MAR
DOCUMENTOS
Textos mar 9



La Odisea:
Nosotros navegábamos juntos desde Troya, el Atrida y yo, con sentimientos comunes de amistad. Pero cuando llegamos al sagrado Sunio, el promontorio de Atenas, Febo Apolo mató al piloto de Menelao alcanzándole con sus suaves flechas cuando tenía entre sus manos el timón de la nave, a Frontis, hijo de Onetor, que superaba a la mayoría de los hombres en gobernar la nave cuando se desencadenaban las tempestades. Así que se detuvo allí, aunque anhelaba el camino, para enterrar a su compañero y hacerle las honras fúnebres.

Cuando ya de camino sobre el ponto rojo como el vino alcanzó con sus cóncavas naves la escarpada montaña de Maleas en su carrera, en ese momento el que ve a lo ancho, Zeus, concibió para él un viaje luctuoso y derramó un huracán de silbantes vientos y monstruosas bien nutridas olas semejantes a montes. Allí dividió parte de las naves e impulsó a unas hacia Creta, donde viven los Cidones en torno a la corriente del Jardano. Hay una pelada y elevada roca que se mete en el agua, en el extremo de Górtina, en el nebuloso ponto, donde Noto impulsa las grandes olas hacia el lado izquierdo del saliente, en dirección a Festos, y una pequeña piedra detiene las grandes olas. Allí llegaron las naves y los hombres consiguieron evitar la muerte a duras penas, pero las olas quebraron las naves contra los escollos. Sin embargo, a otras cinco naves de azuloscuras proas el viento y el agua las impulsaron hacia Egipto. Allí reunió éste abundantes bienes y oro, y se dirigió con sus naves en busca de gentes de lengua extraña. (Homero)


Un hemisferio en una cabellera:
Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos con mi mano como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire. jSi pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo lo que siento! ¡Todo lo que oigo en tus cabellos! Mi alma viaja en el perfume como el alma de los demás hombres en la música.
Tus cabellos contienen todo un ensueño lleno de velas y de mástiles; contienen vastos mares, cuyos monzones me llevan a climas de encanto, en que el espacio es más azul y más profundo, en que la atmósfera está perfumada por los frutos, por las hojas y por la piel humana.
En el océano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan cantares melancólicos, hombres vigorosos de toda nación y navíos de toda forma, que recortan sus arquitecturas finas y complicadas en un cielo inmenso en que se repantiga el eterno calor.
En las caricias de tu cabellera vuelvo a encontrar las languideces de las largas horas pasadas en un diván en la cámara de un hermoso navío, mecidas por el balanceo imperceptible del puerto, entre macetas y jarros refrescantes. En el ardiente hogar de tu cabellera respiro el olor del tabaco mezclado con opio y azúcar; en la noche de tu cabellera veo resplandecer lo infinito del azul tropical; en las orillas vellosas de tu cabellera me emborracho con los olores combinados del algodón, del almizcle y del aceite de coco. Déjame morder mucho tiempo tus trenzas, pesadas y negras. Cuando mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como recuerdos. (Charles Baudelaire. Poemas en prosa, XVII)


Frankenstein:
La luna salió entre las dos y las tres de la madrugada; metí el cesto en un bote, y me adentré en el mar unas millas. El lugar estaba completamente solitario; unas cuantas barcas volvían hacia la isla, pero yo navegaba lejos de ellas. Me sentía como si fuera a cometer algún terrible crimen y quería evitar cualquier encuentro. De repente, la luna, que hasta entonces había brillado clarísima, se ocultó tras una espesa nube, v aproveché el momento de tinieblas para arrojar mi cesta al mar; escuché el gorgoteo que hizo al hundirse y me alejé. El cielo se ensombreció; pero el aire era límpido aunque fresco, debido a la brisa del noreste que se estaba levantando. Me invadió una sensación tan agradable, que me animó y decidí demorar mi regreso a la isla; sujeté el timón en posición recta, y me tumbé en el fondo de la barca. Las nubes ocultaban la luna, todo estaba oscuro, y sólo se oía el ruido de la barca cuando la quilla cortaba las olas; el murmullo me arrullaba, y pronto me quedé profundamente dormido.

No sé el tiempo que transcurrió, pero cuando me desperté vi que el sol ya estaba alto. Se había levantado un viento que amenazaba la seguridad de mi pequeña embarcación. Venía del nordeste, y debía haberme alejado mucho de la costa donde embarqué; traté de cambiar mi rumbo pero en seguida me di cuenta de que zozobraría si lo intentaba de nuevo. No tenía más solución que intentar navegar con el viento de popa. Confieso que me asusté. Carecía de brújula, y estaba tan poco familiarizado con esta parte del mundo, que el sol no me servía de gran ayuda. Podía adentrarme en el Atlántico, y sufrir las torturas de la sed y del hambre, o verme tragado por las inmensas olas que surgían a mi alrededor. Llevaba ya fuera muchas horas y la sed, preludio de mayores sufrimientos, empezaba a torturarme. Observé el cielo cubierto de nubes que, empujadas por el viento, iban a la zaga unas de otras; observé el mar que había de ser mi tumba. -¡Villano! Exclamé-, tu tarea está cumplida. Pensé en Elizabeth, en mi padre, en Clerval; y me sumí en un delirio tan horrendo y desesperante, que incluso ahora, cuando todo está a punto de terminar para mí, tiemblo al recordarlo. Así transcurrieron algunas horas, pero poco a poco, a medida que el sol caminaba hacia el horizonte, el viento fue remitiendo hasta convertirse en una suave brisa, y las olas se fueron calmando. Seguía habiendo una fuerte marejada, me encontraba mal, y apenas podía sujetar el timón, cuando de pronto divisé hacia el sur una franja de tierras altas. A pesar de lo agotado que estaba por la fatiga y la terrible emoción que había soportado durante algunas horas, esta repentina certeza de vida me llenó el corazón de cálida ternura, y las lágrimas empezaron a correrme por las mejillas. ¡Qué mudables son nuestros sentimientos y que extraño el apego que tenemos a la vida, incluso en los momentos de máximo sufrimiento! Con parte de mis vestidos confeccioné otra vela, y me afané por poner rumbo a tierra firme. Tenía un aspecto rocoso y salvaje, pero así que me acercaba vi claras muestras de cultivo. Había embarcaciones en la playa, y de pronto me encontré devuelto a la civilización. Recorrí las ondulaciones de la tierra y divisé al fin un campanario que asomaba por detrás de una colina. (Mary Shelley)

(*) Mary Wollstonecraft Shelley, esposa del poeta Percy Bysshe Shelley, ideó este ser en la novela Frankenstein o el moderno Prometeo (1818). Frankenstein es un científico suizo que logra galvanizar y dar vida a una monstruosa criatura, compuesta con órganos de diversos cadáveres. La trágica relación entre el sabio y su engendro cautivó a numerosos lectores, y su éxito se prolongó en los escenarios gracias a la adaptación teatral representada por el actor Thomas Potter Cooke, Presumption; or the Fate of Frankenstein (1823).


Pinocho en el estómago del monstruo:
«He visto a tu papá, que estaba haciendo una barquita para buscarte»; y yo le dije: «¡Si yo tuviese alas!»; y me dijo entonces: «¿Quieres ir con tu papá!»; y yo le dije: «¡Ya lo creo! Pero, ¿quien me va a llevar?»; y ella me dijo: «Monta en mí»; y así volamos toda la noche; y por la mañana todos los pescadores miraban al mar, y me dijeron: «Es un pobre hombre en una barquita, que está ahogándose»; y yo desde lejos te reconocí en seguida, porque me lo decía el corazón, y te hice señas para que volvieras a la playa... - Y yo te reconocí también- interrumpió Gepeto -, y hubiera vuelto a la playa; pero no podía. El mar estaba muy malo, y una furiosa ola me volcó la barquita. Entonces me vio un horrible dragón que estaba cerca, vino hacia mí, y sacando la lengua me tragó como si hubiera sido una píldora. -¡Y cuanto tiempo hace que estás aquí? - Desde aquel día hasta hoy habrán pasado unos dos años. ¡Dos años, Pinocho mío, que me han parecido dos siglos! -¿Y qué has hecho para comer? ¿Y dónde has encontrado la vela? ¿Y de dónde has sacado las cerillas? - Te lo contaré todo. Aquella misma borrasca que hizo volcar mi barquilla echó a pique un buque mercante. Todos los marineros se salvaron; pero el buque se fue al fondo, y el mismo dragón, que sin duda tenía aquel día un excelente apetito, después de tragarme a mí se tragó también el buque. -¿Cómo? ¿Se lo tragó de un solo bocado? - preguntó Pinocho maravillado. - De un solo bocado; y no devolvió más que el palo mayor, porque se le había quedado entre los dientes, como si fuera una espina de pescado. Por fortuna mía, aquel barco estaba cargado no sólo de carne conservada en latas, sino también de galleta, o sea pan de marineros, y botellas de vino, pasas, café, azúcar, velas y cajas de cerillas. Con todo esto que Dios me envió he podido arreglarme dos años; pero hoy estoy ya en los restos: ya no queda nada que comer, y esta vela es la última. (Carlo Colodi)


Gitanjali. Rabindranaz Tagore:
En las playas de todos los mundos, se reúnen los niños. El cielo infinito se en calma sobre sus cabezas; el agua, impaciente, se alborota. En las playas de todos los mundos, los niños se reúnen, gritando y bailando.
Hacen casitas de arena y juegan con las conchas vacías. Su barco es una hoja seca que botan, sonriendo, en la vasta profundidad. Los niños juegan en las playas de todos los mundos.
No saben nadar; no saben echar la red. Mientras el pescador de perlas se sumerge por ellas, y el mercader navega en sus navíos, los niños recogen piedritas y vuelven a tirarlas. Ni buscan tesoros ocultos, ni saben echar la red.
El mar se alza, en una carcajada, y brilla pálida la playa sonriente. Olas asesinas cantan a los niños baladas sin sentido, igual que una madre que meciera a su hijo en la cuna. El mar juega con los niños, y, pálida, luce la sonrisa de la playa.
En las playas de todos los mundos, se reúnen los niños. Rueda la tempestad por el cielo sin caminos, los barcos naufragan en el mar sin rutas, anda suelta la muerte, y los niños juegan. En las playas de todos los mundos, se reúnen, en una gran fiesta, todos los niños.
(R.Tagore)


Newton hace el balance de su vida:
No sé cómo puedo ser visto por el mundo, pero en mi opinión, me he comportado como un niño que juega al borde del mar, y que se divierte buscando de vez en cuando una piedra más pulida y una concha más bonita de lo normal, mientras que el gran océano de la verdad se exponía ante mí completemente desconocido. [Después de una larga y atroz enfermedad, Newton murió en la noche del 20 de marzo de 1727. Sus restos descansan en la abadía de Westminster].

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