El comercio y las Cruzadas:
Los intereses mercantiles no fueron un factor decisivo para la convocatoria de la cruzada.
Los comerciantes ya estaban presentes en el Oriente Próximo mucho antes de la predicación de la cruzada. Los venecianos mantenían relaciones estrechas con Bizancio y los amalfitanos estaban establecidos en diferentes puntos del Mediterráneo oriental gracias a su flota, que en el año 1077 era considerada la más poderosa de todo el Tirreno. Estas dos ciudades, junto con pisanos y genoveses, aprovechando la aventura de los cruzados, dieron soporte al transporte y al avituallamiento de las tropas y todos salieron favorecidos por la concesión del establecimiento de fondachi, almacenes en los que se depositaban las mercancías con salida libre al puerto. Estos fondachi llegarían a ser unas auténticas colonias. Más tarde también estarán presentes los marselleses, que se instalan en San Juan de Acre en 1136, al mismo tiempo que la Corona de Aragón se movía por Siria y Egipto. Venecianos, genoveses y pisanos serán los que trabajarán al lado de los cruzados a lo largo de los siglos XII y XIII y en las poblaciones de Beirut, Antioquía, Tiro, Sidón, Acre, Jaffa, Ascalón, etc.
(Jesús Mestre)
Período de tolerancia musulmana en Tierra Santa (s.VII):
Cuando Omar entró en Jerusalén, su patriarca cristiano, a la sazón Sofronio, salió a recibirle con lágrimas y musitó impotente -aunque poco oportuno y menos diplomático- salmo de Daniel: La abominación de la desolación entra en el Santo Lugar; pero incluso con esa incorrección, las cosas no se pusieron mal de momento, aunque escenitas como ésta muestra que eran más amplios de miras los musulmanes que los cristianos. Abú Bekr, el sucesor de Mahoma, perfería la oración a la guerra. El primer califa, o sea, el vicario, el representante había impartido consignas humanas: Sed valerosos y justos. Morid antes que rendíos. No toqueis a los viejos ni a los niños. Ahorrad los árboles, el ganado y el trigo. Proponed a los infieles la conversión: si la rechazan que paguen un tributo; si no lo pagan, matadlos.
También su sucesor, Aarón, gran propulsor de artes y ciencias, tuvo trato amable con los cristianos, pues como dice un historiador árabe, no ignoraba que los que se dedican a fomentar los progresos de la razón son elegidos de Dios: esto da idea de su buen talante.
Por entonces los peregrinos eran bien recibidos en Tierra Santa y de mediados del siglo IX nos llegan noticias de que éstos habían construido una hospedería que constaba de doce casas.
(El viaje prodigioso)
Sofronio I de Jerusalén fue nombrado patriarca en 634 sucediendo a Modesto. En febrero de 638, tras un largo asedio de los musulmanes, libres desde la derrota bizantina en la batalla de Yarmuk, rindió la ciudad a su representante de mayor categoría, el califa Omar I. Éste se hizo guiar al Templo de Salomón y a la Iglesia del Santo Sepulcro.
Provecho veneciano de la Cuarta cruzada (1201):
Se encargó a Venecia del transporte de tropas. Los cruzados se desviaron de su objetivo y saquearon Constantinopla (1204), expulsaron a los emperadores griegos y los sustituyeron por unos francos que permitieron que lo que quedaba en pie cayera en la ruina. Medio siglo más tarde, los griegos regresaron a una capital muy deteriorada. Venecia sacó provecho de la ruina de Bizancio. Según los términos del tratado con los cruzados, Venecia se hizo con tres octavos de la ciudad y su imperio, y además pudo comerciar con toda libertad por todos los dominios, de los cuales sus principales rivales, Génova y Pisa, quedaron excluidas. En la capital se apropió de toda la zona central que rodeaba Santa Sofía; más lejos, se agenció una serie de puertos que iba desde la laguna de Venecia hasta el mar Negro, incluida la costa oeste de la Grecia continental, todo el Peloponeso, las islas Jónicas y varias de las Cícladas, el litoral de Tracia y Creta. A partir de ese momento el Dux asumió el resonante título de señor de un cuarto y medio cuarto del Imperio romano. (J.J.Norwich)
Pugna con el Islam:
Las rivalidades militares y religiosas entre la cristiandad y el Islam habían sido un rasgo constante de política europea durante la Edad Media. Desde el siglo VIII, los árabes y bereberes dominaron no sólo todo el norte de África, sino también mucho territorio europeo, en España, Portugal y Sicilia. Este prolongado contacto con el mundo árabe formó parte de la educación de una Europa inculta y primitiva. El arte y la industria europeos deben mucho a los árabes. La ciencia y la erudición griegas —en lo que de ellas se conocía— encontraron camino hacia la Europa medieval, principalmente a través de traducciones árabes. Aun los elaborados códigos caballerescos de los últimos tiempos medievales fueron en alguna medida tomados de las costumbres y literatura árabes. Sin embargo, a pesar de esto, no hubo fusión alguna de las dos civilizaciones. En los lugares en que vivieron juntos cristianos y musulmanes, una tolerancia desdeñosa podía ser ofrecida por una raza a cambio del pago de tributo por la otra; pero en general, el límite entre cristianos y musulmanes estaba claramente trazado, y su relación normal era la guerra. Esta relación bélica llegó a ser tan normal y habitual que en ocasiones parecía perder algo del odio guerrero y adquirir las convenciones del torneo; pero siempre se presentaba algún hecho, algún cambio en la balanza de las fuerzas, para renovar el encono. Por un lado, el ardor religioso musulmán se veía avivado de vez en cuando por olas de refuerzo del Asia central. Estas olas —de las cuales los turcos otomanos formaron la última y más peligrosa— mantuvieron las fronteras de la cristiandad en temor intermitente. Por otro lado, las aristocracias de la Europa occidental, apremiadas por la Iglesia, trataron repetidamente mediante las cruzadas de defender sus territorios y de reconquistar el terreno perdido.
Falta de unidad cristiana:
La Guerra Santa contra el Islam tuvo buen éxito al reconquistar, al cabo del algún tiempo, todos los territorios del sur de Europa que antiguamente habían sido cristianos y de habla latina. Fuera de Europa, las cruzadas hicieron poca mella en el cuerpo del Islam. La mezcla de motivos en los cruzados —ardor religioso, deseo de aventuras, esperanzas de comercio o de botín, afán de obtener reputación— contribuyeron a la desunión. Las naciones europeas nunca entraron en las cruzadas como estados organizados. Aun los ejércitos mandados por reyes o por el emperador en persona estaban ligados sólo por lazos feudales y personales. Ningún reino de la Europa occidental tenía entonces una organización capaz de administrar posesiones lejanas; sólo las órdenes militares tenían la organización, mas sus recursos eran inadecuados. Las conquistas de los cruzados —como, por ejemplo, los estados latinos establecidos después de la primera cruzada— se desintegraron por sí mismos, sin que fuera necesario el empuje del contraataque musulmán.
Además, la antipatía entre los cristianos latinos y griegos debilitó el movimiento de las cruzadas y lo apartó de su objeto principal: la conquista de los Santos Lugares. La cuarta cruzada, sin perjudicar seriamente a los infieles, asestó un tremendo golpe al muy deteriorado Imperio bizantino. Sus principales beneficiarios fueron los venecianos, establecidos firmemente como acarreadores de las mercancías orientales desde los puertos de Levante a los insaciables mercados de Europa occidental. Debilitado así su principal bastión, el movimiento de las cruzadas tuvo que ponerse a la defensiva —una infructuosa defensiva— frente al avance de los turcos otomanos en el siglo XIV. No fueron los esfuerzos de los cruzados, sino los triunfos militares, más al Este, de un conquistador rival —Timur—, los que detuvieron las conquistas del sultán turco Bayezid y dieron a Europa un corto respiro a fines del siglo XIV y principios del XV. La caída de Constantinopla y la conquista de los Balcanes por algún conquistador asiático sólo era, evidentemente, una cuestión de tiempo. Las naciones de la Europa occidental que participaron en las cruzadas no tenían ni fuerza, ni voluntad, ni unidad para evitarlo.
Cruzada menor en la Península ibérica:
A pesar de los fracasos y las derrotas y del último colapso del movimiento de las cruzadas en el Cercano Oriente, la idea de la cruzada persistió en todos los países de Europa que estaban en contacto con pueblos musulmanes. En aquellos países la cruzada latía en la sangre de la mayor parte de los hombres de noble cuna y de impulsos aventureros. En ninguna parte fue esto más cierto que en Portugal, país pequeño y pobre que debió su existencia nacional a una larga cruzada, y en España, donde la cruzada aún continuaba. El fracaso de la cruzada mayor en el Cercano Oriente dio lugar a intentos enderezados a encontrar medios con que atacar al poder musulmán en otras partes. Si no por tierra, por mar; si los infieles eran invulnerables al ataque frontal, podían ser flanqueados o atacados por retaguardia, y si la fuerza de los cruzados europeos era insuficiente, cabía buscar alianzas con otros príncipes cristianos. [...]
La guerra y el comercio marcharon juntos en las últimas cruzadas.
(J.H.Parry)
|