el Senegal escogían la ruta de Azuggi, y ya no se detenían hasta divisar el río. Para alcanzar este último punto se habla de la existencia de una ruta costera, menos frecuentada, que desde la Saguia el-Hamra llevaba al legendario Río del Oro, con escala en las salinas de Arguin.
(Rumeu de Armas)
Africa oriental:
Quedan algunas huellas notables de estos borrosos y oscuros reinos. Los restos de minas, carreteras, pinturas rupestres, canales y pozos muestran un elevado nivel de cultura en el interior del África oriental hacia el siglo XII, y son producto de una tecnología que los arqueólogos han llamado «azania». Fueron el logro de una cultura avanzada de la Edad de Hierro. La agricultura había aparecido en la región hacia el comienzo de la era cristiana y, sobre la base que proporcionó, se pudo explotar el oro, que durante mucho tiempo fue fácil de obtener en lo que es la actual Zimbabue. Al principio solo hacían falta técnicas sencillas; se podían extraer grandes cantidades poco más que escarbando en la superficie. Esto atrajo a los comerciantes —primero a los árabes y después a los portugueses—, pero también a otros africanos que emigraron. La búsqueda de oro se convirtió al final en subterránea, a medida que se iba agotando en los lugares más accesibles. (Roberts)
Especulaciones sobre el oro proviniente de Ofir:
Un debate que duró muchos siglos se situó en torno a la localización del reino de Ofir.
En el capítulo noveno del Primer Libro de los Reyes se lee: «E Hiram envió con la armada a sus servidores, marineros que conocían el mar, junto con los servidores de Salomón. Y llegaron a Ofir, y allí recogieron oro, cuatrocientos veinte talentos, y lo llevaron al rey Salomón».
Parece ser que una confusión en la traducción de los términos usados como unidades de medida multiplicó enormemente la cantidad de oro de la escritura original.
La Reina de Saba, de visita en Jerusalén, expresaría su admiración por el trono áureo de Salomón, sus quinientos escudos de oro y otros objetos considerados fabulosos tesoros.
Para un viaje comercial no parece que el fenicio Hiram de Tiro necesitara a bordo a los hombres de Salomón.
Variadas teorías situaron Ofir en diversos lugares distantes entre sí incluyendo la India.
Cerca de Sofala, alejados de la costa unas 200 millas de zona selvática, se encontraron los restos de una antigua mina de oro explotada seguramente por nativos.
Una teoría apunta a que las riquezas de la empresa conjunta se consiguieron en realidad con el traslado de esclavos.
Transmutaciones alquímicas:
► El conocido alquimista Nicolas Flamel (1330-1418) había realizado largos viajes para adquirir los conocimientos necesarios para avanzar en la comprensión de sus libros de contenido mágico. En su Libro de las figuras jeroglíficas (1399) relató su periplo para adquirir saberes arcanos sobre la Cábala y el simbolismo usado en los gremorios alquímicos.
Instalado en París, después de hacer importantes donaciones para obras benéficas, su fama de transmutador de oro fue tal que Carlos VI de Francia le pidió que empleara su ciencia para surtir las arcas reales.
► La alquimia mantuvo durante mucho tiempo su consideración de respetabilidad.
La piedra filosofal, llave para la transmutación de elementos, es mencionada en La Biblia y textos budistas e hinduistas.
Newton dedicó mucho tiempo, lecturas y escritos al estudio de la alquimia.
Se ocupó especialmente de la receta del mercurio sófico, supuesta sustancia clave en el proceso.
Keynes dijo de él que fue el último de los magos, el último babilonio y sumerio.
El precursor de la química moderna Robert Boyle, también miembro de la Royal Society, compartía un interés semejante.
La imagen respetable tardó mucho en desaparecer y dio pie a que numerosos embaucadores engañaran a personajes ricos e influyentes sobre su capacidad para transmutar metales en oro.
Tras presenciar llamativos experimentos que aparentemente generaban una prometedora cantidad de oro, algunos gobernantes crédulos dotaron de generosos fondos a charlatanes.
Usos peculiares:
► Plinio habla del uso del oro como remedio farmacéutico.
La terapia áurea se mantuvo durante muchos siglos sustentada en la nobleza inigualable del elemento.
Se aplicaba a los enfermos en forma de panes de oro, líquidos y papillas con metal pulverizado.
Se conserva una cuenta archivada de la corte de Luis XI que registra el empleo de 96 monedas de oro para preparar aurum potabile como remedio para la epilepsia del monarca.
► Luis XIV, que fijó un detalladísimo protocolo que debía seguirse en Versalles, tenía predilección por las chaquetas recamadas de oro. Sus cortesanos no se atrevían a presentarse con nada que pudiera parecer una rivalidad. Como raro favor permitía que algunos cortesanos destacados recamaran de oro sus chaquetas. Se otorgaba un permiso escrito, firmado por Su Majestad y refrendado por el primer ministro. Las prendas tenían su propia denominación, se las llamaba justaucorps á brevet [chaquetas certificadas].
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